4 de marzo de 2019

Gabriela Kizer, 4 poemas 4


Fotografía de Oscar Keys



ERA MÁS FÁCIL

Bastaba una señal, un dejo luminoso
para alargar la mano al aire
          como hacia un cuenco de abundancias,
para temblar al pie de una página sin reverso.
¿Qué suerte de futuro permitía entrar
una vez y otra
al juego de avanzar con el trapo en los ojos?
Taima.
¿Cuándo me vine abajo?
¿Cuándo crucé los brazos sobre el pecho?

de Amagos, Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 1999
para leer una reseña de Alberto Hernández en: LETRALIA





Fotografía de Oscar Keys



En una vida
deben escribirse pocos poemas de amor.
Sólo cuando el corazón anuncia algún presentimiento difícil,
cuando ya no sabemos si en medio de un mal sueño
seremos despertados por un beso
o pasaremos de largo hacia un sueño peor,
sólo ante un minuto que oscila
es dado escribir algo breve y conciso,
que no salga muy fácil.

Por lo demás
sólo rezamos cuando creemos que estamos a punto de morir,
pero creer ya es algo.

de Guayabo, Ediciones Arte Dos Gráfico/Ediciones Esta Tierra de Gracia, Bogotá, 2002





Fotografía de Rebecca Miller



Mi primer novio solía llevarme al cementerio
para hacerse más liviana la compañía de su madre.
Mi primer amante solía llevarme al cementerio
para hacerse más liviana mi compañía.
Mi primer marido solía llevarme al cementerio
sin ninguna razón aparente.
Mi segundo amante manifestó siempre inconformidad
ante mi negativa de hacerle mantenimiento 
a su sepulcro predilecto 
desde la infancia.
Mi tercer amante enfureció y me llamó puritana
por no haber querido hacer el amor
sobre la losa de la que fuera su mujer.
Mi cuarto amante me echó de la casa tildándome de puta
mientras gritaba delante de toda la vecindad
que yo pertenecía a un tipo de mujeres
que debían haber nacido muertas.
Mi quinto amante jamás pudo comprender
que tuviese que dejarlo con urgencia
al enterarme de que invertía su dinero sobrante
en parcelas equidistantes e iguales. 
Sé que aún hoy mantiene la sospecha de algún motivo oculto
y sigue expandiendo sus propiedades por diversos camposantos.
Supongo que yo también mantengo la sospecha de algún motivo oculto
que me ha llevado a heredar una casa propia, 
un buen sofá y una habitación pequeña
donde a veces suelo preguntarme por qué los hombres
persisten en buscar mujeres vivas.

de Guayabo, Ediciones Arte Dos Gráfico/Ediciones Esta Tierra de Gracia, Bogotá, 2002




Fotografía de Chrissie White



1.

Padre,
he aquí al orador de orden,
heme aquí, fuera de orden y sin saber orar.
He aquí la artritis del orador de orden,
heme aquí entumeciendo y deformando las líneas trazadas en sus manos
para que no haya gesto que pueda ser posible, para que no haya gesto.
He aquí los guantes en las manos del orador de orden,
henos aquí enajenados en la soltura de sus movimientos
y en la gracia de sus expresiones,
aunque sepamos, Padre.

He aquí el coro de lutos antiguos y parsimoniosos,
he aquí la pestilencia que trae nuestra sangre caliente,
he aquí que el único modo que tuvimos de inclinar al espectador
sobre el abismo de la escena
fue arrojándonos a él.

He aquí el hambre del abismo bajo las tablas de la escena.
He aquí el abismo,
heme aquí, a veces inapetente o padeciendo de hartura
como un muchacho pálido y enfermo,
como un muchacho enfermo, Padre, enfermo.

He aquí la ceguera del bardo, su melodía incipiente.
He aquí el miedo de la muchacha que hará soplar el viento,
heme aquí convirtiendo sus ojos en acero para los héroes, para el verdugo.

Padre,
he aquí a la gente que no fue a escuchar al orador de orden,
henos aquí en nuestras cocinas blasfemando
porque hoy será quemada la bruja que tiene maldito este lugar,
la bruja que asusta a los niños hombres por las noches,
la única habitante del pueblo que sabe rezar, pero le faltan dientes y es bruja.
Henos aquí sobre nuestros calderos
sin saber si usar sapos o ranas para el susto de esta noche.
Henos aquí, Padre, para la carcajada.

Ja. He aquí la risilla pueril de quien ya no puede ni asustarse.
He aquí lo que no convence de esta dentadura postiza.
Porque nuestra raza no habrá de tener dientes,
fue lo que dijeron en la primera conseja.
Y no me pasaron las alquimias
ni me dieron a guardar el ácido de las pociones disolventes
ni me enseñaron más que la inutilidad de la cola del lagarto.
Y heme aquí, Padre, sin saber hacer casitas de chocolate y leche
ni jaulas para tantear el espesor de mi bocado.
Heme aquí, ¿no me he presentado?
He aquí a la que escapa del fuego por la inutilidad de la cola del lagarto,
heme aquí montada en el miedo que no tienen, en la risa de su farsa
que es mi escoba, la divina comedia de esta quema
realizada mil veces en este mismo lugar.

¿Acaso ya no hay héroes? ¿Mujeres histéricas y alucinadas?
¿Alguna santa que quiera suplantarme?
¡Ah! ¿Qué otro martirio forjaréis para la bruja terrible de este pueblo?
Os saldréis con la vuestra.

Heme aquí, Padre, sin lengua para presentarte respetos,
yo, la que jamás ha reído, orgullosa verruga sin una mísera maldición a mano
y ni siquiera dispuesta a arder, heme aquí.

Padre,
he aquí al sastre laborioso de estas horas,
heme aquí tomándole medidas al eco de la carcajada
que se convierte en llanto, que se convierte en risa, que se convierte en eco.
Heme aquí atravesado de alfileres como un muñequito de mala magia
escondido en algún cajón de la antigua máquina de costura
que ya no anuda sino que parte los hilos
y deshace los ruedos
y no puede.

de Tribu, La cámara escrita, Caracas, 2011
para leer la reseña de Luis Moreno Villamediana en: 500 EJEMPLARES





Gabriela Kizer 
(Caracas, Venezuela, 1964)
POETA/DOCENTE/LICENCIADA EN LETRAS
para leer más en: LA MAJA DESNUDA
y en KALATHOS
su FACEBOOK

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