8 de diciembre de 2019

Rosa Silverio, 2 poemas 2


Fotografía de Cristopher Rogel Blanquet (México, 2019)

HAY QUE PONERLE NOMBRE A ESTA TRISTEZA

Hay que ponerle un nombre a esta tristeza
hay que ponerle un corazón,
un ojo de gato o de serpiente,
hay que ponerle un vestido
tacones
maquillaje
y sacarla a pasear
emborracharla
y cogérsela en una esquina
o en un motel de mala muerte.
Hay que golpear a esta tristeza,
darle latigazos,
enseñarle quién manda,
amarrarla a un poste eléctrico
o deshojarla en una tarde de septiembre.
Hay que saber que el mundo
es una telaraña o una sombra ancha
dispuesta a devorarlo todo,
a tragárselo todo de una bocanada
o de un zarpazo.
Hay que entender que las cosas
tienen un lugar geográfico, un nombre,
una textura exacta y una forma
y que dentro de esas cosas
está desnuda y en silencio
la tristeza,
como una corriente de aire frío
o el mar cuando se han dormido las olas,
como un conuco solitario,
un rancho de tabaco a oscuras
o Matanzas a las cinco de la tarde.
Hay que saber que la tristeza existe
como existe la casa, la tacita de té,
el reloj, el árbol, los recuerdos
o la fotografía de mi abuela
con una blusa llena de pájaros blancos
y una mirada que me hace recordar
a todos los muertos que ha tenido que llorar
mi pobre abuela.
Hay que saber que la tristeza no sólo existe
sino que también tiene su espacio,
su rincón en el interior de cada cosa,
su propia coloratura, sus exigencias
e incluso sus horarios
y que a veces uno se cansa,
se harta de tanta mansedumbre,
de tumbarse en una cama,
de tomarse un frasco de pastillas,
de pensar en sogas, en puentes
o en desahogos sentimentales,
y de repente uno se levanta
y dice coño
y decide cambiar el orden del mundo,
ponerle un nombre a la tristeza,
etiquetarla,
mandarla a la mierda,
y seguir hacia delante,
siempre adelante,
como el que va en un tren
o en un motoconcho,
aunque el vacío siga en el lugar de siempre,
aunque nada sea como antes,
aunque el amanecer no sea luminoso,
aunque la tristeza jamás desaparezca.




Ilustración de Heo Jiseon
ENCIERRO

He descubierto el mundo a través de esta casa,
encerrada entre estas cuatro paredes blancas,
claustrofóbica, enferma,
jodidamente triste.
Podrida y apartada como una fruta que ha madurado demasiado.
He descubierto mi cuerpo,
mis lugares más remotos y sagrados,
las rugosidades extrañas de mi alma,
la violencia y el fuego,
la melancolía triste,
la danza y el vuelo de la espuma.
He inventado el mar entre estas paredes de cemento,
lo he descubierto y he navegado entre sus olas.
He llegado incluso a tocar la franja roja que cada tarde
se dibuja como una línea en el horizonte.
He ganado grandes batallas, me han abatido muchas tormentas,
la lluvia me ha comido el rostro cientos de veces
y cientos de veces me he ido volando como un pájaro
que se va (que es libre)
hasta que un cazador lo avista y le dispara.
Y cómo me he acostumbrado a todo esto:
a este amor que he moldeado y destrozado tantas veces,
a este peregrinar por estos cuartos,
por esta caja urbana que ahora me contiene.
Cómo me han domesticado,
cómo me he perdido,
cómo me he vuelto a encontrar
y cómo quisiera arrojarme abruptamente hacia el vacío.




Ph Massiel Zaiter Mejia
Rosa Silverio
(Sgo. de los Caballeros, Rep. Dominicana, 1978)
Reside en Madrid, España
ESCRITORA/PERIODISTA/GESTORA CULTURAL/LECTORA
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