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8 de septiembre de 2019

Manuela Gómez, 3 poemas 3


Fotografía de Natalia Deprina
BAJO EL ALMENDRO

Mi hijo me trajo
corriendo de la mano
hasta este almendro.

—Un búho mamá, un búho—.

Alumbra con su linterna
las ramas más altas y la luz
es un círculo que se pasea.

El búho se ha ido
pero él no deja de buscarlo.
Sabe que allá arriba
siempre hay algo vivo
aunque no podamos verlo.

No importa lo fácil,
no importa lo cerca,
que esté todo
de perderse.




Ilustración de Leonard Weisgard
LA VIDA COMO ERA

Amanecía muy pronto
y las olas de la noche
dejaban peces globos
regados en la arena.

Yo sé que el agua
se secaba con el viento,
que la sal nos ponía
la piel tostada.

Y que la noche
una y redonda con el mar,
nos enseñó el verdadero
tamaño de los hombres.

Bajo ese cielo los miedos
se contaban rápido,
eran lindos como medusas
cerca de la orilla,
mamá dormía bien
entre las palmas
y todavía no empezaba
a olvidar.

Quiero quedarme ahí
aunque esté lejos,
así conozca
esa ternura
que no extraña
la vida como era.

de La vida como era, Editorial Atarraya, Medellín, 2018
Colección becas a la creación Poesía
Ilustrado por Sara Quijano


Fotografía de Aino Kannisto
POR SI ACASO

Esperar que con el agua y el calor las zanahorias pierdan su dureza.
Huir de las hormigas que entretejen las paredes, los bordes ocultos de la mesa,
las palabras negras de los libros de turno.
Abrir la ventana solo un poco y sin hacer ruido.
Recoger los libros del piso y amontonarlos en bloques pequeños.
Preparar las clases de literatura.
Regar las plantas cuando sea de noche.
Dejar una luz del corredor encendida, por si acaso.
Permitir que las cobijas se suspendan un segundo en el aire antes de tocarme.
Inventar el canto de los grillos o escuchar
cómo van las llantas de los carros en la oscuridad,
la quebrada que a veces ruge y a veces canta,
las voces de los otros
que viven
arriba y abajo.
Hago todo eso
para no pensar en la muerte.

de La vida como era, Editorial Atarraya, Medellín, 2018
Colección becas a la creación Poesía
Ilustrado por Sara Quijano





Manuela Gómez Quijano 
(Medellín, Colombia, 1985)
POETA/MAESTRÍA EN CREACIÓN LITERARIA/
TALLERISTA/PROFESORA
para leer más en OTRA PARTE



21 de octubre de 2015

Ivana Romero, 3 poemas 3


Fotografía de Natalia Drepina
LA PALMA DE NUESTRAS MANOS

Qué cosas las mujeres. Con nuestras vidas intensas, luminosas, difíciles. 
Vamos por la vida abrazadas a otras, que nos llevan para no caer.
Vamos por la vida sosteniendo a las que hoy no pueden para que mañana sí. 
Reímos y nos besamos en la calle porque no necesitamos explicar nada.
Somos bellas.
Nos escuchamos por horas en bares y pizzerías
mientras los hombres solitarios nos miran
y se hacen los desentendidos
porque estos fulgores, estos chispazos los desconciertan.
Los hombres saben mantener distancia,
venir a nuestro encuentro sólo cuando sienten que ya no molestan.
Hablamos mal de nosotras, las mujeres. 
Nos creemos poca cosa cuando nos miramos en el espejo.
Hablamos bien de nosotras.
Tomamos los micrófonos, las calles, las iglesias, los juzgados.
Arrojamos todos los papeles que sobran por las ventanas.
Salimos en bicicleta por la ciudad, en taxis, en autos que echan fuego
para socorrernos para protegernos de la desdicha
como talismanes.
Nos contamos secretos escondidos en los astros
porque los astros llevan nuestro nombre.
Abortamos, las mujeres.
Nos desnudamos.
Tenemos hijos y desafiamos el desconcierto.
Hacemos de nuestros cuerpos el territorio de todas las batallas.
Dejamos amores y nos dejan.
Así vamos armando una trama invisible. 
Nosotras somos mejores cuando aceptamos dejar las cenizas en el viento.
Somos nuevas cada vez que ponemos la palma de nuestra mano
sobre la tierra y escuchamos su latido milenario y decimos
“aquí dejo mi historia para que otra se la lleve”.
Y nos vamos y seguimos, cantando.




Fotografía de Natalia Drepina
ELLA SE CORTA EL PELO

Abre la puerta.

“Me miré al espejo y sólo hice chac con la tijera”,
dice.
Es inquietante cuando una chica
hace esas cosas, pienso.

El peluquero que emparejó el estropicio
no lo tomó bien.
A ella le hubiese gustado
que dejaran en paz su flequillo cuadrado y tupido
pero está sin fuerzas para decir no.

Me cuenta que mañana volverá a Londres.
Me muestra una ecografía de su útero.
En el informe se lee que tiene un quiste
de cinco centímetros.

No sabe cuándo volverá.
No sabe cuánto tiempo llevará todo.

Ella tiene los ojos transparentes.
Afuera, el sol es pesado.
Su mata de pelo cortada
descansa en una silla
como un abrigo bello e inútil.



Ziyi Zhang (Crouching Tiger, Hidden Dragon)

TRES POEMAS CON MUJERES CHINAS

I

La chica del super habla bien.
Escribe “carefree” en un cartel
y sabe de memoria cuánto vale todo.
Su familia puso una cámara en el comedor
y nunca la apaga.
Así ve a su hermana comer con palitos,
quedarse dormida sobre la mesa.

“Che, te olvidas las papas”, me dice.
Y también “Estás borracha” 
cuando le pago una botella de vino.

Sonríe.

Me gusta la gente que dice lo que piensa
en el idioma que encuentra más adecuado.


II

Dijiste “lloré” y es difícil pensarte así.

Los hombres fuertes lloran en silencio.
Desnudos son ceniza de papel.

Tu cuerpo se extiende ante mí
como una tela perfecta.
Con mis dedos deshago cada uno de sus hilos 
y los acomodo a mi antojo, 
mientras silbo.


III

La chica del laverap 
usa remeras con brillos
y pantalón de hombre.

Hay más trabajo cuando llueve.
La ropa no seca. 
La primavera no llega.

Nada le importa.
Tiene chancletas de raso de todos los colores.

(de Caja de costura, Eloísa Cartonera, 2014)




ph Irupé Tentorio
Ivana Romero 
(Firmat, Santa Fe, Argentina, 1976)
POETA/PERIODISTA/NARRADORA
para leer + en EMMA GUNST
extraídos de su blog EL CORAZÓN DE LAS COSAS


26 de abril de 2012

Yirama Castaño Güiza, 3 poemas 3


Fotografía de Clarissa Leahy

LECTOR DE AMANECERES

De nuevo pequeño mundo,
país enorme,
desde la
mesa de aprendiz.
Tú que sólo tienes la ilusión,
deja que siga
invisible
para seguir el vuelo
de esta única palabra.



s/d del autor de la fotografía
RUMOR DEL VALLE
                                   
Para Karin Kuhfeldt

Cuando comencé a viajar,
no pude resistir la tentación de parar
en la estación equivocada.
Pequeño pueblo de bombilla en la escalera,
habitar cualquiera de tus casas era bailar
en una ronda de gaitas y tambores.
No importaba la lengua arenosa,
ni el calor colándose en la pared de la cocina.
Bastaban eso sí los olores de la tierra,
la lentitud descalza en el centro de la plaza.
Nadie tenía nombre
            y sin embargo todos se llamaban.
Las mujeres pintaban sus labios
en punto de las seis
y los hombres aplastaban fichas
en medio de los gritos y la fiesta.
Pero un día llegaron los falsos monjes
a pintar con aerosoles
agujeros negros en tu cielo.
Pequeño pueblo,
ahora que vuelvo con el camino despejado,
ahora que la brújula señala el norte sin equívoco
hay algo que no entiendo,
todos callan
y una fila de cantadoras
con velas en las manos
alumbran la marcha
que aleja a los niños
de la prometida tierra.



Fotografía de Natalia Deprina

EL CÍRCULO DE SALOMÉ

El viento silba su nombre.
Y no es de noche.
Sólo es un día que sigue al otro.
Y está de vuelta.
No es esta la calle.
No es esta la casa.
La puerta no abre con la misma llave.
Sin embargo, es el mismo paisaje que se mueve,
el otro país,
        la otra ciudad,
                        los de siempre.
Y un cuerpo extraño al lecho,
y una cabeza en medio del bautizo
y ese silencio que se lleva el río.






Yirama Castaño Güiza 
(Socorro, Santander, Colombia, 1964)
POETA/PERIODISTA/EDITORA
de Memoria de  aprendiz, Colección Los Conjurados, 2011
para leer MÁS
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