11 de noviembre de 2014

Gastón Ribba, Los días de lluvia...


Fotografía de Saul Leiter


Los días de lluvia, mientras escribo boludeces, escucho los servicios internacionales de radios rusas y japonesas. Como quien oye llover. Es bueno escuchar noticias que en apariencia no afectan y no le importan a casi nadie. Hoy elegí la agencia de noticias de la China. No me miren así. Hay gente que pasa noches enteras en sintonía con los radiotelescopios del SETi, tratando de oír entre el “ruido de fondo” del Big Bang y la música de las estrellas, la risa de Dios o de algo “vivo” allá afuera. Se los recomiendo. Es relajante.
Escucho que la policía china desbarató ayer una banda dedicada al robo de cadáveres para la celebración de “matrimonios-fantasma”. Mala cosa es para un chino morir soltero. Mala suerte para los que quedan, marcados por su nombre y sombra, en esta orilla de la muerte. Esta tradición, que se remonta a veinte siglos antes de nuestro año cero occidental, consiste en enterrar a los finados sin pareja junto a una difunta que lo acompañe allá donde el frío, la oscuridad y el silencio.

Mao perdió la guerra contra los gorriones y ésta también. A pesar de las persecuciones, la superstición de esposar muertos goza de buena salud en los cantones del sur y es un buen negocio. Se maneja en forma similar a una carnicería o un burdel: una muertita soltera, joven y fresca cotiza en varios miles de yuanes. A diferencia de los chacinados, el precio baja a medida que aumenta el tiempo de estacionamiento, la edad y la dureza del fiambre.
Los días de lluvia me aburro. Como cualquier niño. Pienso en las novias de hielo mientras juego a los Rasti con envases de medicamentos. Armo una maqueta de mi futura casa. Necesito verla tomar cuerpo. Pruebo con toda la farmacopea de mi vieja. Analgésicos, suplementos, vitaminas, reductores de lípidos, calcios y fósforos. Las únicas cajas que se aproximan a las proporciones dibujadas en los planos son las de clonazepam. Sonrío. Una casa tiene que ser un escudo contra el afuera, un olvido cálido, una niebla sólida, un útero que te deja volver. Me alarmo. Una casa no tiene que generar dependencia. Tiene que apretar un poco, como los zapatos nuevos. Salir también tiene que brindar una especie de alivio.

Los días de lluvia me gustaría estar casado. Con una mujer viva, en lo posible. El ruido del Universo en expansión, mezclado con las ondas de radio de los cuerpos celestes y el viento solar, es como el de los buñuelos al freírse pero en voz baja. No calienta. No llena. Con una mujer que sepa hacer buñuelos o panqueques o tortillas de manzanas y peras. Miro mi casa de envases de ansiolíticos y pienso en Mao enviando al ejército contra los gorriones. No me miren así. Es verdad que envió a cientos de miles de soldados a combatir contra los gorriones en los campos y perdió. Como Napoleón contra la nieve. Como yo contra mí.

Los días de lluvia, mientras escucho noticias de otros mundos como quien oye llover, pienso y escribo boludeces que no le importan a casi nadie. De fondo me parece oír la risa de Dios.




Gastón Ribba 
(Villa María, Córdoba, Argentina, 1972)
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