Fotografía de Christian Weiss |
Hoy murió.
No importa quien.
Tan solo alguien que no tuvo la suerte de asistir a las fiestas y tragedias del mundo de las ánimas danzantes.
Se fué sin avisar, sin dejar instrucciones o deseos que cumplir.
Mientras veía caer sobre su féretro la tierra y escuchaba al mismo tiempo el gemido del viento silenciado por la partida de su alma, me alejé. Me senté en un rincón, a desear.
Deseo una muerte con gavetas ordenadas donde guardar lo que cargo en la historia finita de mi pasar por este lugar al que llaman haber nacido, haber crecido, haber madurado y haber sido y hasta ahora, continuar el a-ver (o al menos es lo que pienso que soy, un haber).
Quiero un lugar para ordenar lo que viví en color blanco. Lo que pasó desapercibido y nunca se adhirió.
Estas vivencias simplemente las dejo pasar disfrazadas, sin reconocer.
Me hace falta una gaveta igual a la que utilizo para guardar mi ropa interior, allí se quedarán mis intimidades, mi gozo en el amor, mi sufrimiento de mujer y la necesidad que nunca expresé. Todo lo que no deseo que se sepa y las cosas tan íntimas como mis pantaletas de encaje o las medias rotas de seda.
A un lado, cercana de esta gaveta, acomodaré las alegrías y los mejores días. Prometo que será un espacio tan grande que aún los gnomos imaginarán que fui la princesa de un maravilloso cuento de hadas o la reina recién coronada o tal vez una doncella a la que secuestró su príncipe en un caballo alado.
Esta gaveta contendrá cada una de mis satisfacciones
¡lo verán! serán imposibles de contar.
Lejos, muy lejos, tendré un espacio para que reposen los dolores. ¡Nadie se acercará, me pertenecen, son mi historia. No deseo que nadie los llegue a tocar! no por egoísmo, ni porque no los quiera compartir, simplemente porque reconozco que no los comprenderían. Entonces ¿para qué?
Hay un lugar especial donde irán "colgados y almidonados" mis recuerdos. Tendrá una ventana finísima de cristal. Con un toque del alma se podrá penetrar y para tomar las prendas deseadas.
Estarán prolijamente acomodadas.
Todo esto, por supuesto, organizado como los colores de una caja de crayolas sin estrenar. En una gama de colores, todos inventados ya.
Trataré de encontrar un rincón lejano donde acomodar las tristezas, tan alto como el techo del firmamento. Su color será transparente, no quiero que nadie lo viva y mucho menos lo reviva.
Con una vez bastó.
¡Ah! No olvidaré tirar a la basura mis zapatos.
La medida de mis pasos es tan corta y tan inútil que no se pueden calzar y han sido usados tantas veces que no pueden andar marcha atrás. Mis pensamientos acabaron con sus suelas apurándoles por llegar y mis amores rompieron sus tacones haciéndolos sonar sutilmente una vez y otra más, algunas veces con gritos tan altos que ahuyentaron al que amé.
Así; con el armario en orden podré partir, sin necesidad de decidir.
Dejaré todo adornado con lazos, celofanes y tules que lo guarden para la eternidad.
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