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4 de noviembre de 2014

Francisco Ruiz Udiel, Cada cuatro años nace una poeta suicida


Obra de Madalina Iordache-Levay



CADA CUATRO AÑOS NACE UNA POETA SUICIDA

A Sexton, Plath y Pizarnik
Nacidas en 1928, 1932 y 1936

Cada cuatro años la muerte
abre la llave del gas de una cocina,
se fuma un cigarrillo en el sofá y espera.

Otras veces enciende el motor de un automóvil
dentro del garaje
y canta Chair in the Sky,
un poco de jazz no despertará
a las muñecas recién maquilladas, piensa.

Cada cuatro años la muerte toma
anfetaminas para adelgazar,
pero se le pasa un poco la mano
y ya no despierta.

No se pone triste ni alegre ni neurótica, no.
pero cada cuatro años
la muerte amanece lúgubre
y observa la tarde roja
desde una ventana.
Alguien trata de invocarme, dice,
y cierra amargamente los ojos.

A mí me da pesar, no sé,
es como si ella quisiera decirnos
o contarnos algo desde su delgado rostro blanco,
como si estuviera cansada de estrangular mujeres.
Yo la conozco muy poco,
pero me consta que aborrece su funéreo oficio.
Últimamente la han visto respirar
cierto aire suicida.

Cada cuatro años a la muerte
se le irritan los ojos,
sabemos que ha llorado, lo sabemos,
pero callamos,
sabemos también que busca algún vientre
y como ella no tiene el privilegio de la carne materna
aferra entonces sus fríos y delgados dedos
en el primer ombligo que encuentra.

Por eso cada cuatro años algunas niñas
ya vienen muertas.



A SUICIDAL POET IS BORN EVERY FOUR YEARS

                        To Sexton, Plath and Pizarnik
Born in 1928,1932 and 1936

Every four years death
opens a kitchen’s gas valve,
smokes a cigarette in a sofa and waits.

At other times it turns on a car engine
inside a garage
and sings Chair in the Sky,
thinks that some jazz will not awake
dolls recently made up.

Every four years death swallows
amphetamines to lose weight,
but it gets out of hand
and she no longer awakes.

No, she neither gets sad, nor happy nor neurotic.
But every four years death
awakes lugubrious
and watches, from a window,
the crimson afternoon.
Someone, she says, tries to invoke me,
and bitterly closes her eyes.

Much to my sorrow, I don’t know,
it is as if she wanted to narrate
or tell us something from her white thin face,
as if tired of strangulating women.
I don´ t know her very well,
but I do know that she loathes
her funereal undertaking.
She has been seen recently breathing
certain suicidal air.

Every four years death
suffers from sore eyes,
we know that she cried, we know it,
but we keep quiet,
we also know that she looks for some wombs
and since she doesn’t have the privilege
of the maternal flesh
then she clutches her cold thin fingers
on the first navel she finds.

This is why some girls
are born dead every four years.

(Traducción de Zingonia Zingone)




Francisco Ruiz Udiel 
(Estelí, 1977 - Managua, Nicaragua, 2010)
para leer más en ARTEPOÉTICA
en WIKIPEDIA
su BLOG

23 de octubre de 2014

Jack Gilbert, 2 poemas 2


Fotografía de Jakob Tuggener

DON JUAN CAMINO AL INFIERNO

¿Quién piensa en las mujeres no más por diversión?
¿O cuerpos repetidos con un mismo afán?
Los ignorantes, los ocupados, quizás. Ese olmo
de carne probará ser lujo de primera; 
atrevido y querido, con lluvia de tierra alterna.
Lo que no es condenar de intocable la China forestal.
No me uno al clero ni rendido estoy, y mi vasto conocer 
de senos, sus altos pezones, se congrega en mí.
El desnudarse inusitado, las delicadas costillas, la boca.
Espléndida. Espléndida. Espléndida. Como Roma. Como ijares.
Glamour suficiente para nuestro maravilloso y largo morir.
Digo suficiente, y hablo con merecido privilegio,
mi vida ha sido consumida en esa ciudad foliada.
Hasta el almizcle. Pero no por diversión.
No habría perdido tanto no más por diversión.
Tampoco por amor, como pretenden los románticos: juego de niños
con deliberada ignorancia, a cada cual según su sueño.
Ni por el vientre impersonal ni por el ebrio corazón
he recorrido este largo, obstinado, desastroso trayecto.
Mas por el anhelo de esos archipiélagos de persona.
Tomarla en mis manos, cerrada como un gorrión
cantar y cantar infinitamente hasta que pasara de pájara
a bosque airoso. A selva. A fruta de palo santo.
A luz. A princesa. A mujer
en toda su particularidad y diferencia.
Después, ¡ay! en el tiempo subacuático de la noche,
indecente y quieto, hablar con ella sin costumbre.
Contento, he hecho esto con mi vida.
Quisiera poder contarles cómo es estar en esa oscuridad,
de pie en medio del enorme canto, y el mundo ajeno. 


DON GIOVANNI ON HIS WAY TO HELL

How could they think women a recreation?
Or the repetition of bodies of steady interest?
Only the ignorant or the busy could. That elm
of flesh must prove a luxury of primes;
be perilous and dear with rain of alternate earth.
Which is not to damn the forested China of touching.
I am neither priestly nor tired, and the great knowledge
of breasts with their loud nipples congregates in me.
The sudden nakedness, the small ribs, the mouth.
Splendid. Splendid. Splendid. Like Rome. Like loins.
A glamour sufficient to our long marvelous dying.
I say sufficient and speak with earned privilege,
for my life has been eaten in that foliate city.
To ambergris. But not for recreation.
Nor for love as the sweet pretend: the children’s game
of deliberate ignorance of each to allow the dreaming.
Not for the impersonal belly nor the heart’s drunkenness
have I come this far, stubborn, disastrous way.
But for relish of those archipelagoes of person.
To hold her in hand, closed as any sparrow,
and call and call forever till she turn from bird
to blowing woods. From woods to jungle. Persimmon.
To light. From light to princess. From princess to woman
in all her fresh particularity of difference.
Then oh, through the underwater time of night,
indecent and still, to speak to her without habit.
This I have done with my life, and am content.
I wish I could tell you how it is in the dark,
standing in the huge singing and the alien world.



Christina Hendricks

ENTRE POEMAS

Una mujer quiso saber
qué hacen los poetas
entre poemas.
Entre pasiones
y visiones. Le dije
que entre poemas
me preparaba para la muerte.
Ella quiso decir entre
una cosa y otra, lo común.
Comúnmente, me 
preparo contra la muerte 
que se aproxima.
Y doy gracias por
las mujeres a las que 
he tenido el privilegio,
en extremo.



BETWEEN POEMS

A lady asked me
what poets do
between poems.
Between passions
and visions. I said
that between poems
I provided for death.
She meant as to jobs
and commonly.
Commonly, I provide
against my death,
which comes on.
And give thanks
for the women I have
been privileged to
in extreme.





Jack Gilbert 
(Pittsburgh, Pennsylvania, EE.UU., 1925-2012)
de El dialecto olvidado del corazón / The Forgotten Dialect of the Heart
DíazGrey Editores, McNally Jackson Books, Nueva York
Traducción de Eva Gasteazoro 
para leer +en CARÁTULA

11 de julio de 2014

Gonzalo Fragui, De cómo los antiguos amores hacen planes para mudarse (+3)


Fotografía de Lauren Treece

DE CÓMO LOS ANTIGUOS AMORES HACEN PLANES PARA MUDARSE

a Miguel James

Quienes más sufren
cuando un nuevo amor nos abandona
son los antiguos amores

Ellas nos ven llegar desde lejos
después de una larga ausencia
nos miran sospechosamente
nos olfatean

Ellas dicen
¡Ay, poeta, de qué nueva batalla vendrás!
Yo sólo les muestro mi silencio como trofeo de guerra

A pesar de sus ironías
ellas entienden
Una me indica posiciones de tai-chi para el bazo
Otra me proporciona en la boca
pequeñas porciones de un té negro como de alacranes
Otra me aplica quemaduras en plexo solar y en las manos
con un extraño cigarro chino
Otra me acuesta en su sofá y me recorre con sus cristales
Otra me pide que respire profundo, hasta acá abajo, más abajo,
y nos faltará quien me ofrezca una oración o una cerveza

Poco a poco voy saliendo a flote

Entonces ellas
hacen planes para mudarse de habitación
de trabajo
de ciudad
de planeta
lo antes posible
No quisieran verme llegar de nuevo
como perro alcanzado.



B O N U S  T R A C K x3

Fotografía de Lauren Treece



LAS MUJERES Y LA GUERRA

Lo máximo que se puede pedir
a una mujer hermosa
es una mirada
Lo demás se toma por asalto.



Fotografía de Lauren Treece


LAS MUJERES Y LA FILOSOFÍA

Siempre es igual
Uno propone un amor platónico
y ellas responden con un odio aristotélico.





Fotografía de Lauren Treece

LAS MUJERES Y EL AMOR

a Max Resto

El amor
es una carrera indetenible
entre dos
(o más)
El primero en llegar
pierde.





Gonzalo Fragui 
(Mucutuy, Mérida, Venezuela, 1960)
para leer + en LETRALIA

23 de abril de 2014

Leopoldo Brizuela, El derecho a leer a las mujeres


Ilustración de Sally Nixon

EL DERECHO A LEER A LAS MUJERES

Desde que empecé a escribir, y sobre todo, desde que empecé a publicar y a hablar públicamente sobre mis lecturas, amigos, colegas, periodistas, críticos, me han hecho la misma pregunta: ¿por qué leés tantas mujeres? Una pregunta que siempre me perturbó tanto como para contestarla, apenas, con evasivas o subterfugios. Como si decir la verdad –una verdad de la que yo mismo era apenas consciente, a fuerza de no discutirla- pudiera exponerme al peor peligro.

Yo balbuceaba: “Bueno, no te mencioné tantas”. Y era verdad: la recriminación ocurría a la segunda o tercera escritora citada, pero ya eran más de las que el propio interlocutor conocía o juzgaba prudente conocer. Otras veces yo fingía recoger el guante de un duelo del que sabía que desertaría: “Si yo hubiera mencionado sólo escritores varones, ¿vos me lo habrías hecho notar?” Porque era obvio que no. Y ni aun a las autoras mujeres que sólo nombran escritores varones, ni siquiera a las críticas o profesoras que sólo incluyen libros de escritores varones en sus programas, antologías, ensayos, este interlocutor les habría objetado ningún tipo de ignorancia.

Pero yo no respondía, y el otro, envalentonado, como si hubiera desenmascarado una artimaña o una conspiración, remataba: “te pregunto simplemente porque es raro”. Se erigía, en fin, como representante o árbitro de la normalidad, y todo parecía volver a ella. Me había recordado, y era su victoria, la ley que rige para todos, varones y mujeres: sólo el que se disimula sobrevive.

Dos vías

Primera salvedad. Quizá yo no me haya atrevido hasta hoy a contestar claramente esa pregunta, por carecer de otra ayuda que los libros de las mismas escritoras. Porque formular en términos teóricos lo que me habían revelado la inercia de las protagonistas de Jean Rhys y la lucidez de las heroínas de Doris Lessing; demostrar por qué las reflexiones que Simone de Beuvoir o de Adrienne Rich sobre el “segundo sexo” podían también aplicarse a mi experiencia, era una tarea que iba más allá de mis capacidades. Hoy, en cambio, contamos con las teorías sobre la construcción de la masculinidad; y esas teorías pueden ayudarme a explicar cómo la violencia y el terror que corrían soterrados bajo esa escena repetida, echan raíces en la infancia.

Dicen los especialistas que en sociedades como la nuestra se “hace varón” el que se aleja de la madre; se echa al varón de la casa, a la escuela o a la calle, para que otro aprendizaje mucho más importante que el que declaran los colegios: la masculinidad, esa condición que es un valor en sí y que le permitirá ocupar, durante el resto de su vida, los espacios de poder del patriarcado. Como lo explica Ariel Sánchez en Marcar la cancha este aprendizaje se da por dos vías. Por un lado, el varón busca un grupo de varones en el que pueda adquirir y desarrollar fuerza, entendida ésta como la capacidad de ejercer violencia sobre los demás. A través del mecanismo básico de la competencia, y de la medición de fuerzas que ésta posibilita, se establecen las jerarquías dentro del grupo; y la lealtad a éste y a sus jerarquías se entenderá como una verdadera condición de existencia.

Y por otro lado, la construcción de la masculinidad depende del hallazgo de un varón a quien calificar de “maricón”; mediante su hostigamiento permanente, el varón pretenderá demostrar su rechazo de todo lo femenino, es decir, su ya definitivo alejamiento de la madre. Como recordará cualquier persona de mi edad, para los niños de los años sesenta el mote de “maricón” no tenía que ver con la homosexualidad –la mera idea de “sexualidad” era ajena a nuestro mundo – sino con una u otra característica de personalidad que los demás varones identificaban como “femenina”. Eran características sorprendentemente variadas -podían ir de una manera de moverse o de hablar, a un rasgo físico o, precisamente, según me cuentan amigos mayores, a la afición a la lectura-; pero todas parecían vincularse con una carencia de fuerza física, o con una disidencia respecto del uso de la fuerza.

Ahora bien. Lo perverso del mecanismo de hostigamiento al “maricón” reside en que, como es demasiado fácil ejercer violencia sobre el débil -tanto más cuanto que el propio grupo le ha impedido desarrollar su fuerza-, quien lo agrede demuestra menos su masculinidad que la íntima, infinita vileza del entramado social. Y por eso la violencia contra el maricón se reitera cotidiana, incesantemente, en pos de esa demostración imposible; causando en sus víctimas daños de por vida sobre los que la sociedad de hoy, al fin, parece al fin abrir los ojos. Daños para los que, durante siglos, casi no ha habido otra salida que la lectura.

Vida y literatura

Segunda salvedad. Quizá la pregunta ¿por qué leés tantas mujeres? me habría perturbado menos si yo hubiera empezado a hacerlo por algún tipo de estrategia política o deliberación. No. Empezamos a leer escritoras, digamos, “espontáneamente”, como un animal perseguido que descubre de pronto el único lugar del mundo que se parece a su primer cubil; pero fue allí, también casi por sorpresa, donde encontramos permiso para ser lo que se nos había prohibido, y armas para lograrlo.

Para horror de quienes sostienen que lo único importante es el texto, nunca buscamos solamente libros: buscábamos autores cuya experiencia pudiéramos adivinar detrás del enigma de sus obras. ¿Y cómo podía dejar de interesarnos un nombre de mujer en la tapa de un libro, si era la prueba de que alguien, en sociedades aun más opresivas que la nuestra, había hecho algo que los demás no esperaban de ella, y había pagado precios altísimos por hablar, ya que sus contemporáneos no podían comprenderla, con algún “hermano del futuro”, es decir, con nosotros mismos? Si una película nos había iniciado en la compasión por Anna Frank y su muerte trágica, lo que nos cautivó para siempre de su Diario fue su decisión de sostener, ante la asfixia del confinamiento político y familiar, el deseo de dialogar consigo misma, y convertirse, así, en una escritora. Si una canción compuesta por dos varones nos había hablado del suicidio de Alfonsina Storni; la solapa del primer libro de ella que pedimos que nos compraran nos llevó a leer cada uno de sus poemas como otra creación no deseada por los hombres y salvada de su vigilancia omnímoda.

Por supuesto, detrás de aquella pregunta “pero ¿por qué leés tantas mujeres?” uno creía entender: “no son tan buenas” Pero ya nos dábamos cuenta de que la literatura escrita por mujeres poseía valores que pocos varones podían apreciar. Básicamente, esa capacidad de invención y manejo de herramientas que representaban, más o menos disimuladamente, una experiencia de incomodidad y rebeldía; produciendo esa experiencia única que llamamos arte y que implica no sólo goce estético, sino transformación profunda de la percepción de la realidad. Así, aunque pocos varones pudieran comprenderlo, una sola frase de Carson McCullers, apenas la primera de su primera novela: “En el pueblo había dos mudos y estaban siempre juntos” podía generar una experiencia estética infinitamente más rica que todos los cuentos de Ernest Hemingway, con sus alardes de macho que se foguea entre soldados, mafiosos, cazadores y toreros.

Y si escribir literatura, como dice Gilles Deleuze, es inventar una lengua extranjera dentro de la lengua; y si la tarea de las mujeres ha sido subvertir por la poesía la convención masculina, ¿quién nos lo reveló mejor que Sara Gallardo, con ese Eisejuaz mataco santo o loco que es su alter ego -ese personaje insólito capaz de sugerir, en un lenguaje nuevo, todo aquello que la cultura argentina no había podido nombrar nunca?

Una fuerza secreta

Creo que ya puedo empezar a responder. Leer a las mujeres fue un modo de transformar nuestras homéricas cargas de dolor, odio y violencia contenida en una fuerza productiva alternativa y nueva. Y quizá llegó el momento de describirla, para no sobrevalorarla y exponerse a un daño mayor. ¿En qué consiste, hoy por hoy? En principio, creo que todo maricón que sobrevive a la infancia consigue distanciarse y comprender, no sólo el por qué de las violencias que se ejercían sobre él, sino los terrores e impotencias que también torturan, secretamente, a los violentos.
En este sentido, desde muy temprano he visto a mis compañeros escritores como los niños que fueron, empeñados en la agotadora tarea de demostrar su poder ejerciéndolo de aquellas mismas dos maneras. Mírenlos en cualquier congreso de literatura: cómo se camuflan, como compiten, cómo intentan seducir: sobreactúan su masculinidad, acaso porque la poesía, convengamos, no es la habilidad que un coronel de caballería quisiera para su primogénito. Escúchenlos hablar –quizá sería excesivo pedirles que dialoguen con ellos-. Formateados por el fútbol, su primera preocupación ha sido integrarse a “un equipo” bajo el ala de un “director técnico” que les dijera qué y cómo escribir de modo que cada frase, cada palabra, diera testimonio de sus atributos viriles. Y hablan del “campo literario” como de la cancha en donde han salido a jugar un campeonato permanente; y de ganar premios como de “hacer un centro”, y de “meter” libros en una editorial importante, o un artículo en un medio masivo, como quien habla de goles. Y es cierto que cada tanto nombran a escritoras, cómo no; pero son siempre aquellas que, alegres convictas de la parcela que la cultura les asignó, le sirven para ejemplificar viejas categorías, aquellas que hasta los vivan y alientan como las porristas más sofisticadas de la historia.

Y en segundo lugar, guiados por aquellos “directores técnicos” que son siempre grandes humilladores, los muchachos se aplican a señalar a “los maricones de la literatura”-ésos que no se debe ser- ; y a la literatura “maricona” – aquello que no se debe escribir. Hoy como ayer, lo “maricón” no tiene que ver necesariamente la elección sexual de un escritor, sino con aquellas características que se corresponden los estereotipos de lo femenino; características tan asombrosamente variadas como para pertenecer a campos tan distintos y vastos de la cultura que, a fuerza de rechazarlos, la mayoría de los varones destaca por una ignorancia sobrecogedora. Pero volviendo a nuestro tema. Los muchachos se burlan, por ejemplo de la admiración de los “maricones” por las mujeres escritoras, como si no fuera más que una variación del amor delictual por la madre; no ven que, como señala Wayne Koesterbaum, lo que el “maricón” celebra de las “divas” es un exceso de voz sólo comparable a la magnitud de su propia imposibilidad de decir, y a la tradición perdida que esa voz de diva devuelve, por sorpresa, con vitalidad arrasadora. Los muchachos se ríen de los “maricones” por la franqueza con que éstos quieren expresar sentimientos, asimilándolos mecánicamente al kitsch, que tanto maricón celebra; enfermos de “pudor” (ese mecanismo parecido a la vergüenza pero que va más allá: porque es el castigo autoinflingido a su parte “femenina”) los varones niegan así su propia incapacidad para lidiar con lo que sienten, y esa risa es lo poco que pueden hacer con su desesperación. Porque están desesperados, es evidente: habiendo “naturalizado” su ignorancia hasta sentirla como un rasgo de su propia identidad; en cada cosa desconocida con que se confrontan no ven una posibilidad de enriquecerse, sino el peligro de su propia disolución… Prueba de que todavía hay que ir con mucha prudencia: porque no hay nada más violento que un negador acorralado.

Una necesidad y un derecho

En fin, ¿por qué leemos a las mujeres? Porque es una necesidad, quizá nuestra necesidad más profunda, y donde hay una necesidad hay un derecho. Porque ese derecho es el de toda una tradición que sobrevive, fortalece y se libera cuando leemos y respondemos a la lectura con nuestras propias obras Y porque, por mucho que intenten convencernos de que todo cambió, como si la utopía del viejo feminismo hubiera sido la única alcanzada, el cambio sólo afecta a la superficie de lo social, no al sustrato de las costumbres y al estrato profundo de las mentes.

¿Cómo se explica que, en una época en que ya nada dificulta el libre intercambio sexual entre dos personas adultas, los varones sigan haciendo florecer, en secreto, como tratantes pero también como clientes, la explotación sexual? No menos misteriosa resulta otra evidencia: aunque muchos de los grandes libros de todas las literaturas hayan sido escrito por mujeres, y aunque las mujeres sean mayoría en las carreras de letras, las editoriales, los talleres literarios, etc. la presencia de mujer en la literatura aun sigue considerándose una anomalía?

¿Qué hacer con esta ceguera de los varones? Hay quien piensa que el cambio es imposible, o sólo posible en el caso de una remotísima mutación genética, y que nuestra tarea es combatir, aunque la manera de hacerlo resulte bastante inconcebible y, como sea, la disparidad de fuerzas todavía nos asegure una derrota inmediata. Otros sostienen que el camino es persuadir, olvidando que la persuasión, como señala Hanna Arendt, sólo es posible entre dos seres humanos en pie de igualdad, sin otra arma que la excelencia de sus argumentos. Incapaz de arriesgar un sólo consejo, me limito a señalar una comprobación: el varón con poder sólo cambia cuando aquellos de cuya explotación depende consiguen escapar o al menos correrse un poco de lugar, y los dejan sin base. Es decir, cuando cambiar se vuelve, para ellos, una cuestión de vida o muerte, y por fin ven la necesidad de cargo, a solas, de su destino.

Mi propósito personal es éste: hablar, escribir para nosotros. Estaremos más cerca de una liberación verdadera si, en lugar de atender al enemigo, de entrar en su juego de constante competencia y aniquilación, optamos, como las grandes escritoras, por propagar entre nosotros un saber que tienda puentes más allá del tiempo y el espacio y de los muros antiguos y nuevos. Si nos atrevemos a revivir, comprender, y consolar al niño que fuimos; si comprendemos la literatura como el vehículo más poderoso de ese amor y esa fraternidad, y tratamos de escribirla para los que aun hoy, todavía, los necesitan como el agua y el pan.





Leopoldo Brizuela
(La Plata, Bs. As., Argentina, 1963 - 2019)
POETA/ESCRITOR/PERIODISTA/TRADUCTOR
Texto publicado originalmente en ETERNA CADENCIA
en WIKIPEDIA
en FACEBOOK

4 de febrero de 2014

Alfredo Buxán, 2 poemas 2


Fotografía de Joel Robison

PAISAJE EN MOVIMIENTO

Estás aquí, no tengo dudas, libando
−concentrada y ausente− entre mis libros
como una mariposa entre las flores.
Te veo danzar de un lado a otro,
detenerte un instante en la fotografía
que un día me hiciste frente al mar
−aún tu pelo rojo se mece entre las olas−
y ocultarte de nuevo detrás de la cortina.
Estás como la luz de cada día,
vulnerable y eterna, de colores.
Cierro los ojos y el aire se detiene,
sólo brilla ante mí un paisaje de arena
que eres tú, la acariciada en sueños,
la del aliento tenue, la que espera
cambiando de lugar a cada paso
como un niño que juega con la sombra.
No sentiré que el mundo se diluya
cuando vueles en paz hacia otra rama.




Fotografía de Joel Robison

UNA OLA PEQUEÑA EN TU MEMORIA

Todavía duermes contra mí, amado,
como si nada hubiese ocurrido,
tiemblo,
pequeño habitante de un paraje que nunca fue mío.

-Miyó Vestrini-

Ya no duermes contra mí, grano de arena,
pequeña flor salvaje que diste la vida
literalmente
en cada respiración, en cada grito silencioso
frente al cristal, en cada salto en el vacío,
diste toda la vida
cada vez
                dejándome en la piel
−aunque ahora ya no estés, habitante de la sombra−
el surco árido de la ausencia y la verdad sin trampa,
rescoldo puro, del deseo.

Ya no duermes contra mí, gota de agua,
ola profunda que nunca se retira,
pero te duermo yo fielmente
cada noche
aunque tu nombre sólo de tarde en tarde
resuene en el errático vaivén
de las conversaciones.
Ya no duermes contra mí pero me habitas,
célula inolvidable, como tú querías.




Alfredo Buxán 
(Corcubión, A Coruña, España, 1950)
POEMAS INÉDITOS
su blog LAS PALABRAS PERDIDAS
para leer más en PORTAL DE POESÍA

9 de febrero de 2012

Luis Alberto Spinetta, Gricel





No debí pensar jamás
en lograr tu corazón
y sin embargo te busqué
hasta que un día te encontré.
y con mis besos te aturdí
sin importarme que eras buena.


Tu ilusión fue de percal
se rompió cuando partí
pues nunca nunca más te ví
oh, que amarga fue mi pena.


No te olvides de mi
de tu Gricel
me dijiste al besar
el cristo aquél


y hoy que vivo enloquecido
porque no te olvidé


ni te acuerdas de mí
Gricel, Gricel.


Me faltó después tu voz
y el calor de tu mirar


y como un  loco te busqué
pero nunca te encontré
y en otros besos me perdí
mi vida toda fue un engaño.


Que será Gricel de ti
se cumplió la ley de Dios,
ah, que amarga fue mi pena.







Luis Alberto Spinetta 
(Buenos Aires, Argentina, 1950-2012)
Música de Mariano Mores y letra de Juan José Contursi, 1942
para LEER la historia del tango Gricel

12 de enero de 2012

Joan Margarit, El sol sobre un retrato (+1)


Fotografía de Old York

EL SOL SOBRE UN RETRATO

Estoy mirando una fotografía
en la que da un rayo de sol.
Tanto argumento, tanto razonar
mientras se iba escapando nuestro amor.
Ninguna lógica puede salvar
el abismo que se abre entre decir
te quiero y no decirlo.
Miro sonriendo la fotografía.
Amamos mucho tiempo.
Tarda en marcharse el sol de los retratos 

de No estaba lejos, no era difícil, Visor, 2011
extraído de EL ALMIRANTE RUINA




B O N U S  T R A C K



 de Después de la lluvia, Visor, 2007; ed. bilingüe. Extraído de  ACÁ



Joan Margarit 
(Sanaüga, Segarra, España, 1938-2021)
para leer MÁS
su WEB

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