20 de mayo de 2017

Sinéad Morrisey, 3 poemas 3


Fotografía de Rebecca Cairns

LEER A LOS GRANDES

¿Me gustan por sus fallas?
Sin prestar atención a la regla de la Poesía selecta,
de incluir todo lo que debe incluirse—
planchado, abotonado y reluciente—
me decido por la omnívora Poesía completa.
Por las banalidades. Los resentimientos. Los errores eludibles:
de Larkin y el Imperio, por ejemplo, o de Plath y las tías.

La emoción de que se hundan, tropiecen, se queden
sin cosas que escribir antes de comenzar,
me consuela tanto como contemplar
una marina que de pronto se seca y apesta
llena de moscas & cabezas de pescado & sargazos.
Y el bajamar a una distancia imposible. Sin poder regresar.
Sí, me encantan por eso.


READING THE GREATS

Is it for their failures that I love them?
Ignoring the regulation of Selected Poems,
with everything in that should be in—
all belted & buttoned & shining—
I opt instead for omnivorous Completes.
For their froth. Their spite. For avoidable mistakes:
Larkin on Empire, say, or Plath on Aunts.

The thrill of when they dip, trip up, run out
of things to write about before they start,
is the consolation of watching
a seascape suddenly drained and stinking
of flies & fishheads & bladderwrack.
And the tide impossibly distant. And no way back.
Yes, I love them for that.


Fotografía de Rebecca Cairns

EL FARO

Mi hijo sigue despierto a las diez, echado
en su catre bajo el techo, nervioso y atento.
Es fin de agosto. El cielo, rebosante con la luz diurna
del solsticio septentrional, se apaga
cada vez más temprano hasta volverse un tazón nublado;
su lámpara con la estrella de David y una luna de plástico
cambió el atardecer en oscuridad fuera de la habitación.

Del otro lado del lago (donde los ferris se aventuran con tranquilidad
y alguna vez un crucero, enorme como un palacio,
llevó su brillante cubierta lentamente hasta el mar),
un faro comienza su propio llamado nocturno
en señales fracturadas; parpadea y hace señas
con lanzamientos de rayo, luego se detiene para atraparlos,
y entonces vuelve a tirarlos más allá de su paralaje.

Él cuenta cada vuelta de color crema con la mente,
cada negrísimo intervalo, y piensa que son sólo para él—
este gesto de un mundo al que no se tiene acceso:
ambos cubiertos en parte y visibles en otra,
sostenidos por una especie de conversación entre niños
que nadie más puede escuchar. Ese lugar privado, le contesta,
con pájaros y ventanas con listones: he estado ahí.



LIGHTHOUSE

My son’s awake at ten, stretched out along
his bunk beneath the ceiling, wired and watchful.
The end of August. Already the high-flung
daylight sky of our Northern solstice dulls
earlier and earlier to a clouded bowl;
his Star of David lamp and plastic moon
have turned the dusk to dark outside his room.

Across the Lough, where ferries venture blithely
and once a cruise ship, massive as a palace,
inched its brilliant decks to open sea—
a lighthouse starts its own nightlong address
in fractured signalling; it blinks and bats
the swingball of its beam, then stands to catch,
Then hurls it out again beyond its parallax.

He counts each creamy loop inside his head,
each well-black interval, and thinks it just for him—
this gesture from a world that can’t be entered:
the two of them partly curtained, partly seen,
upheld in a sort of boy-talk conversation
no one else can hear. That private place, it answers,
with birds and slatted windows—I’ve been there.



Fotografía de Rebecca Cairns

MIGRAÑA

Y está ocurriendo una vez más:
bárbaros en el salón de los tapices
con navajas afiladas como alfileres. Escenas tan lindas
como este día de nubes en arbustos blancos
y conmoción de brotes rojos
en el baldío

que luce de pronto dañado:
acuchillado por la espalda
de tal manera que surgen sin orden una docena 
de agujeros brillantes y del tamaño de alfileres. Luego se ensanchan.
Pronto la hierba no habrá sido arrancada,
el tojo estará completamente crecido,

Ya no veo tu rostro.
Posando con mangas sin desplegar
y encaje que se desvanece,
perdí ya la esperanza de lo completo:
el mono bajo el naranjo,
el ruiseñor andrajoso.


MIGRAINE

And it's happening yet again:
vandals set loose in the tapestry room
with pin-sharp knives. Such lovely scenes
as this day's scrubbed-white clouds
and shock of scarlet blooms
across the wasteground

looking abruptly damaged —
stabbed-through from the back
so that a dozen shining pin-sized
holes appear at random. Then widen.
Soon even the grass has been unpicked,
the gorse hacked open.

I can no longer see your face.
Posed in unravelling sleeves
and disappearing lace,
I have given up all hope for what was whole —
the monkey under the orange tree,
the tatterdemalion nightingale.




Sinéad Morrisey
(Portadown, Armagh, Irlanda del Norte, 1972)
Reside en Belfast
POETA/PROFESORA DE ESCRITURA CREATIVA
de Parallax and Selected Poems, New York: Farrar, 
Straus and Giroux, 2015 (e-book)
Traducción de Irene Artigas Albarelli
para leer + en ZUMO DE POESÍA

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