15 de agosto de 2019

Teresa Arijón, 2 poemas 2 (+1)


Tilda Swinton fotografiada por Peter Lindbergh 


si fuera hombre usaría
la navaja de mi abuelo para afeitarme -
rozaría lentamente el hueco del mentón,
trazaría los ángulos del rostro con precisión de esteta.
Ha de ser un magnífico ejercicio de conciencia y de pulso
mirarse cada día al espejo,
navaja en mano.

de Óstraca -Poesía reunida-, Curandera Ediciones, Bs. As., 2012
extraído de LA COLA DE RATA 



Ilustración de Georgiana Chitac

ÚLTIMO POEMA DE AMOR

dice que, ahora,
cuando el viento sacude las plantas
y hace caer hilillos de hojas
sobre las baldosas —
dice que ahora
su vocación es lavar ropa
de madrugada —
un concierto de baldes, agua y espuma de jabón,
telas varias y sus manos —
pequeñas como la menta
y perfumadas de un aire que ya no habito;
sus manos, digo,
en tareas rotundas, familiares
que aún se niegan al reparo del olvido.
de noche, no muy lejos
de la casa donde hoy vivo
ella lava su ropa como si soñara.
luego escribe — describe los colores
la selva de humo y silencio
el correr del agua por la rejilla
y las baldosas rojas —
mansas y delicadas como el viento
que noche a noche roza sus manos
como queriendo avivar el fuego
entre uno y otro corazón.

de Óstraca -Poesía reunida-, Curandera Ediciones, Bs. As., 2012
extraído de LA COLA DE RATA



B O N U S  T R A C K



En el fondo de un pozo
cuya boca ha sido tapada desde afuera
sin un resquicio que permita la entrada de la luz
un hombre, solo, con una botella de agua.
Debe meditar, si puede, sobre la impermanencia de las cosas
pero en cambio elige adivinarse las uñas de los pies.
Ha fracasado en todo: ni el amor,
ni la pura poesía en estado salvaje,
ni el ideal paupérrimo de una vida dedicada al arte.
Tiene cuarenta años y no puede mirar hacia adelante,
tampoco hacia atrás. (El pasado
es una cortina de humo sobre todas las cosas;
su sola noción opaca los usos del presente,
en cierto modo lo desanda.)
En el fondo del pozo, el hombre,
que es chino y está a punto de morir pero no (y él lo sabe),
imagina que enciende un fósforo;
siente en la yema de los dedos la aspereza
de la pólvora: el fulgor repentino que lo fascinó en su infancia
es ahora, en el pozo, un sueño sin dimensión.
(Un fantasma sin cara, él mismo sin su aspecto.)
En el fondo del pozo el hombre podría ser cualquiera,
sumirse en la historia colectiva como quien cava una fosa común.
Ser víctima o verdugo: ha perdido los límites. Desconoce
el peso permanente que arrastra sobre sí.
Él quisiera dejarse deslizar por la vía más fácil:
hacer de sus sentidos afilados un aquí y un ahora.
Pero sólo conoce aquello que lo espera: el hambre, la sed.
Como un monje suicida o destinado a la automomificación,
el hombre —que antes tuvo una esposa, a la que amaba—
querría tener ahora, en el pozo, una campana.
Una campana de tañido minúsculo para anunciar que todavía sigue vivo.
En sus horas de miedo dice palabras sueltas, destajos de un poema
que no sabe o no quiere recordar. 
Pasa la yema del pulgar por los labios resecos. 
Supone que sería más fácil dejar de respirar.
En el fondo del pozo el hombre quisiera ser juez de su propia vida
e inclinar el platillo hacia el lado de los inocentes,
los que sin más que su paciencia resignada esperan
las tramas infinitas.
Pero sabe que de algún modo es culpable
de estar allí sentado, solo,
en la extrema oscuridad.

de La vida nuevainédito






Teresa Arijón 
(Buenos Aires, Argentina, 1960)
POETA/TRADUCTORA/EDITORA/DRAMATURGA
para leer una entrevista en LA NACIÓN
para leer más en OTRA IGLESIA ES IMPOSIBLE
en MORDISCOS 
y en OP.CIT

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