(*) s/d del autor de la fotografía |
El escritor vive dos veces. Lleva su propia vida cotidiana y en ella corre como todo el mundo yendo a comprar, atravesando la calle, vistiéndose por la mañana para ir a trabajar. Pero el escritor ha entrenado, al mismo tiempo, otra parte de sí mismo. La que vuelve a vivir todo esto por segunda vez. La que se sienta y vuelve a recorrer mentalmente todo lo que ha sucedido, deteniéndose a observar su consistencia y sus detalles.
Cuando estalla un temporal, todos corren por las calles de aquí para allá con paraguas, impermeables, diarios en la cabeza. El escritor vuelve a salir bajo la lluvia con la libreta de apuntes en la mano y la pluma entre los dedos. El escritor observa los charcos, los ve llenarse, ve cómo las gotas de lluvia puntúan la superficie. Se podría decir que el escritor se ejercita en ser estúpido. Sólo un estúpido se quedaría bajo la lluvia mirando un charco. Si uno es listo, intenta no quedarse bajo la lluvia para evitar los resfriados y, de todas formas, en caso de enfermedad se ha asegurado de antemano. Si uno es tonto, se interesa más por los charcos que por su propia salud, las pólizas de seguro o la puntualidad en el trabajo.
Por último, uno está más interesado en volver a vivir su propia existencia escribiendo que en hacer dinero. Bueno, entendámonos: también a los escritores les gusta hacer dinero; también a los artistas, contrariamente a lo que normalmente se piensa, les gusta comer. Sólo que, para ellos, el dinero no es la motivación principal. Personalmente, si tengo tiempo para escribir me siento muy rica, mientras que me siento muy pobre si tengo un sueldo regular pero no tengo tiempo para mi verdadero trabajo. Pensad en ello. El patrono nos da un sueldo a cambio de nuestro tiempo. El tiempo es la mercancía de mayor valor que un ser humano tiene para ofrecer.
Trocamos el tiempo de nuestra vida por dinero. El escritor se detiene en el primer paso, el propio tiempo, y le atribuye un valor aún antes de recibir a cambio un dinero. El escritor tiene muchísimo aprecio a su propio tiempo, y no tiene tanta prisa por venderlo. Es como heredar un terreno de la familia. Este terreno siempre ha pertenecido a la familia, desde tiempo inmemorial. Viene alguien y ofrece comprarlo. El escritor, si es listo, no venderá demasiado. Sabe bien que, una vez vendido el terreno, podrá comprarse un segundo coche, pero no tendrá un lugar donde refugiarse, ya no tendrá un lugar donde soñar.
Por eso, si queremos escribir, no es malo que seamos un poco tontos. Dentro de nosotros existe una persona a la cual no se le puede dar prisa, una persona que necesita tiempo y nos impide entregarlo todo. Esta persona necesita un sitio a donde ir, y nos obliga a mirar fijamente los charcos bajo la lluvia, casi siempre sin sombrero, y a sentir las gotas que caen sobre la cabeza.
de El gozo de escribir: el arte de la escritura creativa
Editorial La Liebre de Marzo, 1999/2003
PDF de éste texto y El objetivo el escritor, de Guy de Maupassant
su WEB
9 comentarios:
Espléndido, querida Emma, la elección de hoy no podìa ser mejor. Ese último párrafo, es exquisito, no me canso de leerlo. Quizás, porque necesito que caigan esas gotas sobre mi cabeza y darle ritmo a mi otro yo.
Abrazos agradecidos.
Leo
bueno, es que yo me pregunto si un escritor sabe que es escritor...
Ah! eso no lo sé Noe, nunca ni siquiera me lo pregunté...y vos? qué sentís sobre vos misma?
el escritor vive dos veces..
y muere otras tantas en cada final que escribe
muere y persiste
Se desdobla, o incluso se triplica...¿Ocurre entonces lo mismo con su tiempo????? Muy buen texto. Bico!!!!!!!!!
Una vez, hace varios años ya, conocí a un tipo que visitaba todas las tardes el lugar donde yo trabajaba en los veranos (con eso me pagaba alquileres y universidad). Tenía unos setenta años. Era un tipo piola, simpático, siempre abundante en temas de conversación y a mí me caía bien porque yo era un chico de veinte años y él se interesaba en mis temas. Siempre me hablaba de su gato, Sasha. No había día que no lo mencionara. Siempre me llamaba la atención cuánto lo adoraba. Así pasó el tiempo, temporada tras temporada durante tres años nuestra amistad creció. A todo esto yo le había contado que me gustaba escribir. Fue entonces que pasó que un día de lluvia, ya saliendo yo del turno de trabajo, corrí y me lo encontré cerca del lugar. Entonces me invita a su casa hasta que pase el aguacero. Acepté.
Era una habitación, al fondo de un viejo aserradero enclaustrado en pleno centro de la ciudad. Allá al fondo vivía este señor, en una piecita muuuuy chiquita: solo una cama, una mesita de luz, un roperito de mala muerte y un espejo. Mientras esperaba que la lluvia cesara un poco me dice: ¿Querés conocer a Sasha?, a lo que respondí que encantado.
Fue entonces que puso abrió el ropero, sacó una pila de papeles, y los puso sobre la cama diciéndome: "Ahí está Sasha" Yo no entendía nada. Tomé los papeles y comencé a leer. Era poesía. Hojas y hojas de poemas escritos a máquina de escribir. Hojas nuevas, hojas viejas, hojas amarillentas, hojas de cuaderno, inclusive servilletas de bar. En varios de los poemas nombraba a Sasha. El gato era imaginario, en su mente de escritor. Hablamos durante un rato sobre escribir.
Cuando la lluvia cesó y yo me disponía a irme me dice: no dejés de escribir Miguel, porque es lo único que siempre va a quedarte a vos: los personajes y lo que escribís.
Me fuí.
Nunca más volví a verlo.
Ser escritor es sentir que tenés que escribir, sin importarte un carajo si te remuneran o no, así, como Kafka, como Nemirovsky, y tantos otros que lo hacían por pasión y gusto.
Saludos.
Qué sorpresa, muchas gracias. ¿Cómo llegaste a mi poesía?
Me gusta tu blog.
siempre tan oportuna, Emma, saludos
Excelente Emma!!! Beso.
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