13 de agosto de 2016

Magali Alabau, 3 poemas 3


Fotografía de Austin Tott

EL AMOR ESCAPA

El amor escapa,
las palabras se vuelven callejeras
y cansadas
se distribuyen en otros hallazgos
en el día ocupado
en trincheras diarias.
Sientes como huye aburrido,
te deja abandonada.
Mejor no atiendas su intención
ni la bocanada de aire que se va
con él hacia otro lado.
¿Dónde estoy?
¿En qué árbol?
¿En qué bosque?
En algún sentimiento,
en la ventana mirando
todo cubierto de nieve.
En una nota
que rasga algún recuerdo,
algún camino, algún paseo
donde sentiste otro
que no es nadie
pero que está
acompañando tus pasos,
ese yo pero gigante
oliendo asfalto.
Flotar en el espacio,
imaginar el lado de algún río,
el principio de la noche.
No tener que volver
a ningún sitio.
Yacer ensimismada en ese espacio
donde la luna abierta plateada plenitud
posará sus pedazos en el agua.
No pensar en nada,
sólo en ese puro espacio
de luz aguardándote.
Es hora de irse,
de apagar las luces,
fijarte aunque no quieras
en lo que has de usar,
en lo que tendrás que llevar
aunque no quieras.
En las fotografías que puedan contar
la historia de tu vida.
¿Qué colocar en este cuadrado de maleta?
Una sola dijiste o te dijeron.
Todavía es mucho para cargar un rato.
Antes de irte
quema los libros.
No querrán el maltrato
de otro dueño, no querrán servir
ni ser rehenes de estaciones,
del frío invernal, de la humedad
del abandono.
¿Cuál llevas?
¿Alguno preferido?
¿Cómo dejar los otros?
Mira la estancia
por primera vez vacía.
Te velarán como a los muertos
y en algún instante
el aire entrará por la ventana que inventaste,
donde viste trenes y trenes,
donde fuiste un pasajero
caminando con lentitud
las calles de algún pueblo.
Dejaste la puerta entreabierta
y el radio puesto.
Aún engañabas a los que dejabas,
a lo que quedaba,
de lo que ya no dispones.
Entre la puerta y la salida a la calle
está esa escalera estrecha y sucia
en que alguna vez sentada
esperabas por las llaves,
por alguien que abriera las cobijas,
por un vecino que dijera la palabra adecuada.
Ahora tus pasos son firmes y apurados.
Ya no habrá más esperas.
Todo es fácil porque nadie espera.
Ya ni siquiera el perro pequeño y negro
que te acompañaba.
Un amigo, como dicen siempre,
se lo llevó al campo.
Nadie te espera
pero como has decidido
no montar el tren equivocado
has inventado personajes que te recibirán,
aunque no quieras, en ese lugar improvisado.
Has evitado las despedidas,
ese círculo de piel y sangre
que es tuyo y de los otros.
Le has dado un beso escurridizo
como esos que se dan cuando corres
y no quieres ver el horror en otros rostros.
Pero está en la sala la gran comitiva
de tus alianzas mirándote, están serios
como en las funerarias.
Nada miro, nada puedo, esas miradas
son golpes en el vientre.
Cierro las mandíbulas, algunos adioses
me sorprenden a pesar que he dicho
no a las lágrimas,
brotan de tantos ojos.
Corro, corro, hasta esconderme.
Corro a la calles
que el viento me atragante,
áspero viento que rompe las páginas,
que rompe el recuerdo de esos otros.
Las puertas se cerraron
el olor a esa tranquilidad del día,
a ese tiempo sin fin, eternidad de infancia
cerró aldabas, el féretro, la caja de pino
que querías.
Y en qué transporte
indagas por los seres que quieres encontrar,
que aún no existen
pero que inventarás
porque necesitas un suelo,
una llave que abra el corazón,
que haga olvidar esos recuerdos.
Eres el cero, la nada, un hotel
deshabitado con luces de neón.
¿Cómo te llamas?
Lo único que tienes es este rostro
oscuro que se escapa,
que no es posible detenerlo.
En este hotel te amparas.
Esta cama manchada de tantas suciedades
es la nube que te duerme, que da paz.
No hay pasado ni futuro,
solamente el presente mudo
donde el alma duele.
Me ha dolido siempre.
¿A qué hospital puedo ir a que me operen,
a que me saquen el corazón?
Yo quiero otro,
otro perfumado
que pueda trasnochar
ante las luces del hotel de Dios
y los desamparados.
Este hotel de gratis
que debo olvidar en cuando pueda.
No debo recordar ni las horas
ni los movimientos extraños del pasillo
donde creí que moría
que no estoy viva, con los nervios veraces,
con los ojos tan abiertos recibiendo
lo que siempre he buscado,
esta verdad que no puede contarse,
que nadie contaría,
este hielo tan frágil,
entre la muerte y la muerte,
este tramo
que hay que sobrepasar
porque de no hacerlo
te encontrarás mañana como el hielo
en esta cama sin identidad
y sin nombre.
Y sí, buscar un árbol
volver a la raíz,
a la simiente,
unirte a todos lo que como tú
se preguntan,
disipar con ellos las astucias,
con ellos ser total
porque en sus desolaciones
está la vida, alguna fuerza
unida a la esperanza.
No te necesita,
se esfuma,
crece sin ti,
desaparece.
Se hunde en el hueco,
en la cueva,
la caricia que
nunca pudiste tocar
se escapa entre los dedos.

(de VolverEditorial Betania, Madrid, 2012)


 

Fotografía de Austin Tott

DEVUÉLVEME LA VIDA

Devuélveme la vida.
Hazme nacer unos brazos
que destilen permanencia,
quítame la cubierta
que me encontré en el bosque.
Quítame el adiós de la boca,
el adiós de los días,
el verdugo.
No me obligues
a decir adiós a los pequeños
habitantes de la tierra mojada,
a los rieles del tren
que no pasaron
con esos pasajeros
sino otros.
Adiós que sin saber
repetían los cuentos,
que no nos avisaba
sus siniestras intenciones,
que sabía el desenlace,
que no hablaba.
Ese adiós que prepara la mortaja
lluviosa del día,
que no sospecha
los detalles, que convierte
tu pecho en un hervidero
de cal a punto de voltearse.
Si hubiésemos tocado el pecho
pulsando
al sobresalto,
la ruptura no fuera posible
ni ese adiós de los cuartos
cuando quedan vacíos
y sin explicaciones
con maletas y maletas
que resbalan.
Decir adiós cuando
las flores del jardín
no se han cuidado,
como si el interés
por los detalles
se hubiese
vuelto estéril,
y la única forma vigente
fuera la impaciencia.
Nacer de nuevo,
olvidar que fuimos el cuchillo,
la lanza
y el enterrado vidrio.
Olvidar que planeamos
la muerte de los otros,
sin pensar,
machacando las piedras
del camino.

(de Volver, Editorial Betania, Madrid, 2012)





Fotografía de Austin Tott

HOJAS

¿Quién llora cuando las hojas caen,
cuando el agua sin cesar las ahoga,
y revuelven la tierra
acunando gusanos moribundos?
El invierno tiene colores que olvidamos.
El rojo que grita,
el amarillo enfermo,
el negro que es ceniza.
Aunque lleve en la cabeza tantos mundos
uno solo es el que uno habita,
nos saca un litro de sangre,
nos tira de perfil y de frente una fotografía,
nos toma las huellas digitales.
Uno pasa de cola en cola, de fila en fila,
dándole a la espera otro nombre.
Medimos lo que no nos falta
por esa libertad sin condiciones.
Una entrevista más, unas declaraciones,
juramentos a otras estructuras.
Después de tanto procesarnos
no nos queda nada de los sueños.
Dicen que soñar no cuesta,
yo diría, sin pensar, cuesta la vida,
los minutos gastados, el trote,
las pequeñas mentiras.
Inventamos personajes que no existen,
declararlos, imposible.
Se cansa uno de tantos pedacitos,
pensar en algo, saltar a otro capítulo.
¿Por qué no una novela?
Actuar en el teatro de teatros.
Vestirnos de otras modas.
Buscar un escenario y no un apartamento.
Los muebles son los propios,
la mesa que arrojaron en la calle,
la silla sin patas, tan perdida
en medio de multitudes y desprecios.
Estarían entonces justificados los pedazos.
El rompecabezas obtendría forma.
El teatro tira para un lado, te tuerce
y hace que te crezcan las pestañas.
Te pinta de rubia,
te pone morado cada ojo.
Eres tú, soy yo, interpretando.





Magali Alabau 
(Cienfuegos, Cuba, 1945)
Reside en EE.UU. desde 1966
POETA/ACTRIZ/DIRECTORA DE TEATRO
para leer + en ÁRBOL INVERTIDO
y en CREAR EN SALAMANCA

2 comentarios:

Miriam dijo...

De visita en tan interesante blog.Te invito a visitarme.Mi saludo con infinito respeto.

Ana Muela Sopeña dijo...

Qué buenos poemas, Miriam.

Un abrazo grande
Ana

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