Tengo un afecto desmedido
por el cambio.
Un poco de arte,
un hechizo anticuado,
todavía conmueven pesos muertos.
No me hurtes la mirada, hipócrita,
en mi casa todo te delata
y haces mal en creerte a salvo.
Con la mano izquierda
convierto en turbulencia
la placidez del aire que te ronda.
Con la mano derecha
reescribo el tedio prematuro
que se lee en tu frente.
Me deslizo íntegra
por la vertiente de tu deseo más oculto
y te pongo en evidencia, Fiera,
te despojo del ridículo disfraz,
dejándote garras y pelambre recia,
descubriéndote, como el envés de un guante,
la salvaje alegría
de no ser inocente.
Y ahora lánzate
sobre el rastro de sangre que te muestro.
Desciende al infierno que sin saber
buscabas.
FATAL
Dicen
que en las selvas de Samoa
hay una planta
hermosa
que florece una vez cada cien años.
Su única inmensa flor
-amarilla
como las mañanas soleadas en Arles
exhala tal olor
a carroña y podredumbre
que ciertos pájaros grandes
atraídos por este canto de sirena
se dedican a cortejar
lo que el sentido les señala
de su gusto
y la flor al sentirse así
acariciada
encierra entonces en sus brazos
al bienquerido
y como una novia que ha esperado largamente
lo ama ávida y voraz
un siglo.
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