18 de octubre de 2011

Julia Uceda, Poemas limítrofes


Fotografía de Bulent Erol
POEMAS LIMÍTROFES

I

El vacío no es una silla
frente al desierto: es el silencio
del alma. Es un corazón
sin luz. Es ver esta mano
                           —llegada desde una mano más pequeña
                           y perdida, tal vez muy dulce—,
quieta, pero no muerta: siendo lo que muere,
ceniza de lo que fue. Cambiando. Moviéndose
en su profunda inmovilidad
                           —así se mueve el tiempo—.
Haciéndose presente sobre la mesa.
Ajena y viva. Un objeto exento
que fue una mano y ahora es otra mano
que no deja su huella en la piedra
sino en la arena: agua
del gran desierto aquel.
                                  O una mano
que es una silla vacía frente al mismo desierto
                           —sabré qué digo ahora
                            dentro de algunos años—.
                                    Una mano
que cuelga de un brazo que pertenece a un hombro
y este hombro a un corazón sin luz. Carencia
de dolor que produce dolor: sólo la piedra,
dentro,
va creciendo. Somos lo que nunca
creímos llegar a ser. Esto hacen,
en nosotros, los otros. Sólo
todo aquello que no es un ser humano
no contribuye a nuestra nada.



Fotografía de Yulia Gorodinski

II

A veces no entro a tiempo en las horas
ni con buen pie,
y algo de mí se tambalea,
desentonado,
más acá o más allá
de lo real lejano.
                           Porque me quedo lejos,
vengo de lejos —sin saberlo—.
                                        Lo que ata
mi atención a otro lado
no es lo que podría llamarse una memoria.
Más se parece a una raíz:
a la raíz de una memoria encadenada,
con musgo,
tras una puerta sin pestillo,
ni aldaba, ni umbrosa cerradura;
una raíz que impide
lo que de mí se espera en una hora;
una raíz a la que nunca deberé preguntar
sino saltarla
porque el tejido de sus sendas tiene enigmas profundos,
y el tiempo que sujeta mi muñeca
es testimonio
de un compromiso breve, pero cierto.





Julia Uceda 
(Sevilla, España, 1925 - 2024)
de Viejas voces secretas de la noche, Sociedad de Cultura Valle-Inclán,
(Colección Esquío de Poesía, núm. VI), 1981
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6 comentarios:

Darío dijo...

Puedo decir que estos poemas requieren de mi un esfuerzo intelectual demasiado grande? Que suenan bellísimos, pero me pierdo, porque pienso en mis horas y en mi vacío.

Carmela dijo...

El segundo, sobretodo, es impresionante. La memoria secuestrada.
Las fotos preciosas Emma
Un beso

Unknown dijo...

"El vacío no es una silla
frente al desierto: es el silencio
del alma.
"
Ya estos versos bastarían, pero no se contenta la autora y continúa desandando el vacío y el alma, creciendo en el dolor desde la nada.
El segundo muy bueno también.
Un abrazo.
Leo

vera eikon dijo...

Llevo en los ojos la imagen de una mano que algún día fue tan pequeña que parecía contener el temblor del mundo. Y me pregunto cómo es posible que a esa niña se le apagara el corazón, y no le quedara otro remedio que vacíar de su mano el temblor del mundo, porque sin la luz de su corazón tuvo que utilizar su mano para vivir a tientas. En fin, que esa mano de niña me dolió. Y pienso que es cosa dura vivir al descompás de todo, y lejos de cualquier lugar. Bellos poemas. Beso

çç dijo...

Quedo aletargado por esa suave relación de poemas. espacios justos de pensamiento, de fotogramas vivos, gracias por estos poemas Miriam.

LA FEMME dijo...

ME IMPACTO EL PRIMER POEMA...YA EL SEGUNDO... ME QUEDE COLGADA DEL PRIMERO...POCO A POCO,NO?
BESOS!!!!

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