25 de noviembre de 2025

Yanina Audisio, 3 poemas 3 (de Mordida por las flores)


Fotografía de Alena Kakhanovich

Necesito la fuerza de unas manos, su romance con el aire. Que vengan desde la evolución que las moldeó para el traslado y la captura, ya sumergidas en la aleta que agita el pez de barro. Que vengan a pulsar el cuello como haciendo música, a tallar lo que de piedra en su erosión deja el alma.

Jaleo, vértigo, embriaguez. La materia sueña con entregarse a un poder ajeno. Abandonaría la incomodidad que la acompaña desde los primeros diecisiete años cuando no conseguía salir del pueblo, como ahora del dolor. Guía de agua que se atascó, mi cuerpo invoca un profundo amasamiento, caídas vertiginosas, grandes caudales.

Estiramiento, fricción, golpeteo. La espalda y los muslos piden manos que les concedan lo que aquel río natal les mezquinó. Mi madre nació cerca del deslumbrante Paraná. Mi padre, de un barranco que crecía como una bestia feroz con las lluvias. Pulsera sin brillo para mi piel ronca, sólo hasta la rodilla me concedió su lamida aquel río trunco.

Acaso unas manos repararían el amor que no pude tenerle, el consuelo que no hubo en su lengua anchísima. Pondrían en el lomo un ave zancuda, un camalote sobre la orilla, donde el río no supo ser compañero. Los cuatrocientos kilómetros que ocupa en la tierra no consiguieron sacarme de esas calles. La mansedumbre no es navegable.

Como un ejército de saqueadores sobre la hora azul de las tolderías, pedía un caballo para soportar la morosidad, surcarlo en patas y crines negrísimas, más nocturnas que su garganta. Pero debí conformarme con la torpeza de cachorro, con la incomodidad de ejemplar añejo, con el cuerpo, hermanastro de ese río, revoltijo oscuro que no refleja el cielo.

Y aun reconocida en ese parentesco, lo situaba del lado de los asesinos. Aunque no se haya llevado ni un ternero. El crimen fue no convidar tardes de alivio, cubrir huesitos de abuelas ranqueles, ampliar la llanura con su tristeza de agua.

Vengan unas manos a resarcir lo que me debe el río, a dar flotación y arrullo, a componer lo que en el paisaje fue negado: hacer de mí una criatura reblandecida por el roce de una sustancia, que un dios alguna vez tocó para delegar la sanación.



Fotografía de Alena Kakhanovich

Necesito un río para bañar mis dolores. Custodio de remolinos, riesgo que corre, una lengua que repare la dureza del cuello.
Desbordaría por la tierra, concedida a los árboles. Treparía en brazos del agua a un reposo de fruto que espera ser devorado. El futuro vendrá punzante en el pico de un zorzal que se agota en su lastimadura.

Necesito un río que despunte sus juncos, como quien dibuja su sueño en el lujo. Caería al fondo con ese verde en la boca, barro en la espalda, arena en el pelo. Una materia más que se vuelca en el paisaje derrotado.

Necesito un río para darle el cuerpo: piedra inadecuada, no sabe flotar ni hundirse.
Necesito un río inconsolable, que me llore y me llore.



Fotografía de Alena Kakhanovich

Si el cuerpo no fuera un ancla, esta perturbación me haría levitar. Pero no le concede al organismo que retoce con soltura.
Vaciada, lenta y en astillas, conozco la agonía del caracol: no podrá apropiarse de la playa, sólo sabrá sucumbir a una sed desmesurada.


 Mordida por las flores - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires 



Yanina Audisio
(Río Cuarto, Córdoba, Argentina, 1983)
Reside en Buenos Aires
POETA/TRADUCTORA/PSICÓLOGA/MAGÍSTER EN SALUD PÚBLICA
de Mordida por las flores - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Bs. As.
para leer + en EMMA GUNST

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