14 de marzo de 2021

Susana Barragués, 2 poemas 2


Fotografía de Elena Vizerskaya

EL CORAZÓN

a Raúl Vacas Polo

El corazón es ese órgano humeante atestado de paracaidistas,
capaz de dirigir mil operaciones aeroportuarias por segundo.

El corazón tiene la propiedad de la solubilidad, y así se
disuelve en casi todo: en la leche, en el aire, en la palabra.
Las chicharras del verano, el olor a tierra mojada,
los trenes abandonados a mediodía, hinchan el corazón de gas
y movimiento, y le imprimen energía.
Todo ocurre con velocidad en los corazones incendiarios,
que se empeñan como submarinos rojos en las querencias imposibles,
en los equipajes rotos.

El corazón está lleno de hipódromos verdes donde pastan
caballos voladores, de modo que la potencia de un corazón
se mide en caballos de vapor.

El corazón, ese órgano bursátil, ese aparato enrarecido
y furioso, está compuesto de fibras y escarabajos tejedores,
y se explica mediante el lenguaje de los signos:
acercar, dormir, acariciar. Cuando una brizna incendiaria lo toca,
ni los helicópteros, las almendras antidisturbios, los apagadores corta- fuegos,
pueden airearlo.

A veces una mata de amapolas rojas enreda el corazón
hasta asfixiarlo. Alguien o algo lo envenenan, con alimañas
y ozono y oleoductos. El corazón escupe, pero nada consigue calmarlo,
y un agua sucia y estancada detiene todo el movimiento.

Para arrancar de nuevo el corazón: soplar con los labios cerca del pecho, pulsar on.

de Los hipódromos del corazón, Fundación Jorge Guillén, 2002


Fotografía de Elena Vizerskaya

ANATOMÍA SIN PASAR POR GUERRA

Mi cráneo es una copa sin esquirla rota por el borde.
Mi tronco una roca no cuarteada por el hielo.
Mi espalda una pátina sin mácula.
Mis piernas dos lanzas sin torcer.
No tengo cornada, grieta, cicatriz de machete.
No me han clavado la daga mortífera de Alejandro.
La espada de Damocles no me ha cercenado el cuello.
Ningún dardo me han asentado en la coronilla.
No he sido repasada con el filo de una gumía
marcada con una tea ardiente o rebanada por puñal.
No me han rapado la cabellera con cuchilla de barbero.
No está en mi brazo el tatuaje de Simbad, el punto de Buda,
el símbolo vikingo de la runa Inguz o del “Nuevo Comienzo”
ni me han tallado la estrella de David en el hueco poplíteo.
No llevo el pez de los cristianos en la frente,
ni la silueta que distingue al elegido, al esperado,
el hijo del hijo de la vaca primordial en el brazo.
Si han clavado alfileres en mi vudú, nada he notado.
Apenas cuento, en mi cartilla, con un esguince de tobillo
dos orificios en las orejas para colgar pendientes
y la marca de haber saltado una alambrada.
Gracias a la suerte,
a las Actas de Capitulación incondicional de Alemania
y a un ente en forma de viento fértil que estoy conforme en llamar Dios
estoy entera, de una pieza y en pie.

Pero mi alma es una torre de cáscaras de huevo.

leído en su WEB



Susana Barragués Sainz
(Bilbao, España, 1979)
Reside en León
POETA/LICENCIADA EN CIENCIAS AMBIENTALES/
LICENCIADA EN HUMANIDADES
para leer + en ASTORGA REDACCIÓN
+ en MADRI+D

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