3 de junio de 2019

Kikí Dimulá, 3 poemas 3


Fotografía de Patty Maher


POLVO

Compadezco a las amas de casa
por el modo en que luchan
para quitar el polvo de su hogar cada mañana;
polvo: última carne de lo descarnado.
Escobas escobillas
escurridores plumeros sacudidores
bayetas y estropajos payasos
ruidos y formas lo mismo que acróbatas,
como látigo caen los movimientos
sobre el polvo doméstico.
Cada mañana balcones y ventanas
amputan una acción y una excitación:
cabezas incorpóreas saltan como un yoyó,
manos sobresalen, se retuercen
como si algo las matara desde dentro,
cuerpos rotos por la mitad
que al agacharse fueron serruchados.
Otra rotura más de lo Entero,
que sin cesar se rompe,
antes de existir se rompe
como si eso fuera exactamente su objetivo,
no existir.
La vida entera dicen otros.
A santo de qué entera
con un metro roto que lleváis siempre
¿y nosotros medimos?
Palabra deplorable lo Entero.
Corpulenta trastornada deambula.
Por eso los tronados metros la llaman trastornada.

Sacudiendo siempre sacudiendo
para quitar el polvo de las superficies poco profundas
para quitarlo de los profundos nidos del sueño,
sábanas y cobertores.
Y las ocasiones
en las que el cuerpo salta asustado
de noche aullando Dios mío me disminuyo,
se sacudirán también ellas como polvo,
polvo la reducción y el susto.
No aguanto estas sacudidas
que obligan a exponer los problemas familiares.
Infladas almohadas del sueño
golpeadas con furor y yo temo,
tiemblo para que no se estropeen:
son de cristal los testamentos de los sueños allí dentro.
Todos los sueños tienen por heredero un sueño
jamás una persona.
Tiemblo, tanta desheredación universal,
no aguanto que se sacuda como polvo.
Golpean las alfombras
para quitar el polvo de los nidos dibujados,
que se arroje de los puentes de los colores.
Y el paso presuroso que se distingue
enloquecido aquí y allá dentro de la casa
sobre la plana confianza de las alfombras
que no oigan los del piso de abajo qué camina
que no oigan qué no camina a la par,
se sacudirá él también como polvo.
No aguanto estas sacudidas
que obligan a exponer los problemas familiares.

Compadezco a las amas de casa
por su trabajo estéril.
El polvo no se quita, no se agota.
Cada vez que el tiempo se encuentra con el tiempo
se firma un nuevo acuerdo de polvo.
Las precauciones que él —lo Limpio
y lo Estable— adopta, acaban siendo medios para su regreso.
Lo trae el mejor, el número uno.
No he visto superficies más polvorientas que ellos.
Hasta la Luz, siempre limpia
se vuelve una transportadora alegre del polvo:
es un milagro verla
cómo avanza inmóvil sobre el rayo solar,
igual que si pisara sobre una escalera mecánica
de aquellas modernas, las hipnotizadas,
con los escalones castrados.
Se transporta
visible como aire molido grueso
para volver a entrar por las ventanas abiertas,
sus leyes abiertas.
Nuestra existencia es su casa y su futuro.

Yo, desordenada como soy, lo dejo sentarse
a estudiar sobre el lomo de un libro
que trata de la Vejez.
Sobre la fotografía juiciosa de mis hijos
cuando me llevaban puesta
blanca, almidonada, redonda Madre
cosida flojamente por dentro
con puntadas invisibles, ligeras
en su uniforme escolar.
Ahora mis hijos se han vestido de Personas Mayores,
el polvo tiene ahora puesto su uniforme escolar
el cuello redondo,
el polvo se viste de Madre
—así habrá de coser
las relaciones y las dependencias,
con costuras ligeras y flojas,
para que las puedan descoser fácilmente.
Yo nunca quito el povo
del atleta de bronce
que adorna el gran reloj de bronce.
Sus miembros tan musculosos
parecen enfadados.
Quizá porque lo obligan a ejercitar
algo muy invisible,
tal vez ejercite el tiempo,
tal vez el tiempo quiere y puede
correr más rápido de lo que corre.
Rendimiento que hace feliz al polvo.

Se posa sobre mi espejo,
es suyo, se lo regalé.
¿Qué haría yo con un campo baldío?
Dejé de cultivar mis caras allí dentro,
no tengo ganas de arar cambios
y de duplicarme distintamente.
Lo dejo sentarse
lo dejo llegar
que llegue con la bolsa
lo dejo que se desparrame sobre mí
como si fuera el cuento molido de una gran historia,
lo dejo que venga rápido muy rápido
como si fuera el tiempo que se ejercitó
para correr más velozmente de lo que corre
y el polvo pesado, gordinflón está sentado,
lo dejo sentarse, retrasarse,
gordinflón me cubre, lo dejo
que me cubra lo dejo
me cubre
que me olvides lo dejo
que me olvides dejo
que me olvides
que te olvides
te dejo
porque no aguanto estas sacudidas
que obligan a exponer los problemas familiares.

de Símbolos solubles, Ediciones Linteo, Ourense, 2010
Traducción de Nina Anghelidis





Fotografía de Patty Maher



PASÉ

Ando y anochece.
Decido y anochece.
No, no estoy triste.

Fui curiosa y aplicada.
Sé de todo. Un poco de todo.
Los nombres de las flores cuando se marchitan,
cuándo reverdecen las palabras y cuándo tenemos frío.
Cuán fácil gira el cerrojo de los sentimientos
con una llave cualquiera del olvido.
No, no estoy triste.

Pasé días de lluvia,
me llené de tensión tras esta
aguada tela metálica
de manera paciente e inadvertida,
como el dolor de los árboles
cuando pierden su última hoja
y como el miedo de los valientes.
No, no estoy triste.

Pasé por jardines, me paré en fuentes
y vi muchas estatuillas riéndose
por ocultos motivos de alegría.
Y a pequeños cupidos, fanfarrones.
Sus tensos arcos
salieron media luna en mis noches y me solacé.
Vi muchos y bonitos sueños 
y vi que me olvidaba.
No, no estoy triste.

Anduve mucho por los sentimientos,
los míos y los de otros,
y entre ellos siempre quedaba espacio 
para que el ancho tiempo pasara.
Pasé por oficinas de Correos y volví a pasar.
Escribí cartas y volví a escribir
y al Dios de las repuestas le recé sin esfuerzo.
Recibí breves postales:
cordial despedida desde Patras
y algún saludo
desde la Torre de Pisa que se inclina.
No, no estoy triste por que se incline el día.

Hablé mucho. A los hombres,
a las farolas, a las fotografías.
Y mucho a las cadenas.
Aprendí a leer las manos
y a perder manos.
No, no estoy triste.

Viajé por supuesto.
Fui por aquí, fui por allá…
En todos los sitios preparado para ver envejecer el mundo.
Perdí por aquí, perdí por allá.
Y por mi cuidado por dentro perdí
también por mi descuido.
Fui también al mar.
Se me debía una amplitud. Digamos que la cogí. 
Tuve miedo a la soledad
e imaginé hombres.
Los vi cayéndose
de la mano de una tranquila cortina de polvo
que recorría un rayo de sol
y a otros del sonido de una diminuta campana.
Y soné en repique
de ortodoxa soledad.
No, no estoy triste.

Cogí también fuego y me quemé lentamente.
Y no me faltó ni la experiencia de las lunas.
Su fase menguante sobre mares y sobre ojos
oscura me aguzó.
No, no estoy triste.

Cuanto pude me resistí a este río
si tenía mucha agua, para que no me llevara,
y cuanto pude imaginé agua
en los ríos secos
y me dejé llevar.

No, no estoy triste.
En hora correcta anochece.

Traducción de Virginia López Recio
extraído de REVISTA ÓMNIBUS Nº 50



Fotografía de Patty Maher



LA COARTADA

Cada vez que te visito
sólo el tiempo transcurrido
de una vez a otra ha cambiado.
Por lo demás, como siempre
se desliza desde mis ojos como un río
turbio tu nombre grabado
—padrino del guión pequeñín
entre las dos fechas,
no vaya a pensar la gente que ha muerto
sin bautizar la duración de tu vida.
A continuación limpio las mustias
cagaditas de las flores añadiendo
algo de arcilla roja donde se ha depositado negra
y le cambio, finalmente, el vaso a la lamparilla
por otro limpio que traigo.

Nada más volver a casa
a conciencia lavaré el sucio
desinfectando con lejías
y cáusticas espumas de espanto que echo
cuando me agito con fuerza.
Con guantes siempre y manteniendo mi cuerpo
a gran distancia del pequeño lavabo
para que no me salpiquen las aguas muertas.
Con estropajo metálico de dura aversión rasco
la grasa pegada en los labios del vaso
y en el paladar de la apagada llama
mientras la ira aplasta el ilegal paseo
de algún caracol, usurpador
de la inmovilidad vecina.

Enjuago luego enjuago con escaldante furia
bulle mi intento de volver el vaso a su primer
su alegre su natural uso
el de saciar la sed.
Y queda ya del todo limpio, reluce
ese mi afán hipocondríaco de no querer morir

querido mío, míralo de otro modo:
¿cuándo no ha temido a la muerte el amor?


(de Un minuto juntos, 1998)
Traducción de Raquel Pérez Mena 
especial para MediterráneoSur · Nov 2009



Το άλλοθι

Kάθε που σ' επισκέπτομαι
μονάχα ο καιρός που μεσολάβησε
από τη μια φορά στην άλλη έχει αλλάξει.
Kατά τα άλλα, όπως πάντα
τρέχει από τα μάτια μου ποτάμι
θολό το χαραγμένο όνομά σου
– ανάδοχος της μικρούλας παύλας
ανάμεσα στις δυο χρονολογίες
να μη νομίζει ο κόσμος ότι πέθανε
αβάπτιστη η διάρκεια της ζωής σου.
Eν συνεχεία σκουπίζω τις μαραμένες 
κουτσουλιές των λουλουδιών προσθέτοντας
λίγο κοκκινόχωμα εκεί που ετέθη μαύρο 
κι αλλάζω τέλος το ποτήρι στο καντήλι
με άλλο καθαρό που φέρνω.

Aμέσως μόλις γυρίσω σπίτι
σχολαστικά θα πλύνω το λερό
απολυμαίνοντας με χλωρίνες
και καυστικούς αφρούς φρίκης που βγάζω
καθώς αναταράζομαι δυνατά.
Mε γάντια πάντα και κρατώντας το σώμα μου
σε μεγάλη απόσταση από το νιπτηράκι
να μη με πιτσιλάνε τα νεκρά νερά.
Mε σύρμα σκληρής αποστροφής ξύνω
τα κολλημένα λίπη στου ποτηριού τα χείλη
και στον ουρανίσκο της σβησμένης φλόγας
ενώ οργή συνθλίβει τον παράνομο περίπατο
κάποιου σαλιγκαριού, καταπατητή
της γείτονος ακινησίας.

Ξεπλένω μετά ξεπλένω με ζεματιστή μανία
κοχλάζει η προσπάθεια να φέρω το ποτήρι στην πρώτη
τη χαρούμενη τη φυσική του χρήση
την ξεδιψαστική.
Kαι γίνεται πια ολοκάθαρο, λάμπει
το πόσο υποχόνδρια δε θέλω να πεθάνω

ακριβέ μου – πάρτο κι αλλιώς:
πότε δε φοβότανε το θάνατο η αγάπη;

(Ενός λεπτού μαζί, 1998)


LA COARTADA

Cada vez que vengo a visitarte
solo el tiempo transcurrido
de un encuentro a otro ha sufrido un cambio.
Por lo demás, como siempre
desde mis ojos fluye como un río
desenfocado tu nombre inscrito
-apadrinando el minúsculo guión
que media entre las dos fechas,
para que no piensen todos que pereció
sin bautizar la duración de tu existencia.
A continuación recojo
los restos de las flores marchitas
y añado un poco de tierra roja donde ha caído la negra
por último cambio la tulipa de la lámpara
por otra limpia que traigo.

Tan pronto como llego a casa 
friego con diligencia la que traigo sucia
la desinfecto con lejía
y la venenosa espuma de disgusto que brota de mí
cuando la agito con fuerza.
Siempre con guantes siempre resguardando mi cuerpo
a buena distancia de la palangana
para que no me salpique el agua muerta.

Con un duro estropajo de aversión 
restriego la suciedad pegada en el borde del cristal
y en el velo del paladar de la llama sofocada
mientras la rabia machaca el paseo clandestino
de una caracol intruso
en la quietud que la rodea.

Aclaro y aclaro con locura que escalda 
hirviente esfuerzo para devolver al cristal su origen
su luminosa naturaleza,
Su utilidad: 
apagar la sed.
Al fin el cristal deviene reluciente, brilla: 
qué aprensivo mi deseo de evitar morir.

Caro mío: míralo de modo diferente: 
¿cuándo no ha temido el amor a  la muerte?

(de Un minuto juntos, 1998)
Traducción de Meli San Martín




Ph Angelos Tzortzinis
Kikí Dimulá - Κική Δημουλά  - 
(Atenas, Grecia, 1931-2020)
en WIKIPEDIA
para leer una entrevista en EL PAÍS
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1 comentario:

lunaroja dijo...

A pesar de ser unos poemas muy largos,no perdemos el interés ni el ritmo al leerlos.
Hermosos.

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