s/d del autor de la fotografía |
EIN DEUTSCHES REQUIEM (*)
Dicen que fuimos dos millones. Pero yo no sé cuántas fuimos,
sino tantas.
Yo sólo sé que pagamos por todos los vivos, por todos los muertos y por todos los
pecados con creces
y que por todas las culpas de los que antes o después nacieron también pagamos.
Yo sólo sé que nos cogían como en volandas, como en racimos, como a puñados,
que se repartieron nuestros cuerpos como baratijas de un macabro botín que todos
desprecian pero en el que nadie renuncia a tomar su parte.
Yo sólo sé que fuimos la carroña que las alimañas se disputan entre gruñidos cuando
su presa aún vive,
y agoniza.
Yo sólo sé lo que sé, y lo que sé ya es bastante:
que teníamos quince, treinta, hasta setenta años y ellos eran tal vez diez, quizá cien,
cómo saber si más.
Cómo saberlo.
No lo recuerdo.
Para qué recordar.
Yo sólo sé que pagamos de sobra y al contado en carne viva y ni pudimos suplicar
clemencia, ni tuvimos derecho a consuelo alguno,
ni pudimos chillar ni después decir aquel grito ahogado boca adentro que se nos hizo
nudo de hiel en el estómago, obsceno baldón, coágulo de infamia y de vergüenza.
Yo sólo sé que nos mordíamos la lengua y nuestros labios se volvieron cepos de dolor y
mordazas de ultraje,
que fuimos despojadas a jirones hasta del último retal de pudor o de alegría y aunque
lo sé,
no lo recuerdo.
Para qué recordar.
Lo que sí recuerdo es este punzón candente de odio que me atraviesa la sien hasta
alcanzarme el alma en su tuétano
cada vez que recuerdo mis doce primaveras y mi coleta como una estela de trigo
amarilla que brillaba en el bosque,
cada vez que recuerdo la muñeca de trapo que mecí contra mí y mi madre no podría
coser jamás con sus manos,
y aquel vestido que no estrené,
y cada vez que un lazo al corazón que ya ningún domingo;
y aquellas trenzas de espiga que usaron para arrastrar mi infancia al cobertizo
para arrancármela.
Lo que sí recuerdo es esto.
Recuerdo a Hannelore tragando tierra y baba mientras nos mirábamos llorando.
Recuerdo a Ilse desangrándose cubierta de semen y sus labios morados de frío como
con una escarcha densa y blanca y blanda sobres pétalos rotos de rosas moradas.
Lo que sí recuerdo es que Irmgard ya estaba de cuatro
y que las madres daban cianuro a las niñas más pequeñas hasta que sólo quedó un
jirón de blusa y matarratas.
Y nuestros llantos antorchas que se fueron, poco a poco, apagando.
Juan Carlos Friebe
(Granada, España, 1968)
de Poemas a quemarropa, Editorial Point de Lunettes,
Colección Esquenocomo, 2011
para leer + en LA NOCHE EN BLANCO DE GRANADA
leído en ESPECIALISTA EN IGUALDAD
de Poemas a quemarropa, Editorial Point de Lunettes,
Colección Esquenocomo, 2011
para leer + en LA NOCHE EN BLANCO DE GRANADA
leído en ESPECIALISTA EN IGUALDAD
(*) 2 millones de mujeres alemanas fueron violadas tras la entrada en Alemania de las tropas aliadas al declararse finalizada la II Guerra mundial. El uso del cuerpo de las mujeres como arma de guerra hace de nosotras las perdedoras, siempre, de todas las guerras. No importa en el bando que estemos, siempre es el nuestro el derrotado. Pocos episodios de la II Guerra Mundial hay menos conocidos que esa violación masiva de mujeres (de todas las edades, niñas, jóvenes, adultas, ancianas hasta casi 2 millones de ellas). Tabú durante décadas, algunos reportajes, alguna exposición, algún libro (casi ninguno o ninguno con el imprescindible enfoque de género). Pero hoy no traigo vídeo, ni foto (aunque acompañe) ni enlaces. Traigo un poema y a un poeta que ha sabido captar el horror indescriptible y ponerle palabra.
2 comentarios:
Llorar, sólo puedo leerlo, sentir y llorar.
Temblar también, y de repente que frío, y volver a llorar.
Gracias, Miriam.
Un abrazo.
m.
tremendo poema. ese tembladeral histórico que siempre provocará tembladeral físico, terror, en cualquier tiempo. susana zazzetti.
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