Ilustración de Harumi Hironaka |
Noto cómo me rozan el progreso, el liderazgo, el éxito
y, sin embargo, si hubiera aquí un banquito me sentaba
a mirar, a ver pasar a gente que entra y sale
de sitios. Aquí ninguna mujer
es mi madre o mi tía, ninguna lleva una blusa envuelta
que recogió del tinte: todas tienen
mucho que hacer después, incluida yo misma
y aun así
pido disculpas por mi poca productividad: no solamente
no dejo propina en el café al que voy
sino que robo
las monedas del tarro de cristal que está junto a la caja.
Con disimulo dejo caer al fondo dos botones
de nácar. Escuchan el sonido y dicen “Thank you”.
Después, cuando los ven, esperan que algún día
aquello se convierta en divisa
de curso legal.
He aquí la sonrisa que no va a ningún lado. No se dirige
a nadie pero se deja puesta en caso de emergencia.
El reloj no me dice cuántos meses
he de permanecer aquí:
está especializado en un paso del tiempo
de pequeño tamaño.
Llevo una sucursal del siglo diecinueve
en la muñeca izquierda: solo me ofrece horas,
minutos y segundos. Aquí no me da tiempo
ni a estar muerta.
Hoy va lento internet.
RECHINAR DE DIENTES
Llegan buenos o malos tiempos y en forma
de qué llegan, ¿quizás como tormenta
que arma gran polvareda, o como una ventisca
o un polvillo suave
que se mete en los ojos? Definitivamente,
los malos tiempos se instalan muy adentro y ya
ni te permiten
–como decía Rabindranath Tagore
desde un poster de infancia–,
ver las estrellas. Hoy son tan pocos
los que saben de estrellas y de constelaciones;
yo las confundo
con naves espaciales siempre que miro al cielo
en plena madrugada.
No importa entonces que nos ciegue la arena
fina y constante de los malos tiempos. Los buenos
tienen distinta forma de acercarse a nosotros.
Sólo el Apocalipsis se presenta
con su timbre estridente. Ahora no sabemos
qué tiempo llega y cómo: no avisa
cuando viene, no nos anuncia jamás sus intenciones.
Me acaba de llegar esta noticia: soy yo la inanimada,
la sin boca ni cejas. Se me ha desdibujado
la colección de rasgos: apenas los usaba.
Es el momento entonces de emigrar
al nuevo exoesqueleto.
Collage de Sato Masahiro/Q-TA |
Como por arte de magia
se ha curado la niña, su cuerpo
está libre de úlceras y ahora
puede andar, como una muñeca
a pilas. Donde ayer hubo calvicie
hoy nace pelo; eso es también milagro
y se considera
positivo. Es bueno que ande
la niña, aunque nos preguntemos
para qué y sobre todo, ¿hacia dónde camina?
¿Y qué nos dice el pelo con su crecimiento?
Ph Daniel Mordzinski |
Mercedes Cebrián
(Madrid, España, 1971)
PERIODISTA/POETA/TRADUCTORA/ESCRITORA/
CELLISTA/DIBUJANTA
de Malgastar, La Bella Varsovia / Poesía, 2016
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