Fotografía de Emma Neely |
Leer a las otras que, antes que tú,
leyeron a otras otras,
buscando a la vez una voz y su eco.
Sacar una foto de familia y constatar
que, aunque nadie nos viera,
también tuvimos rostro.
¿Cómo nacer de un hueco, de un grito
que ya nadie recuerda?
¿Cómo nacer sin madres,
si alguien raspó hasta casi borrarlos
sus ojos y sus versos de la historia?
Por eso hubo que hurgar en la basura,
sin pararse a pensar
si fue por repulsión o fue por miedo
como acabaron allí tantos poemas.
Hace décadas que estamos excavando.
Con una larga pala, torcidas las espaldas,
somos ésas que desentierran
lo que otros enterraron con esmero.
Para ser escritora,
tendrás que seguir con la espalda torcida.
Leer a las otras que, antes que tú,
leyeron a otras otras.
Y convertirte a la vez en voz y en eco.
Fotografía de Emma Neely |
QUIÉN SABE CUÁNTO BARRO
Y ¿qué hay de las hermanas
que, para poder escribir,
apretaron sus pechos bajo paños
hasta quedarse sin aire?
¿Qué hay de las que tuvieron
que inventar una firma
que pudiera leerse con voz ronca?
Hasta las que bordaron con palabras
estaban asustadas
(quizás más que ningunas).
Y las más peligrosas,
ésas a las que colocaron en fila
y apuntaron con sus brillantes bolas,
¿dónde fueron a parar una vez derribadas?
¿Qué gancho de metal las sacó de la pista?
¿Pronunciaremos, quizás,
con la misma fluidez con que decimos
Homero-Flaubert-Cervantes-Shakespeare,
los nombres de las otras enterradas?
Quién sabe cuánto barro
las separa del mundo, de los libros.
Quién sabe cuántas locas del desván,
en sus secretos escritorios,
se dedicaron a detonar botes de tinta.
Quién sabe cuántas madrigueras
cavaron escribiendo,
cuántas grutas estrechas, cuántos pozos.
Quién sabe cuán profundo
habría que escarbar para encontrarlas.
Fotografía de Emma Neely |
Hubo mujeres
que procuraron borrar con su escritura
la escritura de siglos y siglos y siglos
de escritura.
Hubo mujeres que trataron
de poner sus palabras
encima de palabras anteriores:
las que ellos habían dejado caer
sobre sus bocas,
al tiempo que apretaban las mordazas.
Hubo mujeres que intentaron
romper los relatos de piedra
que habían sido tallados al principio del mundo
(repitiéndose desde entonces
alrededor del fuego,
donde se cuentan las cosas importantes).
Hubo mujeres que aprovecharon
que sus hijos cantaban en la iglesia
para rayar la luz de las vidrieras
buscando bajo la Verdad otras verdades.
Hubo mujeres que apartaron de un manotazo,
como se aleja a las moscas de la sopa,
a Santo Tomás, a Freud, a Milton
y al resto de señores con sombrero
para quienes ellas fueron únicamente
unos seres delgados, susurrantes.
Hubo mujeres que,
al escribir, borraron,
pues sospechaban que sólo
en mitad de esa raya
con forma de horizonte
se abría un punto de fuga diminuto:
el único posible.
Hubo mujeres que supieron,
sin que nadie tuviera que decirlo,
que una vez superados los confines
de aquella tachadura,
el resto era silencio.
Fotografía de Emma Neely |
ESAS HUELLAS SON TÚ
En la historia hubo bordados rosa palo
y una lista infinita de lazos,
broches, tocados y sombrillas.
Las mujeres, sentadas en la hierba,
admiraron a los jugadores de críquet
con las piernas primorosamente cruzadas.
Pero no todo eran síes detrás del abanico.
En la historia
hubo dedos deslizándose
sobre cuentas de nácar,
miles de rojas bocas
rogando al mismo dios
que había cerrado todos los pestillos
desde fuera.
En la historia hubo ojos
detrás de las cortinas
y un luto de serrucho
hiriendo la vida hasta talarla.
Hubo casas de retiro y camisas de fuerza.
Baños fríos y un palo entre los dientes
justo antes de cada nueva descarga.
En la historia hubo hermanas
frotando las baldosas sobre las que,
el día anterior,
se habían desangrado otras hermanas.
Era enjuagar o morir
(y ambas cosas dolían).
Temblé con el temblor de cada una
y reí con su risa,
porque también rieron.
Y es que la historia estuvo llena
de pequeñas victorias
de las que ningún diario se hizo eco:
gritos agudos que rompieron las copas
justo antes del brindis,
miles, millones de palabras
escritas cuando el trigo estaba alto,
justo antes de comenzar la siega.
Minúsculas pisadas
(las propias de quien anda de puntillas)
adentrándose en los bosques más azules:
la húmeda memoria de aquéllas que escaparon.
Aunque el tiempo y el espacio no coincidan,
ese rastro encaja con tu sombra.
No intentes olvidarlo:
esas huellas son tú y nombran el camino.
Olalla Castro Hernández
(Granada, España, 1979)
POETA/DOCTORA EN TEORÍA DE LA LITERATURA Y PERIODISMO
en Poesía contra Corriente, Poemas (in) surgentes,
Editorial La Vorágine, 2017
extraídos del blog VOCES DEL EXTREMO
su blog SOLILOQUIO DE LA MUJER-BALA
para leer + en EMMA GUNST
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