17 de octubre de 2011

Clarice Lispector, Felicidad clandestina


(*)

FELICIDAD CLANDESTINA

Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.

No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.
Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos".

Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.

Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato.

Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.

Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.
Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.

Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diábolico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.

Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.

Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió a fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!

Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: Vas a prestar ahora mismo ese libro. Y a mí: Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras.
¿Entendido? Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.

¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.

Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.

A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante.

(1971)

FELICIDADE CLANDESTINA

Ela era gorda, baixa, sardenta e de cabelos excessivamente crespos, meio arruivados. Tinha um busto enorme, enquanto nós todas ainda éramos achatadas. Como se não bastasse enchia os dois bolsos da blusa, por cima do busto, com balas. Mas possuía o que qualquer criança devoradora de histórias gostaria de ter: um pai dono de livraria.

Pouco aproveitava. E nós menos ainda: até para aniversário, em vez de pelo menos um livrinho barato, ela nos entregava em mãos um cartão-postal da loja do pai. Ainda por cima era de paisagem do Recife mesmo, onde morávamos, com suas pontes mais do que vistas. Atrás escrevia com letra bordadíssima palavras como “data natalícia” e “saudade”.

Mas que talento tinha para a crueldade. Ela toda era pura vingança, chupando balas com barulho. Como essa menina devia nos odiar, nós que éramos imperdoavelmente bonitinhas, esguias, altinhas, de cabelos livres. Comigo exerceu com calma ferocidade o seu sadismo. Na minha ânsia de ler, eu nem notava as humilhações a que ela me submetia: continuava a implorar-lhe emprestados os livros que ela não lia.

Até que veio para ela o magno dia de começar a exercer sobre mim uma tortura chinesa. Como casualmente, informou-me que possuía As reinações de Narizinho, de Monteiro Lobato.

Era um livro grosso, meu Deus, era um livro para se ficar vivendo com ele, comendo-o, dormindo-o. E completamente acima de minhas posses. Disse-me que eu passasse pela sua casa no dia seguinte e que ela o emprestaria.

Até o dia seguinte eu me transformei na própria esperança da alegria: eu não vivia, eu nadava devagar num mar suave, as ondas me levavam e me traziam.

No dia seguinte fui à sua casa, literalmente correndo. Ela não morava num sobrado como eu, e sim numa casa. Não me mandou entrar. Olhando bem para meus olhos, disse-me que havia emprestado o livro a outra menina, e que eu voltasse no dia seguinte para buscá-lo. Boquiaberta, saí devagar, mas em breve a esperança de novo me tomava toda e eu recomeçava na rua a andar pulando, que era o meu modo estranho de andar pelas ruas de Recife. Dessa vez nem caí: guiava-me a promessa do livro, o dia seguinte viria, os dias seguintes seriam mais tarde a minha vida inteira, o amor pelo mundo me esperava, andei pulando pelas ruas como sempre e não caí nenhuma vez.

Mas não ficou simplesmente nisso. O plano secreto da filha do dono de livraria era tranqüilo e diabólico. No dia seguinte lá estava eu à porta de sua casa, com um sorriso e o coração batendo. Para ouvir a resposta calma: o livro ainda não estava em seu poder, que eu voltasse no dia seguinte. Mal sabia eu como mais tarde, no decorrer da vida, o drama do “dia seguinte” com ela ia se repetir com meu coração batendo.

E assim continuou. Quanto tempo? Não sei. Ela sabia que era tempo indefinido, enquanto o fel não escorresse todo de seu corpo grosso. Eu já começara a adivinhar que ela me escolhera para eu sofrer, às vezes adivinho. Mas, adivinhando mesmo, às vezes aceito: como se quem quer me fazer sofrer esteja precisando danadamente que eu sofra.

Quanto tempo? Eu ia diariamente à sua casa, sem faltar um dia sequer. Às vezes ela dizia: pois o livro esteve comigo ontem de tarde, mas você só veio de manhã, de modo que o emprestei a outra menina. E eu, que não era dada a olheiras, sentia as olheiras se cavando sob os meus olhos espantados.

Até que um dia, quando eu estava à porta de sua casa, ouvindo humilde e silenciosa a sua recusa, apareceu sua mãe. Ela devia estar estranhando a aparição muda e diária daquela menina à porta de sua casa. Pediu explicações a nós duas. Houve uma confusão silenciosa, entrecortada de palavras pouco elucidativas. A senhora achava cada vez mais estranho o fato de não estar entendendo. Até que essa mãe boa entendeu. Voltou-se para a filha e com enorme surpresa exclamou: mas este livro nunca saiu daqui de casa e você nem quis ler!

E o pior para essa mulher não era a descoberta do que acontecia. Devia ser a descoberta horrorizada da filha que tinha. Ela nos espiava em silêncio: a potência de perversidade de sua filha desconhecida e a menina loura em pé à porta, exausta, ao vento das ruas de Recife. Foi então que, finalmente se refazendo, disse firme e calma para a filha: você vai emprestar o livro agora mesmo. E para mim: “E você fica com o livro por quanto tempo quiser. ”Entendem? Valia mais do que me dar o livro: pelo tempo que eu quisesse ” é tudo o que uma pessoa, grande ou pequena, pode ter a ousadia de querer.

Como contar o que se seguiu? Eu estava estonteada, e assim recebi o livro na mão. Acho que eu não disse nada. Peguei o livro. Não, não saí pulando como sempre. Saí andando bem devagar. Sei que segurava o livro grosso com as duas mãos, comprimindo-o contra o peito. Quanto tempo levei até chegar em casa, também pouco importa. Meu peito estava quente, meu coração pensativo.

Chegando em casa, não comecei a ler. Fingia que não o tinha, só para depois ter o susto de o ter. Horas depois abri-o, li algumas linhas maravilhosas, fechei-o de novo, fui passear pela casa, adiei ainda mais indo comer pão com manteiga, fingi que não sabia onde guardara o livro, achava-o, abria-o por alguns instantes. Criava as mais falsas dificuldades para aquela coisa clandestina que era a felicidade. A felicidade sempre iria ser clandestina para mim. Parece que eu já pressentia. Como demorei! Eu vivia no ar… havia orgulho e pudor em mim. Eu era uma rainha delicada.

Às vezes sentava-me na rede, balançando-me com o livro aberto no colo, sem tocá-lo, em êxtase puríssimo.

Não era mais uma menina com um livro: era uma mulher com o seu amante.




Clarice Lispector 
(Ucrania 1920 - Brasil 1977)
ESCRITORA/PERIODISTA
de Felicidade clandestina: contos, Nova Fronteira, 1985
en Felicidad clandestina, Editorial Grijalbo, 
Colección El espejo de tinta, 1988
Traducción de Marcelo Cohen 
para leer MÁS
(*) fotografía extraída de la web sin datos del autor

25 comentarios:

Isabel Martínez Barquero dijo...

Un delicioso relato, el que da nombre al libro de relatos de Clarice Lispector, una de las mejores escritoras que he leído y por la que siento auténtica devoción.
Un día quiero llevar frases suyas al cobijo, porque su lucidez es inmensa y su escritura, sublime.
Gracias, Emma.

Aka dijo...

Los libros, el tesoro más preciado. Aún espero con ansiedad mirando mi buzón cada tarde cuando he pedido un libro, o cuento los días que quedan para volver a Barcelona para correr al día siguiente a la librería. Hermoso relato.

besos

Errata y errata dijo...

Leí este cuento hace cuestión de tres meses y fue un placer volver a hacerlo. He leído poco de Lispector (asignatura pendiente). Me puede cuando escribe "...'el tiempo que quieras' es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer".
Emma, volveré a ausentarme un tiempito. Entraré cada tanto, de mientras te dejo un beso enorme.

Errata y errata dijo...

La felicidad parecería ser siempre así de clandestina ¿no?

Blue dijo...

El libro gordo acabó convirtiéndose en un objeto deseado y en mucho más que un libro.
Me encanta Clarice.
Besos.

çç dijo...

Era una mujer con su amante" ...así no queda otra opción que quitarse el sombrero.

desnudamentehumana dijo...

la relación con un libro, y todo ese despliegue de psicología femenina, ella, la amiga, la madre, la erotización sobre los objetos. me re pasa que me enamoro de un poema, de una canción, de una novela, casi como de un amante. me encanta este cuento y toda ella.
un beso

Isabel dijo...

Te conte que me regalaron este libro el otro dia =D y éste relato ya me tocó leerlo; me generó una profunda ternura, muchos de los relatos del libro son muy tiernos, ella era muy tierna...


Beso grande Emma y buena semana!!

Lila Biscia dijo...

ese final, es maravilloso.
es de las mejores definiciones que leí jamás, sobre el vínculo con la literatura.
la literatura es carne que nos penetra en la carne.

clarice... uf... es increible.

besos

batalla de papel dijo...

Recuerdo este relato, desde que lo leí por primera vez. Siento la magia de las palabras apoderándose de mi interior, ese amor y esa pasión por los libros. La felicidad cuando es clandestina tiene un sabor dulce y sagrado. Hace falta una ceremonia, un ritual, para asegurarse de que eso que nos sucede es cierto.
Un beso

Laiseca Estévez dijo...

Me apasiona esta mujer!!!

maria candel dijo...

Este es un cuento precioso, para todos aquellos que amamos los libros y el mundo que deriva de ellos, y ademas, quien no ha tenido una compañera maluca durante la infancia que nos hizo la vida imposible, durante algún tiempo.
Un gusto pasar por aquí, Emma.

vera eikon dijo...

Es bello este texto, y al leerlo comprendo porque encontró su hueco aquí Emma(y no estoy cuestionando el hecho de que Clarice se merezca un lugar. No soy tan osada, no....sin embargo sé que eres reacia a publicar textos de gente consagrada, porque como una vez dijiste "eso sería muy fácil". Aunque presiento que siempre hay algo difícil en el hecho de elegir ¿no?. Este texto de Clarice me ha tocado. Existe un placer sensual, casi carnal, en el hecho de poseer un libro (al menos para algunas personas. Está claro que esto no le pasa a todo el mundo). Y esa maquiavélica niña que encarna todos los obstáculos convierte su posesión en quimera. Una vez pensé que el amor era así. Una aventura en la que uno debe vencer al dragón y al tirano. Pero, afortunadamente, eso no me marcó para el resto de mis días...Beso

Analía de Rapsodia urbana dijo...

Esta mujer me fascina, la adoro.
saludos

Unknown dijo...

Bella escritura, bello mensaje.

Saludos.

Tuky dijo...

amor... amor... amor...

pd: y sí, ¿que otra cosa puedo decir?

EG dijo...

Este cuento de Clarice Lispector lo encontré en un PDF que anda en la web junto al cuento de Dorothy Parker "Una llamada telefónica", ambos tan diferentes y tan bien contados. Me parecieron una joyita de estas dos excelentes narradoras, poetas y escritoras.
Conozco a varias/os acá (incluyéndome) que aman los libros, sus historias, como objeto preciado y todo lo que simboliza su mundo. Me alegra saberlos tan contentos a todos! un abrazo.

guille dijo...

Un texto poderoso, contagioso.

La crueldad sin mas fin que fastidiar.
Las madres que no saben (o no quieren saber) como son sus enanos.
La justicia de la decisión.

...Otra cosa -maravillosa- es Clarice y su ilusión por el libro que llegará.
Su alegria por poseerlo (todo el tiempo que quiera), disfrutarlo, hacerlo suyo.

Una gozada encontrar textos como ese, libros como aquél, espacios como este.

GL dijo...

Este es uno de mis cuentos favoritos, amo a Lispector. Gracias!

Darío dijo...

A veces, Clarice se me hace impenetrable. Es entonces cuando sólo disfruto su escritura. Este texto es particularmente bello.

Unknown dijo...

Que regalazo que nos haces, Emma. Gracias
Un abrazote.
Leo

Carmela dijo...

Me encanta Clarice, me encanta este texto.
Un beso Emma

fiorella dijo...

Amo a Clarice, leerla es sumirse en espesuras necesarias y que están llenas de luz y humanidad.Un libro es eso, un amante dispuesto.Un beso

En mi propia tinta dijo...

este cuento es precioso
toda ella es preciosa
gracias emma!
besos

Anónimo dijo...

Niña-mujer, amante....

Está tan delicada y suciamente elaborado que destroza, devora, se introduce por todo el cuerpo y deja intacta la impresión...

Demonios, qué perfección de sensibilidad al escoger cada elemento, Felicidades a quién tan bien los selecciona y comparte.

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