Fotografía de Laura Makabresku |
LOS PAREDONES DE PRIMAVERA
No enseñaré a mi hijo a trabajar la tierra
ni a oler la espiga
ni a cantar himnos.
Sabrá que no hay arroyos cristalinos
ni agua clara que beber.
Su mundo será de aguaceros infernales
y planicies oscuras.
De gritos y gemidos.
de sequedad en los ojos y la garganta.
de martirizados cuerpos que ya no podrán verlo ni oírlo.
Sabrá que no es bueno oír las voces de quienes exaltan el color del cielo.
Lo llevaré a Hiroshima. A Seveso. A Dachau.
Su piel caerá pedazo a pedazo frente al horror
y escuchará con pena el pájaro que canta,
la risa de los soldados
los escuadrones de la muerte
los paredones en primavera.
Tendrá la memoria que no tuvimos
y creerá en la violencia
de los que no creen en nada.
(en Antología histórica de la poesía venezolana del siglo XX, 1907-1996, edición de Julio E. Miranda)
Fotografía de Laura Makabresku |
SOLEDAD
Soledad es simplemente
ese viejo marinero que nos habla de las serpientes del sur
Es simplemente esa plegaria que se pronuncia
al pasar cerca de un mendigo.
Soledad puede ser
cualquier lagarto arrodillado;
cualquier ciudad que agoniza poblándose de emigrantes
y de mujeres desnudas.
Soledad yo te invoco.
Y la lluvia danza a mi alrededor.
Sobre todas las cosas del olvido clavas tu aullido de niño muerto
y no obstante,
cada vez que te invoco
sólo me traes el gesto de aquel adolescente que quería morir
bajo los puentes.
Resucitaste una tarde
mientras yo le mentía al joven desconocido y él me hablaba
de una casa extraña
donde los ancianos daban grandes banquetes y ofrecían sacrificios.
Resucitaste soledad.
Conocí entonces el nombre del que me hablaba,
comprendí que la casa extraña
no era sino una vieja palabra cuya ternura utilizaban
mis antepasados para enamorar a las bailarinas del fuego.
Descubrí la mentira del tranvía que devoraba al estudiante.
Y nuevamente Soledad
me levanté contra todas las ventanas del mundo,
contra todas las palmadas dadas en los cinematógrafos.
Me levanté soledad.
Y la lluvia danzó a mi alrededor.
(Maracaibo, junio de 1956)
(Francia, 1938 - Venezuela, 1991)
para leer + en UNA HOGUERA PARA QUE ARDA GOYA
y MÁS
3 comentarios:
sólo leer el título del primer poema ya me estremeció. luego me vino Soledad y quise abrazarme a alguien que aún no existe.
abrazos Miriam.
gracias por el abrazo David!
leer a Miyo desespera por momentos, es inclemente con el lector... pero que bueno es su legado!
beso
La soledad no es, indudablemente, una cuestión física.
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