9 de noviembre de 2020

Aketzaly Moreno, 2 poemas 2


Fotografía de Zena Holloway

a Edgardo

Hay tan pocas palabras en la vida
que no obstante nos lastiman tanto;
nos abandonan en la oquedad de un paraje
púrpura de tan negro,
donde uno busca su constelación en vano
y se tienda sobre la maleza abrazado a sus costillas;

estas palabras
vuelven témpano el llanto,
lo obligan a morir ahorcado en el cogote
de quien no puede terminar una plegaria;
ni el desplome de un fresno
ni el derrumbe de un yunque
caen tan duro
y pesan tanto
como pesan estas palabras,
estas pocas palabras
que pueden guardarse en el buche de un búho
pero que no obstante nos lastiman tanto
como la caída de un relámpago en la sangre.


Fotografía de Zena Holloway


Pero más me gustan las yeguas
y esto también ya lo sabes;
era apenas potranca en muda de hembra
y ya deseaba lamer las grupas de la recua;
escondí con el retrote en suspensión
mis hartas ganas de abrazarme de las cerviz a los muslos
y más que buscar un miembro erecto
iba tras la hendidura de la carne y sus aromas;
y no hay, lo juro, humedad más placentera
que esa que se desprende de las corridas
sobre campo nocturno despejado;
porque tuve esos años urgentes
y se volvía montura
todo lugar donde el instinto me espoleara;
esto no tendría por qué decirlo
porque  tú también ya lo sabes.

Muy pocas veces cuestioné el porqué de las yeguas;
me abandoné a la fascinación de observarlas,
melena azabache con obvio porte de frisón;
mira cómo me dejan temblando,
la tierra ha vuelto en calma
y yo sigo siendo polvareda;
de mi boca toman las palabras descarnadas,
van al nervio de lo que invoco
y ellas mismas me devuelven médula y nervadura.

No sé si fue por la dualidad del temperamento,
coz de límites suaves
que parte la nuca si se defienden;
cuando sujetan la vida no le temen al reguero
ni a la amenaza de la serpiente:
se levantan bípedas, relinchan y acometen;
y yo no puedo más que venerarlas
porque a las yeguas, también hay que decirlo,
más las persigue la muerte.

No me interesa nombrar las brasas ni precisar su volumen,
ni sabría decir por qué las yeguas me enardecen;
pero soy mansa para resignarme,
acepto con la edad encima, no sin tristeza,
a cambio de este gozo y de este gusto
ser yerma de sangre y fértil de vena.





Aketzaly Moreno 
(México, D.F., 1992)
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