8 de julio de 2012

Tove Ditlevsen, Domingo


Fotografía de Michael Kellenter
DOMINGO

Nunca ocurre nada los domingos.
Nunca encuentras un nuevo amor en domingo.
Es el día de los infelices.
Día de pensión o día de familia.
Las horas más dolorosas de la amante
cuando se imagina a su amado
con sus hijos en las rodillas
mientras su mujer, sonriente,
entra y sale con tentadoras bandejas.
Un día maldito.

Alguna vez tuvo que haber sido diferente.
¿Por qué si no tendríamos todos
que esperar con ansias el domingo durante toda la semana?
¿Quizá cuando íbamos a la escuela?
Pero ya entonces las campanas sonaban
compungidas y grises como lluvia y muerte.
Ya entonces las voces de los adultos
eran débiles e insonoras como si buscasen a tientas
y en vano las palabras dominicales.

El olor a humedad y a pan mohoso,
a sueño, botas de goma y achicoria
ya subía entonces por la escalera
y la calle, que estaba dura, vacía y diferente
de una manera desolada ­
El olor dominical nos forraba
con la gruesa capa de la decepción
que sigue a una expectativa
sin meta específica.

Pero, entonces ¿cuándo? En un lugar anterior a la memoria
hubo felicidad, una expectativa irresistible
que todavía nadie había sido capaz de defraudar.
Entonces las campanas significaban que papá estaba en casa,
el bigote, las negras cejas y el olor a tabaco mascado
estaban allí y allí quedaban, en un lugar cercano,
y quizá la risa de tu joven madre
sonaba más alegre que los otros días.

Es domingo. Tú nunca encontrarás
un nuevo amor ese día.
Estás sentada en el cuarto de estar
apabullada y rígida como una figura de cartón
a los ojos de los niños.
Escarban con los pies
y se pelean sin energía.
«Deberíamos hacer algo», dices.
«Sí», dice una voz detrás del periódico.
Entonces os calláis los dos, porque todo lo que tenéis ganas
de hacer es oculto y secreto
y sería inaceptable para el otro.

Las campanas de la iglesia suenan. Las narices de los niños
se llenan de desesperanzado olor heredado.
Sobre sus dulces rostros se desliza
una fealdad pasajera.
Una luz marchita
nace en sus ojos.

Pero todos esperamos el domingo
toda la semana, toda nuestra vida,
esperamos la ilusión de cientos
de largos domingos vacíos, agotadores.
Día familiar, día de pensión,
el infierno de los amantes secretos.
Ese día en que la nauseabunda grisura de los adultos
impregna a los niños y establece
la incomprensible melancolía dominical de los años venideros.





Tove Ditlevsen  
(Copenhaguen, Dinamarca, 1918 - 1976)
de Den hemmelige rude, 1961
Traducción de Francisco J. Uriz
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9 comentarios:

Sinuhé dijo...

En alguna época esperaba el domingo para leer los chistes del diario... pero ya no compro ningún diario...

Qué bajón, Emma!!

Mariela Laudecina dijo...

Cuando era adolescente me deprimían los domingos. Por suerte hoy son solo algunos.
Un poema devastador pero muy hermoso.
abrazo

farala dijo...

Me encanto, y excelente traducción que adivino difícil

vera eikon dijo...

Parece que para la mayoría de la gente es así, y lo leo y hago de esa decepción algo propio. Pero yo casi siempre soy feliz en domingo. Será porque casi he conseguido eliminar las obligaciones de mi domingo, y entonces me doy tiempo para volverme umbilical, aunque eso signifique estar todo el día tirada en el sofá, viendo películas, y que de vez en cuango alguien me haga reir...Qué terrible me sonó ese infierno de los amantes secretos. Me gustó mucho. Besos

EG dijo...

Sí, es un bajón Sinuhe, pero...

Darío dijo...

Tenía que ser de Dinamarca...

Axis dijo...

Es raro tal vez, aunque Ditlevsen lo retrate perfectamente, ya no recuerdo el vacío de los domingos, tal vez porque ya no sea amante, tal vez porque ahora elijo si voy o no a almorzar con mi familia, tal vez porque puedo dormirme unas siestas increíbles y si estoy en el balcón con solcito me siento super bien.
No significa que ya no sienta vacío, pero el muy turro puede aparecer en cualquier momento de la semana!!!

Me gustó mucho el hallazgo,

Besos a vos y a Isza :)

silvia camerotto dijo...

ah, los domingos!

Leo Mercado dijo...

El domingo es el día en que las ansias nos carcomen las plantas de los pies.

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