Naomi Watts, King Kong, 2005 |
ESCRIBO DESDE LA FEALDAD Y PARA LAS FEAS: las viejas, las camioneras, las frígidas, las mal folladas, las infollables, las histéricas, las taradas, todas las excluidas del gran mercado de la buena chica. Y empiezo por aquí para que las cosas queden claras: no me disculpo de nada, ni vengo a quejarme. No cambiaría mi lugar por ningún otro, porque ser Virginie Despentes me parece un asunto más interesante que ningún otro.
Me parece formidable que haya también mujeres a las que les guste seducir, que sepan seducir, y otras que sepan casarse, que haya mujeres que huelan a sexo y otras a la merienda de los niños que salen del colegio. Formidable que las haya muy dulces, otras contentas en su feminidad, que las haya jóvenes, muy guapas, otras coquetas y radiantes. Francamente, me alegro por todas a las que les convienen las cosas tal y como son. Lo digo sin la menor ironía. Simplemente, yo no formo parte de ellas.
Seguramente yo no escribiría lo que escribo si fuera guapa, tan guapa como para cambiar la actitud de todos los hombres con los que me cruzo. Yo hablo como proletaria de la feminidad: desde aquí hablé hasta ahora y desde aquí vuelvo a empezar hoy. Cuando estaba en el paro no sentía vergüenza alguna de ser una paria, sólo rabia. Siento lo mismo como mujer: no siento ninguna vergüenza de no ser una tía buena.
Pero siempre hemos existido. Aunque nunca se habla de nosotras en las novelas de hombres, que sólo imaginan mujeres con las que querrían acostarse. Siempre hemos existido, pero nunca hemos hablado. Incluso hoy que las mujeres publican muchas novelas, raramente encontramos personajes femeninos cuyo aspecto físico sea desagradable o mediocre, incapaces de amar a los hombres o de ser amadas. Por el contrario, a las heroínas de la literatura contemporánea les gustan los hombres, los encuentran fácilmente, se acuestan con ellos en dos capítulos, se corren en cuatro líneas y a todas les gusta el sexo.
Son, sin embargo, mis cualidades viriles las que hacen de mí algo distinto de un caso social entre otros. Todo lo que me gusta de mi vida, todo lo que me ha salvado, lo debo a mi virilidad. Así que escribo aquí como mujer incapaz de llamar la atención masculina, de satisfacer el deseo masculino y de contentarme con un lugar en la sombra.
Escribo desde aquí, como mujer poco seductora pero ambiciosa, atraída por el dinero que gano yo misma, atraída por el poder de hacer y de rechazar, atraída por la ciudad más que por el interior, siempre excitada por las experiencias e incapaz de contentarme con la narración que otros me harán de ellas. No me interesa ponérsela dura a hombres que no me hacen soñar. Nunca me ha parecido evidente que las chicas seductoras se lo pasen tan bien. Siempre me he sentido fea, pero tanto mejor porque esto me ha servido para librarme de una vida de mierda junto a tíos amables que nunca me habrían llevado más allá de la puerta de mi casa.
Me alegro de lo que soy, de cómo soy, más deseante que deseable. Escribo desde aquí, desde las invendibles, las torcidas, las que llevan la cabeza rapada, las que no saben vestirse, las que tienen miedo de oler mal, las que tienen los dientes podridos, las que no saben cómo montárselo, ésas a las que los hombres no les hacen regalos, ésas que follarían con cualquiera que quisiera hacérselo con ellas, las más zorras, las putitas, las mujeres que siempre tienen el coño seco, las que tienen tripa, las que querrían ser hombres, las que se creen hombres, las que sueñan con ser actrices porno, a las que les dan igual los hombres pero a las que sus amigas interesan, las que tienen el culo gordo, las que tienen vello duro y negro que no se depilan, las mujeres brutales, ruidosas, las que lo rompen todo cuando pasan, a las que no les gustan las perfumerías, las que llevan los labios demasiado rojos, las que están demasiado mal hechas como para poder vestirse como perritas calentonas pero que se mueren de ganas, las que quieren vestirse como hombres y llevar barba por la calle, las que quieren enseñarlo todo, las que son púdicas porque están acomplejadas, las que no saben decir que no, a las que se encierra para poder domesticarlas, las que dan miedo, las que dan pena, las que no dan ganas, las que tienen la piel flácida, la cara llena de arrugas, las que sueñan con hacerse un lifting, una liposucción, con cambiar de nariz pero que no tienen dinero para hacerlo, las que están desgastadas, las que no tienen a nadie que las proteja excepto ellas mismas, las que no saben proteger, esas a las que sus hijos les dan igual, esas a las que les gusta beber en los bares hasta caerse al suelo, las que no saben guardar las apariencias; pero también escribo para los hombres que no tienen ganas de proteger, para los que querrían hacerlo pero no saben cómo, los que no saben pelearse, los que lloran con facilidad, los que no son ambiciosos, ni competitivos, los que no la tienen grande, ni son agresivos, los que tienen miedo, los que son tímidos, vulnerables, los que prefieren ocuparse de la casa que ir a trabajar, los que son delicados, calvos, demasiado pobres como para gustar, los que tienen ganas de que les den por el culo, los que no quieren que nadie cuente con ellos, los que tienen miedo por la noche cuando están solos.
Porque el ideal de la mujer blanca, seductora pero no puta, bien casada pero no a la sombra, que trabaja pero sin demasiado éxito para no aplastar a su hombre, delgada pero no obsesionada con la alimentación, que parece indefinidamente joven pero sin dejarse desfigurar por la cirugía estética, madre realizada pero no desbordada por los pañales y por las tareas del colegio, buen ama de casa pero no sirvienta, cultivada pero menos que un hombre, esta mujer blanca feliz que nos ponen delante de los ojos , esa a la que deberíamos hacer el esfuerzo de parecernos, aparte del hecho de que parece romperse la crisma por poca cosa, nunca me la he encontrado en ninguna parte. Es posible incluso que no exista.
(fragmento)
de King Kong Théorie/ Teoría King Kong,
Edicions Grasset&Fasquelle, 2006
Traducción de Paul B. Preciado
Edicions Grasset&Fasquelle, 2006
Traducción de Paul B. Preciado
para leer la versión de Marlène Bondil
21 comentarios:
Increíble. Me he quedado sin respiración. Me encantó.
Bueno, lo mismo me pasó a mí hace un par de días, y lo releo y más puntos de conexión encuentro.
Gracias Amando, que sea un buen día
Es para releer una y otra vez. Fantástico!!
Gràcies por compartirlo.
Aferradetes!
Sa lluna, un enorme gusto que hayas leído un largo texto.
Abrazo
Qué la parió.... Me quedé igual que Armando
Declaración de guerra!!!
Me quedé impresionada cuando lo leí.
Besos
cada tanto se encuentra una
joya-bomba Sudaca! Y hasta hay una película y no sabía nada! Y eso que leo bastante y mucho sobre género...en fin, se hizo largo el camino, pero llegué a Despentes.
en cambio Darío, lo veo como un manifiesto sin tapujos, hermoso y necesario.
ABRAZO
María, la "impresión" fue para bien?
Muy bueno. Sin vueltas. Yo conozco una mujer blanca que cumple con todas esas pautas del final. ¿Sabés cuál es su sueño? Ser negra, gorda y puta.
Besos.
Cuando tengas cosas así, pegame el silbido. Ando sin tiempo de blogósfera.
Otro.
Te ví, te ví, te ví...sabía que andabas por ahí Maia!!!
Eso es voyeurismo: vos me ves pero yo no a vos, jajaja.
:) pero pensé en vos, en nuestras viejas charlas
Sigo acá. Vos sabés que sigo acá.
Hace falta sentirse muy desgraciada para escribir con tanta fuerza, Emma.
EXTRAORDINARIO!!
Voy a buscar y leer el libro... me gusta a rabiar...
No la conocía y eso que también leo mucho sobre el tema.
Una vez le dije a mi novia de entonces que no era guapa. No sabes cómo se me revuelven las tripas cada vez que lo recuerdo. No por las repercusiones que tuvo, sino porque bastante después me di cuenta que estaba equivocado, pues era guapa.
Es paradójico: la verdad absoluta no existe.
formidable, te lo copio, ya lo he leido tres veces
Alucinante. Un texto para leer despacio y reflexionar a conciencia.
Abrazos
Ana
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