Le semeur, 2017 |
Mitigamos la belleza con nombres,
como si nos curara enfermarnos de eso.
A la espesura de los bosques
la llamamos verde,
oscuridad,
mitos de casas de los árboles;
al polvo de la tierra, humo.
Decimos nervaduras
a las venas quebradas de las hojas,
sangre al color de la respiración.
Llamamos mar
a la deriva persistente del agua.
Llamamos a lo que no habla
con este miedo.
Una isla
donde no haya más
que la sal necesaria,
el sol con sus ciclos,
la noche para rezar
la plegaria compuesta
con los restos
de todo lo que ha quedado
cerca de mí.
Un hilván teñido de demora
que me apuro a tensar
mientras preparo el viaje,
mientras dispongo el cuerpo
y urdo aparte un pulso/ que lo respire.
Nada definitivo se hunde.
Tengo que trabajar
para que exista esa isla.
Le semeur, 2017 |
Por última vez
había que subir a la terraza a destender
tu ropa.
Había que ver cómo algo tan simple
nos hería.
Esa mañana contraria a las demás
la forma de tu cuerpo ondulaba en la soga,
el aire envejecido,
empastado de nada,
todo lo que no.
Queríamos decir mañana y no,
cielo celeste no,
ni vamos,
ni en un rato.
Lo único importante era esa ropa paralela
a la certeza enorme de tu muerte
en los oídos.
Podríamos haber velado directamente
la ropa tendida,
abrazados,
mientras soplaba ese viento desacostumbrado de junio
sobre el techo inocente de tu casa.
Julieta Lopérgolo
(Rosario, Santa Fe, Argentina, 1973)
Reside en Montevideo, ROU
POETA/LICENCIADA EN LETRAS/PSICÓLOGA
de Para que exista esa isla, Postales Japonesas Editora, 2018
para leer más en: EXCÉNTRICA y en EL POETA OCASIONAL
para leer una entrevista en: INFORME URBANO
para leer una reseña por Leandro Calle en HDC
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