16 de mayo de 2011

Jude Nutter, El zorzal ermitaño


Fotografía de Zosia Zija

EL ZORZAL ERMITAÑO

Las curvas serpentinas de las ramas de pino arriba a la izquierda crean
una sensación de equivalencia con los puntuados cantos del pájaro,
que nos es dado imaginar...
(de notas de muestra, para de The Hermit Thrush de Thomas Wilmer Dewing)

Porque el corazón pide sólo que desaparezcamos
en el misterio más allá de sí,
has colocado a tu pájaro más allá de
los límites de la pintura, donde permanece conocido

solamente por su ausencia. El milagro es cómo
encontraste equivalentes para el silencio que llega
después de los rápidos agudos de un pájaro que canta:
una soledad tan explícita que envidiamos
a los muertos por el mundo que heredan. Y esas

mujeres que trajiste contigo a través del cromo
del crepúsculo, queremos que se besen y se desvistan
en el pasto y se hagan el amor una a la otra porque
a través de la provocadora bruma de los matorrales has tejido

un anhelo maravilloso, sin ataduras, y a lo largo
de sus brazos retorciste una luz tan sólida que sugiere
que bien podrían abrazarse.
Aunque nos envolvemos en el mundo
de tantas maneras, la mayoría de las veces el sexo
no es una de ellas. El silencio después

de que un pájaro deja de cantar es sólo el comienzo
de una pregunta que debemos imaginar hasta su conclusión.
Y esa mujer de vestido verde oliva está parada
ahora para enfrentarlo con su rostro hacia arriba y su boca
oscurecida detrás de una mancha de sombra: la evidencia,
quizás, de su propia voz, que has representado
como el Roschach de la memoria. Oh,

cuánta fe debemos tener
en el mundo visible: nos movemos dentro de él
y no nos acercamos. Seguimos la mirada de ella hasta el borde blanco
de la página bajo nuestras manos y, más allá,
hasta el interior de las habitaciones donde estamos sentados,
con sus vestigios de historia personal, con sus vistas

del mundo en que intentamos vivir nuestras vidas.
¿Y qué de ese mundo? Cuervos
alborotando en los álamos, blandiendo
sus alas digitadas como guantes oscuros: los olvidados
accesorios de ángeles menores que navegaron

con nosotros durante años a través de los peligros de la enfermedad
y el tráfico, y después se cansaron; que nos dejaron
a las ruinas de nuestra propia salvación.
Este mundo, no como lo vemos, sino como es.
Donde el corazón viaja, con nosotros
por su propio bien.


THE HERMIT THRUSH

The serpentine curves of the pine branches at upper left create
a sense of equivalence to the punctuated calls of the bird,
which we are given to imagine. . . .
— from exhibit notes for
Thomas Wilmer Dewing’s
The Hermit Thrush

Because the heart asks only that we vanish
into the mystery beyond itself, you
have placed your bird beyond
the limits of the picture, where it remains known

solely by its absence. The miracle is how
you found equivalents for the silence arriving
after the rapid skirls of one bird singing:
a solitude so explicit we envy
the dead the world they inherit. And those

women you brought with you through the chrome
of twilight, we want them to kiss and undress
in the grass and make love to each other because
through the taunting haze of undergrowth you have woven

a marvelous, strapless longing and along
their arms wrestled down a light so solid it suggests
that they might well hold one another.
Even though we gather the world
to us in so many ways, most times, sex
is not one of them. The silence after

a bird stops singing is just the beginning
of a question we must imagine to completion.
And that woman in the olive-green dress is standing
now to meet it with her face upturned and her mouth
obscured behind a smudge of shadow: the evidence,
perhaps, of her own voice, which you have rendered
as the Rorschach of memory. O,

how much faith we must have
in the visible world: we move inside it
and come no closer. We follow her gaze to the white edge
of the page beneath our hands and, beyond this,
into the rooms where we are sitting,
with their relics of personal history, with their views

of the world in which we attempt our living.
And what of that world? Crows
fussing in the cottonwoods, brandishing
their fingered wings like dark gloves: the forgotten
accessories of minor angels who navigated

with us for years through the perils of illness
and traffic, and then grew tired; who left us
to the ruins of our own salvation.
This world, not as we see it, but as it is.
Where the heart travels, with us
for its own sake.



Jude Nutter 
(North Yorkshire, Inglaterra) 
Reside en EE.UU. desde 1980
en The curator of silence, University of Notre Dame, 
Indiana, 2007
Traducción de Gabriela Adelstein
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5 comentarios:

Errata y errata dijo...

Fotografía magnífica, poema un poco más. La capacidad más infame que le ha sido otorgada al hombre es la de poder preguntarse ¿qué significa todo esto?!

Marga dijo...

Ummm qué buena forma de empezar la semana... es que los lunes me cuestan y así parecen menos pesados... jeje.

Un beso, emmagunts

vera eikon dijo...

Magnífico poema...yo a veces tengo la sensación de que me dejo el corazón por el camino. Otras veces pienso que la jaula de mi pecho no le deja suficiente espacio, sobre todo cuando extiende las alas...sí, creo que soy una mujer a cuyo corazón le gusta extender las alas...a veces lo olvido,Emma...
No sé, a veces hay poemas que hablan de algo que no puedo precisar,pero me llegan...
Besos preciosa

gabrielaa. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EG dijo...

Gracias Gabriela por el tirón de orejas, todos los días se aprende algo. Y más aún te agradezco que compartas. Un abrazo.

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