8 de agosto de 2011

Olga Orozco, Si me puedes mirar


(*) sin datos del autor de la fotografía
SI ME PUEDES MIRAR

Madre: es tu desamparada criatura quien te llama,
quien derriba la noche con un grito y la tira a tus pies como un telón caído
para que no te quedes allí, del otro lado,
donde tan sólo alcanzas con tus manos de ciega a descifrarme en medio
de un muro de fantasmas hechos de arcilla ciega.
Madre: tampoco yo te veo,
porque ahora te cubren las sombras congeladas del menor tiempo y la mayor distancia,
y yo no sé buscarte,
acaso porque no supe aprender a perderte.
Pero aquí estoy, sobre mi pedestal partido por el rayo,
vuelta estatua de arena,
puñado de cenizas para que tú me inscribas la señal,
los signos con que habremos de volver a entendernos.
Aquí estoy, con los pies enredados por las raíces de mi sangre en duelo,
sin poder avanzar.
Búscame entonces tú, en medio de este bosque alucinado
donde cada crujido es tu lamento,
donde cada aleteo es un reclamo de exilio que no entiendo,
donde cada cristal de nieve es un fragmento de tu eternidad,
y cada resplandor, la lámpara que enciendes para que no me pierda entre las galerías de este mundo.
Y todo se confunde.
Y tu vida y tu muerte se mezclan con las mías como las máscaras de las pesadillas.
Y no sé dónde estás.
En vano te invoco en nombre del amor, de la piedad o del perdón,
como quien acaricia un talismán,
una piedra que encierra esa gota de sangre coagulada capaz de revivir en el más imposible de los sueños.
Nada. Solamente una garra de atroces pesadumbres que descorre la tela de otros años
descubriendo una mesa donde partes el pan de cada día,
un cuarto donde alisas con manos de paciencia esos pliegues que graban en mi alma la fiebre y el terror,
un salón que de pronto se embellece para la ceremonia de mirarte pasar
rodeada por un halo de orgullosa ternura,
un lecho donde vuelves de la muerte sólo por no dolernos demasiado.
No. Yo no quiero mirar.
No quiero aprender otra vez el nombre de la dicha en el momento mismo
en el que roen su rostro los enormes agujeros,
ni sentir que tu cuerpo detiene una vez más esa desesperada marea que lo lleva,
una vez más aún,
para envolverme como para siempre en consuelo y adiós.
No quiero oír el ruido del cristal trizándose,
ni los perros que aúllan a las vendas sombrías,
ni ver cómo no estás.
Madre, madre, ¿quién separa tu sangre de la mía?,
¿qué es eso que se rompe como una cuerda tensa golpeando las entrañas?,
¿qué gran planeta aciago deja caer su sombra sobre todos los años de mi vida?
¡Oh, Dios! Tú eras cuanto sabía de ese olvidado país de donde vine,
eras como el amparo de la lejanía,
como un latido en las tinieblas.
¿Dónde buscar ahora la llave sepultada de mis días?
¿A quién interrogar por el indescifrable misterio de mis huesos?
¿Quién me oirá si no me oyes?
Y nadie me responde. Y tengo miedo.
Los mismos miedos a lo largo de treinta años.
Porque día tras día alguien que se enmascara juega en mí a las alucinaciones y a la muerte.
Yo camino a su lado y empujo con su mano esa última puerta
esa que no logró cerrar mi nacimiento
y que guardo yo misma vestida con un traje de centinela funerario.
¿Sabes? He llegado muy lejos esta vez.
Pero en el coro de voces que resuenan como un mar sepultado
no está esa voz de hoja sombría desgarrada siempre por el amor o por la cólera;
en esas procesiones que se encienden de pronto como bujías instantáneas
no veo iluminarse ese color de espuma dorada por el sol;
no hay ninguna ráfaga que haga arder mis ojos con tu olor a resina;
ningún calor me envuelve con esa compasión que infundiste a mis huesos.
Entonces, ¿dónde estás?, ¿quién te impide venir?
Yo sé que si pudieras acariciarías mi cabeza de huérfana.
Y sin embargo sé también que no puedes seguir siendo tú sola,
alguien que persevera en su propia memoria,
la embalsamada a cuyo alrededor giran como los cuervos unos pobres jirones de luto que alimenta.
Y aunque cumplas la terrible condena de no poder estar cuando te llamo,
sin duda en algún lado organizas de nuevo la familia,
o me ordenas las sombras,
o cortas esos ramos de escarcha que bordan tu regazo para dejarlos a mi lado cualquier día,
o tratas de coser con un hilo infinito la gran lastimadura de mi corazón.



Olga Orozco 
(Toay, La Pampa, Argentina, 1920-1999)
de Los juegos peligrosos, 1962
en Otro río que pasa (un siglo de poesía argentina contemporánea)
Compilación y prólogo: Jorge Fondebrider
Bajolalunapoesía, 2010
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15 comentarios:

vera eikon dijo...

Desgarrador y hermoso.....

Aka dijo...

Los vínculos padres-hijos son de otra naturaleza. Gran confusión y desarraigo la que transmite el poema.

besos

Carmela dijo...

Hermoso y tremendamente triste, poco puedo añadir, solo que me ha encantado.
Un beso

çç dijo...

a veces veo hijas que parecen las madres y madres que parecen a veces las hijas y además, está esa sensación más terrible que es ver devorar a la madre de un bocado, el nacimiento de una hija y sepultar a la propia madre.

Darío dijo...

Quién puede ordenar el mundo de las sombras?

EG dijo...

Ohhh amiguillos qué bueno que tienen la paciencia para leer un poema tan largo y de emociones fuertes! Es como dicen ustedes, es doloroso, pero bello como todo lo que escribió la Orozco.

(después del poema "Envidia del pene" ...)

Vera, Carmela, CCRider, Aka, ya me pondré al día con las lecturas. Ayer hubo elecciones, estuve en otra sintonía, disculpen, un gran abrazo!

EG dijo...

Ehhhh Joven!!! No sé quién lo puede ordenar, cada uno tiene su mundo sombrío, es único e irrepetible, pienso...

Isabel Martínez Barquero dijo...

Gracias, Emma.
Este poema me ha dejado casi sin habla. Es hermoso, hondo, con sustancia, lleno de emoción.
Remueve por dentro, como debe hacerlo la poesía. Remueve la gran Olga Orozco, magnífica siempre en sus letras.

mónica pía dijo...

no me canso de admirar a los poetas que logran transformar el dolor por una ausencia inmensa en algo tan bello... y la Orozco hasta lo mantiene a lo largo de tantas líneas!!

cariño grande

EG dijo...

Isa, de nada, también me fascinó. Un abrazo.


Mónica "estabas como ausente y a mí no me gusta" ;) (parafraseando a Don Pablo)

gran abrazo.

el maquinista ciego dijo...

Impresionante Olga (porque aquí no es Orozco...) No podía ser de otra manera. Desgarrador de principio a fin, dan ganas de buscar cobijo en un abrazo de amor conocido……curar la puñalada…
…es tan difícil aprender a perder esa semilla de nuestra vida cuando queda sepultada bajo el frío manto de lo ya por siempre ausente…pero a todo se aprende, aunque uno tarde (quizás 6) años…incluso a saber que es justo y necesario, y que, como dijo el gran william, ‘no pidáis más que esto, nadie tiene derecho’. Si acaso, podemos intentar aprender a recitarnos a nosotros mismos un duelo para encontrar consuelo……
Para mí lo peor quizás es ver que el mundo no se para contigo, que la sombra no confunde al resto, que sólo tú te has quedado congelado con el muerto…pero todo en la vida es bueno, incluso esto. A los vivos nos enseña cómo seremos de muertos, y a los muertos a habitar en nosotros como otra suerte de vivos...
(……los que saben de qué habla saben que tarda uno en asumir que ‘en vano se les invoca en nombre del amor, de la piedad o del perdón’……y que aunque otrora fueran siempre los primeros en responder, ya no podrán hacerlo…)
(pero no me malinterpreten, eh?, no seré yo quien reniegue de la muerte, ni quien por encontrarla dolorosa mire hacia otro lado y no se le enfrente. No señor!)
(y disculpen, que no he podido evitar callarme todo esto.......para la próxima, prometo telegrama ;))

EG dijo...

No me prometas ni telegrama ni nada. Me emocionaron tus palabras tremendamente.

el maquinista ciego dijo...

;)).................

Anónimo dijo...

Ojalá lo supiera...así lograría salir de mi propia oscuridad 🌑

Anónimo dijo...

Dios...así me siento

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