17 de agosto de 2019

Ada Limón, 2 poemas 2 (II)





LA MUJER MARAVILLA

De pie en la crecida del enlodado Mississippi,
después que el doctor de Urgencias apenas dijese, Bueno,
son cosas que pasan, volví a dejarme engañar
por New Orleans otra vez más. Pastillas para el dolor giraron
como remolino en mi cartera junto a un hechizo para más tarde.
Me ha tomado tiempo admitirlo, estoy en una intensa batalla contra
mi cuerpo, la columna vertebral inclinada treinta y cinco grados,
vértigo que va y viene como un villano de DC Comics
al que nadie puede matar. El dolor invisible es a la vez
una suerte y una desgracia. Siempre te ves tan feliz,
me dijo un extraño una vez que me convertía a mi lado bueno
sonriendo. Pero ese día, sola a la orilla del río,
oía la charanga resonando desde el  Steamboat Natchez,
y por el rabillo de mi ojo, vi a una muchacha, de la mitad de mi edad,
vestida, sin una razón clara, de la Mujer Maravilla.
Se pavoneaba en toda su gloria y fortaleza, invencible,
eterna, y cuando me puse de pie para aplaudir (porque cómo no hacerlo),
hizo una reverencia y posó como si supiese que yo necesitaba un mito—
una mujer, en un río, indestructible.

Traducción de Jorge Vessel


WONDER WOMAN

Standing at the swell of the muddy Mississippi
after the Urgent Care doctor had just said, Well,
sometimes shit happens, I fell fast and hard
for New Orleans all over again. Pain pills swirled
in the purse along with a spell for later. It’s taken
a while for me to admit, I am in a raging battle
with my body, a spinal column thirty-five degrees
bent, vertigo that comes and goes like a DC Comics
villain nobody can kill. Invisible pain is both
a blessing and a curse. You always look so happy,
said a stranger once as I shifted to my good side
grinning. But that day, alone on the riverbank,
brass blaring from the Steamboat Natchez,
out of the corner of my eye, I saw a girl, maybe half my age,
dressed, for no apparent reason, as Wonder Woman.
She strutted by in all her strength and glory, invincible,
eternal, and when I stood to clap (because who wouldn’t have),
she bowed and posed like she knew I needed a myth—
a woman, by a river, indestructible.








Fotografía de Marius Filipoiu



EL ESCARABAJO ENTERRADOR

Me gusta imaginar que hasta las plantas
quieren atención, así que arranco malezas por cuatro
horas seguidas, asegurándome que los tomates
sientan el aliento caluroso de julio en el cuello,
que el arce japonés se pueda estirar,
que las batatas, las cintas,
los lirios asiáticos puedan florecer en este
lugar que nos atrevimos a llamar “nuestro”.
Cada huso mellado de gloria de la mañana,
o kudzu o verdolaga o barbarea
(barbarea vulgaris por amor a Cristo),
y me da por extrañar a todos mis conocidos.
No sé por qué. Primero vienen los montones
de juncia y enredadera y luego un
dolor que rellena la piel como la plaga de Cercospora
que está matando despacio al azulado enebro cohete
de adentro hacia afuera. Obvio, yo sé
lo que es sentirse sola, pero hoy es especial
es una necesidad física de ser tocada por alguien
gentil, una mano pulsante por la espalda. Mi chico
todavía está en Suráfrica, y la gente sigue
muriendo aunque trato de pretender que no.
He removido casi todas las coronillas rosas
y las acederas al sondear la pulcritud
de mi trabajo. No siento merecer este tiempo,
o esta parcela que moldeo en un
lugar habitable. Perdí a Dios hace tiempo.
Y no quiero rezar, pero puedo imaginar
las plantas haciéndose más profundas ahora mismo,
queriendo vivir, así que me acuesto entre ellas,
con mi camiseta rosa sin mangas, rota, inmunda y cubierta
de sudor, entre los rojos escarabajos enterradores y la tierra
a la que se ha dado vuelta y vuelta como a un problema
en la cabeza.

Traducción de Jorge Vessel



THE BURYING BEETLE

I like to imagine even the plants
want attention, so I weed for four
hours straight, assuring the tomatoes
feel July’s hot breath on the neck,
the Japanese maple can stretch,
the sweet potatoes, spider plants,
the asiatic lilies can flourish in this
place we’ve dared to say we “own.”
Each nicked spindle of morning glory
or kudzu or purslane or yellow rocket
(barbarea vulgaris for Christ’s sake),
and I find myself missing everyone I know.
I don’t know why. First come the piles
of nutsedge and creeper and then an
ache that fills the skin like the Cercospora
blight that’s killing the blue skyrocket juniper
slowly from the inside out. Sure, I know
what it is to be lonely, but today’s special
is a physical need to be touched by someone
decent, a pulsing palm to the back. My man
is in South Africa still, and people just keep
dying even when I try to pretend like they’re
not. The crown vetch and the curly dock
are almost eliminated as I survey the neatness
of my work. I don’t feel I deserve this time,
or the small plot of earth I get to mold into
some place livable. I lost God awhile ago.
And I don’t want to pray, but I can picture
the plants deepening right now into the soil,
wanting to live, so I lie down among them,
in my ripped pink tank top, filthy and covered
in sweat, among red burying beetles and dirt
that’s been turned and turned like a problem
in the mind.




Ph Jude Domski
Ada Limón
(Sonoma, California, EE.UU., 1976)
de The CarryingMilkweed Editions, 2018
National Book Critics Circle Award for Poetry
para leer más en BUENOS AIRES REVIEW
y MÁS
su FACEBOOK
su WEB

2 comentarios:

Jorge dijo...

Maravillas.

EPO dijo...

¡Extraordinarios...! Comparto en Twitter que se refleja en mi blog

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