Me gusta el sonido que escucho cuando me sumerjo profundo,
más profundo y voy abriendo con mis brazos un camino en el
agua como si eso fuera posible
¿Así lo sentirán los peces?
¿Cómo será tener branquias?
Un rayo de sol entra en medio de la pileta y ahí me quedo entre
las ondas de luz y de agua.
¿Es ese movimiento ondular parecido a la meditación?
¿Cuánto podría nadar si la pileta dejara de ser el límite?
Afuera empezó a hacer más frío pero el agua está preciosa.
Tengo dedos de ancianita.
Por la misma ventana que entra el rayo de sol
veo moverse las nubes cuando nado de espalda.
Cuando soy mariposa también.
¿Cuántas venecitas hay en cada azulejo?
Las quiero contar pero me distraigo una y otra vez.
Se nubló. Las nubes van más rápido que antes.
De nuevo nado de espalda.
A mi columna le gusta esto.
¿Serán veinte banderines de punta a punta, o más?
Pierdo la cuenta porque me entra agua en la nariz.
La condensación en el techo parece lluvia. Cae.
El reloj dice que ya es hora de salir.
Se me pone la piel de gallina cuando subo la escalera.
Es lunes. Pienso en todo. No pienso en nada.
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| Obra de Michele Poirier-Mozzone |
Cuando estoy en el agua soy liviana
nada me pasa
nada me pesa.
Nado.
Los lunes floto más que nunca
menos crol
más mariposa
Sumerjo en el agua todo lo que va a venir, como un bautismo.
Los miércoles voy y vengo
aguanto la respiración.
Soy como un buzo curioso
juego a ir abajo
bien abajo
casi la panza al suelo.
No hay ojo de buey en esta nave que soy.
Yo soy mi propio ojo de buey,
me miro a través de mí misma, veo las burbujas salir de mi boca me divierto sin pensar en nada más que ¿Cuántos segundos llevo acá abajo?
El juego de aguantar.
Los viernes vuelvo a zambullir toda la semana al agua
Limpio
brazada tras brazada
como una purga,
el cotillón diario.
Quisiera ser un pez -dijo el poeta- tener branquias como pensamientos.
Soy un cuidador de mis pensamientos -dijo otro poeta -
Y salgo del agua.
Y soy feliz.
Y mi columna sin penas.
Y nada duele.
Y nada.
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| Obra de Michele Poirier-Mozzone |
De repente me invadió la melancolía
Fue como una nube en el centro del pecho.
No era gris ni blanca, era más bien color sepia,
como es
supongo,
el color de la melancolía.
En la radio sonaba una canción de Bowie que me encanta,
no sé bien la letra pero la música acompañaba la nube
que subía y bajaba por mi pecho
cuenco sediento y extraño-dijo el poeta -
Sentí el tiempo ir más lento por un instante
y no sé por qué, me acordé de mí en mi adolescencia,
de las preguntas que por entonces me hacía.
De la luz en la enredadera del patio de mi tía que nunca se desvanecía,
incluso de noche
¿Son acaso falsos recuerdos para la subsistencia?
¿Funcionará como la naftalina para los baches de la memoria?
Todo seguía lento en este instante perfectísimo,
la nube de pronto se volvio tornasolada,
hasta que el sepia se transformó en un amarillo hermoso
casi naranja
y todo se desvaneció, como una epifanía
parecida a la revelación de las ausencias.
Solo quedaron los colores transformados
en una canción que yo cantaba aún
sin saber la letra.
Carolina Peleretegui
(Lomas de Zamora, Bs. As., Argentina, 1976)
Reside en Sierra de los Padres
POETA/ESCRITORA/DOCENTE/PROFESORA/
BIBLIOTECARIA/COLLAGISTA
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