Fotografía de Vivian Dorothea Maier |
Un día de mercado es como un revoltijo
de manos que llevan bolsas,
y en cada mano hay una marca por el peso de la bolsa,
son marcas invisibles, van boca abajo.
Los suelos en los mercados se ven sólo al final
cuando es más de mediodía y las bolsas abandonadas se
inflan
y quedan tierra y cajas vacías.
Se adivina entonces un mercado que pasó por encima
como por descuido pero con algo de vanidad.
Y se llevó sus toldos de plástico blanco y las cuerdas
que estaban cargadas de algodones y lycras.
Lejos ya los tablones y los caballetes con libros apilados.
En algún lugar debió de venderse una pulsera de cuentas
viejas,
un cuaderno garabateado, una herradura.
Cuando termina el mercado ya no se pueden pasar los
dedos
por los libros viejos y luego frotárselos contra los
pantalones con disimulo.
El mercado pasó y un reguero de gente por debajo,
entre las piernas separadas y los faldones cosidos a mano.
En el suelo no queda nada del ruido del mercado,
las voces de los vendedores no se inflan ni ruedan por
las aceras.
Las voces fueron en el mercado como las ruedas de las
bicicletas,
círculos que dan movimiento.
El mercado rueda sobre las voces de los vendedores.
Teresa Soto González
(Oviedo, España, 1982)
de Un poemario, Rialp S.A., Madrid, 2008
Premio Adonais 2007
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1 comentario:
Lo sentimos por Silvio pero su amor sí es amor de mercado...
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