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30 de julio de 2019

Raquel Graciela Fernández, 3 poemas 3


Ilustración de Brunna Mancuso

AUTORRETRATO I

Tengo unos ojos bellos,
un poco descosidos, eso sí,
en la zona de los lagrimales:
escurren agua todo el día.
Tengo una boca bella también,
pero muerdo las palabras,
y algunas veces las escupo
sin ningún protocolo.
Soy descuidada, iracunda y le tengo fobia a los trenes.
Además, escribo poemas.
¿Quién querría enredarse con una mujer así?




Ilustración de Brunna Mancuso

AUTORRETRATO II

No tengo las piernas largas
ni la dentadura perfecta.
Sin embargo,
he caminado mucho
y he mordido
manzanas,
animales,
señores,
papeles aburridos.
Y he digerido ausencia,
tragado cascabeles,
vomitado promesas.
No tengo una voz privilegiada,
ni una cintura augusta como un trono.
No se me da bien
lo de inventar palabras
a lo Oliverio.
No entiendo el teorema de Pitágoras
pero me gusta el vocablo hipotenusa:
está llena de gatos,
de ríos,
de claveles,
como caleidoscopio.
A veces me despierto
a mitad de la noche
y le suplico al hombre
que cose mis retazos
con su aguja de tiempo
un encuentro sin lámparas.
A veces supongo que estoy loca.

No tengo la vergüenza de haber sido
ni el dolor de no ser,
quizás porque no fui
y porque sigo siendo
o quizás porque el tango
me deja tan perpleja como a un pájaro
con las alas cortadas
(si la querías tanto,
¿para qué la dejaste?;
yo no dejo jamás lo que quiero:
yo lo mato).

No tengo un ex – amante que me recuerde con afecto.
Mis ex –amantes me odian.
Lo que es justo,
porque yo los odio a ellos.

No tengo la nariz agraciada,
ni el vientre chato,
ni el ombligo invicto.
Ni siquiera tengo veinte años.

Sin embargo
todavía le enlazo con mi sombra
el fuego del verano.
Y redoblo la apuesta de las lágrimas
cuando intuyo
lo rápido que se seca la sangre.



Ilustración de Brunna Mancuso

AUTORRETRATO III

Casi siempre está triste,
salvo cuando escucha a Los Beatles
o acaricia a los gatos.
O cuando es viernes
y se toma un champancito barato,
y piensa “Gracias a Dios es viernes”,
como si la vida fuera una película disco
(porque no le gustan ni los sábados,
ni los domingos,
ni los lunes,
pero los viernes todavía tienen para ella cierto encanto,
cierto aire de genuina promesa).
Es mezquina, casi siempre,
generosa, a veces,
demasiado orgullosa como para romper las fotos que no la favorecen,
demasiado orgullosa como para reescribir sus poemas.
Nunca visitó Europa,
ni aprendió a bailar,
ni usó un vestido de fiesta.
Jamás se tiñó de rubia.
Pero es tan anacrónica, tan patriarcal,
tan tonta,
que todavía sueña con castillos y valses,
y una melena como la de Rapunzel extendida
sobre la almohada del Príncipe Feliz.
Hubiera deseado no nacer,
no crecer,
no tener que morir.
Hubiera deseado un don más práctico
que el de garabatear el dolor
y ponerle el cascabel a la palabra.
Casi siempre está triste
pero sonríe
como si no le apretaran los zapatos de la rutina,
como si el amor no fuera una prenda incómoda
que le tira de la sisa,
como si su corte de pelo todavía estuviera de moda.
Está gorda,
está vieja,
está asustada.
Casi siempre está triste.
Tiene unos ojos hermosos.




Raquel Graciela Fernández 
(Buenos Aires, Argentina, 1967)
extraídos de su blog PAN CON CICATRICES
en FACEBOOK
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11 de noviembre de 2013

Raquel Graciela Fernández, 2 poemas 2


Portrait, 1963 • Jeanloup Sieff
CHICAS CORRECTAS

A Adriana

Nosotras,
las que también crecimos con Videla;
las que supimos que el silencio es salud
cosiéndole y descosiéndole la boca a las muñecas
a la hora en que la abuela dormía la siesta;
las que fuimos mujeres maravilla, mujeres biónicas,
mujeres desnudas debajo de guardapolvos tableados,
mujeres húmedas, mujeres aburridas;
las que aprendimos a no pisar el césped,
a poner la basura en su lugar,
a cederle el asiento a las embarazadas y a los ancianos,
a descender por la puerta trasera;
las que levantamos la mano cuando queríamos hablar,
cuando queríamos hacer pis,
cuando queríamos llorar a los gritos;
las que cosimos, bordamos,
abrimos algunas puertas y nos tragamos las llaves de otras;
las que acunamos bebés de Yoli Bell,
bebés de ilusión, bebés de verdad;
las que nunca tuvimos sexo con dos hombres a la vez,
o con tres o con cuatro;
las que jamás nos teñimos el pelo de rosa
ni cultivamos una plantita de cannabis en la terraza
queremos saber
en qué nos equivocamos.

 de Pretty in pink, 2016


Fotografía de Aaron Feaver
CEMENTERIO

SIT TIBI TERRA LEVIS

El olvido es tangible.
Tiene rostro.
Tiene pasos confusos.
Pero llega.
Tiene una culpa vieja en la garganta.
¿La mía? ¿La tuya?
¿La nuestra?
El olvido es tangible.
Yo lo vi.
Hoy lo vi.
Y hasta pude tocarlo.

Se quebraron mis uñas
arrancando los yuyos
de las tumbas ajenas.
Limpié el mármol extraño.
Quité las telarañas
que tejían a Cristo.


Toqué fotografías.
Los muertos sonreían.
Antes de saber.
Me deshice
de tanta agua podrida,
de tantas flores secas.
Que no eran mías.


El olvido estaba ahí.
Me miraba con sorna.
Me miraba y decía:
“Esto es así, chiquita.
No le des más vueltas al asunto.”

Una tumba.
Otra tumba.
Tantas tumbas.
No pude con todas.
No pude
con tanto abandono.
Entonces me mordí las manos.

Y lloré.




Raquel Graciela Fernández 
(Buenos Aires, Argentina, 1967)
(1) extraído del blog PORQUETIEMBLAN
su blog PAN CON CICATRICES
en FACEBOOK
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