LA LLEGADA DE LA LECTURA
El placer primero fue físico. El peso del libro, la rigidez de
sus tapas que contenían la presión de los dedos, las manos abiertas
y contenedoras. La textura del papel en los pulgares, su suavidad,
el color de las hojas. El gramaje que le daba cuerpo a cada hoja, la
ceremonia de dar vuelta la página. El sonido cada vez que se separa la
hoja. El olor compenetrado de estar guardado en el baúl con naftalina,
mezclado con su olor propio. Sus letras prolijas. La magia, cierta
liturgia sagrada en cada carilla que se volvía, en el leve movimiento
del cuello para pasar de la derecha a la izquierda.
Una noche de invierno me senté en el piso contra la pared,
miraba un tomo de una enciclopedia con imágenes. Todos estaban
en sus tareas. En el calor de algún orden, inventaba las palabras
que podían acompañar esas imágenes, jugaba a que leía. Quizás las
lecturas de cuentos de la colección del CEAL que hacía H. contra
quien me acurrucaba para ver y escuchar, sean los recuerdos felices
como el del ropero en el que me refugiaba a veces a descansar.
HERENCIA DE MUJERES
El espejo del baño estaba lo suficientemente alto para empezar
desde mis hombros, era un alivio que no se vieran los pechos, sentía
que no tenían nada que ver con la nena que quería seguir siendo.
En realidad prefería ser varón, pero solo por el fantasma de futuros
partos (parirás con dolor) y la evidencia de los privilegios que es lo
mismo que decir que era feminista, aunque no lo sabía. Otra palabra
que faltaba. Ellos sólo iban a sudar en el trabajo un poco, mientras a
nosotras nos tocaban los dolores de parto.
Ya estaba el mandato de la maternidad como algo que en algún
momento te iba a suceder. Como a la abuela que había sido violada
y casada con el violador para que se haga cargo del fruto de esa
violación: mi madre. Luego llegarían seis hermanos más. Otra forma
más de ese terreno disputado y conquistado que termina siendo el
cuerpo de una mujer.
MIRAR Y APRENDER
Lavar la ropa, amasar, pelar las papas, coser, tender la ropa,
lavar el baño, fregar las hornallas, barrer la casa, tender las camas,
planchar, bordar y tejer pullovers, lavar los platos, secarlos, regar
las plantas, sacudir los colchones, lavar los vidrios de las ventanas
y almidonar el guardapolvo. Lustrar zapatos, remendar las medias,
hacer las trenzas, blanquear repasadores, bañar al perro, subir un
ruedo, ordenar el ropero, rezar. Sacar los yuyos de los canteros.
Arreglar lamparitas. Limpiar la alacena, descongelar la heladera.
Pegar una taza rota. Calentar un ladrillo. Miraba sentada en un
banquito o parada al lado o arrimando una silla, la pera apoyada
en las manos. Hablando o en silencio, preguntando. Miraba horas y
horas. Miraba y aprendía.
B O N U S T R A C K (x2)
Collage de Robin Isely |
LOS MIEDOS
Todo lo que estaba mal, estaba en la casa. Me habían enseñado
a temer a la calle que sin embargo, era el único lugar donde podía ser
yo misma.
Collage de Robin Isely |
TRABAJO INFANTIL
La inmensa alegría que sentía de llegar a casa los viernes. Todos
los días de la semana cuidaba un bebé y ese día recibía mi sueldo. Se
lo daba a madre y ella me devolvía una parte para que me compre un
helado, con el resto compraba comida, ese día comíamos gracias a mí.
No recuerdo haber sentido mayor felicidad.
- María Beatriz Fiotto Parada-
(Marín, Galicia, España, 1972)
Reside en Rosario, Argentina
ESCRITORA/FOTÓGRAFA/ARTISTA/DOCENTE
de Todo eso, GatoGrillé Ediciones, Rosario, 2021
Contratapa de María Paula Alzugaray
para leer una reseña en LAS NUEVE MUSAS
+ en AGENCIA PACO URONDO
su blog LOS ESPEJOS DE ATENEA
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1 comentario:
Extraordinaria prosa.
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