25 de noviembre de 2011

Rosario Castellanos, Autorretrato


Fotografía de Andrea Hübner

AUTORRETRATO

Yo soy una señora: tratamiento
arduo de conseguir, en mi caso, y más útil
para alternar con los demás que un título
extendido a mi nombre en cualquier academia.

Así, pues, luzco mi trofeo y repito:
yo soy una señora. Gorda o flaca
según las posiciones de los astros,
los ciclos glandulares
y otros fenómenos que no comprendo.

Rubia, si elijo una peluca rubia.
O morena, según la alternativa.
(En realidad, mi pelo encanece, encanece.)

Soy más o menos fea. Eso depende mucho
de la mano que aplica el maquillaje.

Mi apariencia ha cambiado a lo largo del tiempo
-aunque no tanto como dice Weininger
que cambia la apariencia del genio-. Soy mediocre.
Lo cual, por una parte, me exime de enemigos
y, por la otra, me da la devoción
de algún admirador y la amistad
de esos hombres que hablan por teléfono
y envían largas cartas de felicitación.
Que beben lentamente whisky sobre las rocas
y charlan de política y de literatura.

Amigas… hmmm… a veces, raras veces
y en muy pequeñas dosis.
En general, rehuyo los espejos.
Me dirían lo de siempre: que me visto muy mal
y que hago el ridículo
cuando pretendo coquetear con alguien.

Soy madre de Gabriel: ya usted sabe, ese niño
que un día se erigirá en juez inapelable
y que acaso, además, ejerza de verdugo.
Mientras tanto lo amo.

Escribo. Este poema. Y otros. Y otros.
Hablo desde una cátedra.
Colaboro en revistas de mi especialidad
y un día a la semana publico en un periódico.

Vivo enfrente del Bosque. Pero casi
nunca vuelvo los ojos para mirarlo. Y nunca
atravieso la calle que me separa de él
y paseo y respiro y acaricio
la corteza rugosa de los árboles.

Sé que es obligatorio escuchar música
pero la eludo con frecuencia. Sé
que es bueno ver pintura
pero no voy jamás a las exposiciones
ni al estreno teatral ni al cine-club.

Prefiero estar aquí, como ahora, leyendo
y, si apago la luz, pensando un rato
en musarañas y otros menesteres.

Sufro más bien por hábito, por herencia, por no
diferenciarme más de mis congéneres
que por causas concretas.

Sería feliz si yo supiera cómo.
Es decir, si me hubieran enseñado los gestos,
los parlamentos, las decoraciones.

En cambio me enseñaron a llorar. Pero el llanto
es en mí un mecanismo descompuesto
y no lloro en la cámara mortuoria
ni en la ocasión sublime ni frente a la catástrofe.

Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo
el último recibo del impuesto predial.




Rosario Castellanos 
(México DF,1925 - Tel Aviv, Israel, 1974)
POETA/ESCRITORA/PERIODISTA/DIPLOMÁTICA
de Poesía no eres tú, 1972, pág. 289
para leer MÁS

6 comentarios:

Errata y errata dijo...

Me gusta esta mujer.

Marga dijo...

A mí también, se parece a todos mis espejos...

Siendo mujer una aprende a valorar el llanto en las actitudes cotidianas y a esconderlo en las graves o sublimes, ajá.

vera eikon dijo...

No sé....me parece percibir una lúcida ironía....Interesante. Beso

EG dijo...

Creo que es de una honestidad brutal.

Estuve viendo que este poema se usa mucho para estudio, en incontables páginas de la web está presente para análisis.

Saludos Maia, Marga, Vera

Paula Irupé Salmoiraghi dijo...

Lloro cuando se me quema el arroz

Fernando dijo...

Si no fuera porque vive frente a un bosque diría que es mi mujer!! Ahora mismo estoy comiendo un
sushi del delivery mientras mi señora llora por la carne que saló demasiado.
Saludos

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...