Fotografía de Caryn Drexl |
V - SIN TENER A QUIÉN AMAR
No sé cómo salirme de esta casa enorme
que me
habita.
Sin relojes que a mi piel le hablen del tiempo que hace
que me oculto de ellos.
De noche alguien camina el descolorido paisaje
de mis viejas fotos que me miran al pasar.
De mi boca retratada emergen rosas amarillas
que el invierno marchitó.
Los pétalos arman un colchón para mi gata ausente
que está en celo.
Ronronea cada vez que la vecina hace el amor.
Los cerrojos se han convertido en nichos
para mis paseos sin tener adónde ir.
La cama que subí al altillo cruje
cada vez que me desvisto.
A las sillas las ocupa el tiempo que hace
que nadie me visita.
La lluvia no ha golpeado en mis hombros
seduce ventanales que ya han dejado de abrirse
a la intemperie de mis ojos.
Le crujen los huesos al anciano del retrato
que ha sido mi padre.
Esta carta de amor salpica de tinta los espejos.
Las cadenas del perro que festejó mi llegada
arrastran la desdicha de saberse abandonadas.
¿Adónde quedó la llave
con que cerraste la casa antes de irte?
Acaban de llamar a la puerta
y no tengo cómo salirme
de este prolongado encierro conmigo misma
sin tener a quién amar.
Fotografía de Caryn Drexl |
XVII - NO ENSUCIEN MI VESTIDO
En la tímida sombra de ese espejo de alcoba
ojos que me han mirado desnuda
salen para besarme
y se babean sin pausa
como lascivos muchachos
en frente de una vidriera
que exhibe maniquíes desropados.
Y se revuelcan
sobre mi estorbado vestidito blanco
-de inmaculada niña-
sobre la sigilosa mancha
que recorrió el largo de mi falda.
Y los imagino trepando mis temblorosas
rodillas
casi perversos, repugnantes, furiosos
apretando contra mi vientre
sus fracasadas pasiones.
A tal punto que encorvo mis piernas,
me restriego las manos contra las sábanas,
también manchadas,
me miro al espejo,
me desconozco.
Alguien ha estropeado mi vestido
cuando yo quería usarlo
por más tiempo.
Me doy vergüenza y me cubro
contagiada de esa espesura
que he visto brotar en mi jardín
y que me ha sabido
a fruta muerta.
Fotografía de Caryn Drexl |
XXIII - NO HAY CASTIDAD
De castidad mueren los besos
que no han salido a sentirse más allá de los
labios.
Rígidos besos
detenidos en la boca enmudecida de una
virgen.
Mercaderes que de niños
soñaban con besar la frente lapidaria de los
santos.
La anciana que zurcirá al volado del vestido
los besos
de una novia sin amor
que en el altar ha muerto,
enajenada.
No hay castidad
que llame a las puertas de una iglesia.
Ni costurera de susurros
a la estrechez de tu menguada cintura.
Ni corsé que ajuste tras los senos
sin matar el desconsuelo de un orgasmo
caprichoso, reprimido
dulcemente estrangulado
entre las piernas.
Evangelina Sodero
(Villa María, Córdoba, Argentina, 1980)
POETA/PROFESORA DE LENGUA Y LITERATURA
Universidad Popular / EDUVIM, 2009
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1 comentario:
Qué poeta! Es una maravilla, tres tesoros,tres joyas inquietantes y tremendas.
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