9 de enero de 2018

Silvina Giaganti, 5 poemas 5



Fotografía de Amiko Li
LAS COSAS SE VAN CON VOS

En las fotos familiares que guardo 
estoy arriba de un triciclo, una bici, un auto a
                                                                             [pedales.
Tenía ocho, nueve años y a mi papá le pedía
que me llevara a andar en bici, en karting, en moto.
En el Italpark me gastaba la chequera de los juegos 
en la pista de Indianápolis
me estaba preparando para un movimiento
que ahora veo no termina nunca.
A los 20 me fui de casa
porque del barrio hay que irse rápido.
El 98 por ciento de las familias son disfuncionales,
                                                                             [mi papá
traía plata a casa pero cenaba 
en otro cuarto y cuando subíamos
al colectivo se sentaba lejos de mí
aunque tuviera espacio.
Del barrio hay que irse digo siempre
para eso tomé envión y cocaína 
pero como me dijo mi tío que está muerto
te vayas a donde te vayas las cosas se van con vos.
Siento que estoy llena de vida y también 
que no lo soporto.
Del barrio hay que irse sigo diciendo
aunque yo ya me fui.




Fotografía de Amiko Li

ME DIJO QUE AMOR TUVE

A mi mamá le cuesta abrazarme
y preguntarme en qué ando.
Creo que no sabe qué estudié
ni de qué me recibí
pero me hace comida
para que traiga a casa
y hasta hace poco me ayudó
a pagar la obra social.
Ahora gano más
que las dos jubilaciones
juntas de mis padres
y me da una vergüenza enorme.
Mi psicóloga me dijo
que seguramente mi mamá
no hablaba mucho
conmigo ni con nadie
porque le pasaron cosas
que la metieron para adentro.
Y que si no me hubiera querido
ni me hubiera dado
los cuidados 
que de bebé necesité
no hubiera sobrevivido.
Que amor tuve, eso me dijo.




Fotografía de Amiko Li

NO ERA FECHA RELIGIOSA

Me daba mucha vergüenza que mi papá se dejara puesta
la ropa de trabajo fuera de horario y anduviera
por ahí así vestido, la camisa, el pantalón azul de grafa,
yendo y viniendo por el barrio, tomándose colectivos
como si no supiera, o no se mereciera, usar otra cosa.
Una vez abrí la puerta de su pieza y lo encontré hablándole de cerca
a un cuadro con la imagen de Jesús, colgada 
sobre el respaldo de la cama.
Le hablaba en susurros, la cara 
pegada al marco, le había puesto unas ramas de laurel.
No era fecha religiosa.
Me pregunto qué le decía, porque conmigo no hablaba. 
No se dio cuenta de que yo estaba ahí.
Hasta jubilarse se levantó a las 4.30 de la mañana calentaba leche 
en una taza de loza mientras le pegaba una barrida a la cocina. 
A veces el ruido de las fibras de la escoba me despertaba
y lo miraba por la ventana esperando el colectivo para irse a trabajar.
Recuerdo que hacía fuerza para que llegara rápido, así no pasaba frío
o algo raro en la calle.
Se colgaba de torres para soldar, y los fines de semana hacía changas: 
revoques, pintura de interiores y frentes, arreglos de cortinas.
En la cancha, en una final, le grité un gol en la cara 
porque somos de equipos diferentes.
Alguna vez me dijo que yo le gustaba como era porque me defendía 
de lo que él no pudo.
Ahora gano más que su jubilación y me da una vergüenza enorme.
Siempre me compró las mejores zapatillas, las mejores ropas, la mejor gaseosa.
Hace poco fui a su casa y me llevé la camisa Ombú que ya no usa, 
me empezó a gustar la tela y el color.



Fotografía de Amiko Li

EL INSTINTO DE UN PERRO

La noche del 29 de mayo
cociné pastas que comí
al lado del fuego
que mantuve encendido
con pericia por horas.
Era la primera vez
que hacía fuego en un hogar
y me gustó aprender algo nuevo
el día de mi cumpleaños.
Después salí a caminar por el campo
me prendí un cigarrillo
un perro me siguió dos cuadras
hasta que otra cosa lo distrajo y se fue.
Y me quedé pensando
que me gustaría tener
el instinto de un perro:
saber cuántas cuadras acompañar
y cuando tener que irme.



Fotografía de Amiko Li

TOMAR AGUA COMER FRUTA

Tomar agua comer fruta
usar ropa de algodón
especialmente holgada 
en los hombros y los brazos.
Leer libros que cuenten 
una historia y no que
la reflexionen.
Usar colonias refrescantes.
No hablar de lo que duele
excepto con quien sabe
crecer, volver a pasar
por el mismo lugar
sin hacerse tanto daño


Tarda en apagarseCaleta Olivia Ediciones, 2017





ph Pauli Villamil
Silvina Giaganti
(Avellaneda, Bs. As., Argentina, 1976)
ESCRITORA/FILÓSOFA/DOCENTE/TUITERA
de Tarda en apagarse, Caleta Olivia Ediciones, 2017
Prólogo de Santiago Llach
para leer + en LOS INROCKUPTIBLES
para leer una entrevista en INFOBAE
su TWITTER

6 comentarios:

vera eikon dijo...

Estos poemas son como una radiografía familiar, y es curioso cómo al leerlos nos apercibimos del retrato global de una generación, y, a su vez, la brecha que va de una generación a otra. A pesar del amor, hay una resquebrajadura entre padres e hijas. Y digo padres a propósito, porque no puedo evitar preguntarme si en una sociedad no patriarcal el amor sería capaz de eludir esa resquebrajadura, puesto que, incluso en una sociedad patriarcal, el amor materno es, en ocasiones,capaz de tender puentes sobre ella... Bicos.

Poesía del mondongo dijo...

Muy buenos poemas y la mirada, me llegó mucho "No era fecha religiosa"

saludos a la poeta.

Cariños Miriam

lunaroja dijo...

A pesar de que no son los que más me han gustado,tienen el aire de la reflexión hablada,un discurso natural,como una charla ,como un soliloquio.
Preciosos!

ViBravo dijo...

Me gustan. Son crudos y musicales a la vez. Los comparto

Anónimo dijo...

TOMAR AGUA COMER FRUTA!!! ESTO DE NO HABLAR CON QUIEN NO SABE ESCUCHAR DICHO ASI..."no hablar de lo que duele excepto con quien sabe crecer" me lleno el alma!!

mercedes dijo...

Me gusta, sentí que los sentimientos y la historia de los poemas pasaban con dulzura y melancolía. Puede que esta fotografía se una parte de la geografía compleja de una sociedad que se replantea el amor.

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