Fotografía de Silvia Grav |
ROMPECABEZAS
Veo las piezas en esta mesa de madera
desparramadas como caracoles marinos olvidados un día de lluvia,
sin sentido en su disposición arbitraria,
riéndose de mí irreverentes.
Tantas que ninguna caja alcanzaría-
pequeñas como óvulos algunas; otras, pesadas como el mar.
Imágenes de agua, bosques, oscuridades-Ninguna puede ser devuelta.
Se multiplican cada segundo,
abandonan los lugares donde necesito verlas,
claman por atención si me distraigo.
El rompecabezas está en mis sueños, mis sueños en él:
no hay despertar al alivio, descanso reparador, diferencia entre noche y día.
Imágenes adheridas a mis párpados con fuego, con agonía, con amor-
mi madre alzándome en un banco de plaza,
el primer día de escuela,
un picnic junto a un río de piedras cubiertas de lana.
¿Cómo puedes ser la misma ahora, Madre,
la misma hacia quien corrí con brazos abiertos en una playa del Perú?
¿Eres sólo lo que veo, o hay algo más en ti
que las palabras que desespero por encontrar?
¿Por qué esta inagotable mesa plena de culpa entre nosotras?
Y, dime: ¿acaso tus ojos siempre han sido tristes,
o es sólo mi mirada reclamando tu regazo?
Encajo dos piezas y luego una tercera,
pero las otras se reproducen cual células malignas,
desbordan la mesa, copulan en el aire sin vergüenza.
Como ha sido, será-
Estoy atada con recuerdos a esta silla,
sólo cuando todo encuentre su lugar estaré en libertad,
podré salir de esta casa oscura,
volver a ese domingo cuando reíamos juntas
y el miedo aún no alimentaba mi alma.
¡Si pudiéramos volver a escribir la historia, Madre!
¡Si pudieras ayudarme a descifrar el barro del que nací!
Pero estás más allá de las manos que tengo para alcanzarte-
Centímetro a centímetro te acercas a tu muerte
y yo no hallo un lenguaje que baste para las dos.
El mago saca un conejo de la galera,
traga una espada, serrucha una mujer en dos,
hace desaparecer un elefante en nuestras narices.
Matías no se sorprende:
sus manos, mi pelo, los zapatos rojos
de la niña delante nuestro,
le interesan más.
En el zoológico, en vez de mirar los tigres,
contempla las plantas.
Los gorros de los chicos grandes lo hipnotizan.
Simples nubes, la blancura de una pared,
el ir y venir constante de los dedos de sus pies-
¿Qué hay ahí?
No me lo dice:
sus ojos en mis labios
forcejean por gobernar sonidos.
Le lleva semanas enteras
(nada por aquí, nada por allá)
pero, finalmente, da con el conjuro exacto,
"ma-ma-ma-ma", y ahí estoy para él. Ahí estaré
mucho después, cuando pierdan encanto las palabras
y, aburrido de proezas, el brujo
me deje de llamar. ¿Será más fácil entonces,
libre una vez más, cuidar sólo de mí?
¿Qué lazo, además de un instinto deslucido,
llenará el vacío entre nosotros?
¿Seremos capaces de admirar de nuevo un hormiguero,
de remontar un barrilete juntos,
de reunirnos en silencio
una tarde invernal?
Mori Ponsowy
(Buenos Aires, Argentina)
ESCRITORA/EDITORA/TRADUCTORA
de Enemigos afuera, Colección Fénix
Ediciones del Copista, Córdoba, 2001
su blog: GOMA DE BORRAR
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