10 de noviembre de 2013

Sergio De Matteo, Los matices del deseo


Fotografía de Arthur Elgort  (Wendy Whitelaw, 1981)




LOS MATICES DEL DESEO

“Y en ese punto el alma se pregunta cuál será su círculo entre círculos y su danza entre danzas; y como no se da respuesta ni la recibe de los otros, inicia su jornada de tribulación; porque su duda es grande y creciente su soledad. En ese conflicto se halló la mía, y en él permaneció hasta que le fue revelado su norte verdadero en la figura de Aquella por quién escribo estas páginas...”.
Leopoldo Marechal


Eclipsado por la belleza
sólo pretende profanar a la diosa.
Estira las manos hacia el cielo
y busca en ese espacio
la señal de alguien,
quiere oír
quiere saber,
sólo quiere...

Su único celo del día
es completarse a través de Aquella,
atiborrarse de sus manjares,
alumbrarse hacia adentro y, también,
encenderla
a Aquella,
como si fuera una lámpara
delicada
de antaño,
y hacerla arder con él.
Él quiere, pretende
que Aquella pretenda,
y porque no, asimismo quiera
ser una llama
alta y fuerte
junto a él,
es decir, ambos,
a la vez.

Cómo desea a esa semejante aparecida
mientras caminaba por las calles de la ciudad.
Los encuentros son así: una fulguración extraña.

Y ahora él, el transeúnte, como rufián melancólico,
recoge los pasos que Aquella va dejando detrás suyo.
Él lleva heridas las pupilas por el meneo de las caderas
por el vuelo de ave de esa cabellera ensortijada,
desconocida y salvaje, hipnótica,
que lo conmueve hasta las lágrimas,
hiriéndolo sin más hasta el viento de su ansiedad.

Ahí se estremece él
al cruzarse con su admirada, con lo que él quiere,
que es lo otro que él no tiene y desea tener con él,
junto o poco, todo o algo, por lo menos anhela retazos de ese cuerpo
pero lo pretende para él, así es de él y sólo lo compartiría con ella,
que, en definitiva, es Aquella, la que más desea y ambiciona,
(hasta que se le cruce en el camino alguna otra más deseada),
pero por el momento, sólo es Aquella el apetito de él,
es todo lo que quiere para satisfacer
esa voracidad que se le cuaja en donde se atan
y atenúan los sentimientos.
Por eso él se va tras de Aquella, sin pensarlo,
sólo sintiendo, midiéndolo con el baremo de su heterodoxo corazón,
tan sólo con las venas abiertas al aire
expulsando flores de luz desde la aorta incendiada
de su motriz alegría
al ser él el correspondido de los días y noches de placer y agonía.
Así está él con sus ojos pesados de juntar lujurias
mientras Aquella expande todo su magnífico animalito del deseo
frente a los espejos del alma de quien más la desea
y quiere en la ciudad.
Él es el que anda sin voz, casi fantasma, sin levantar, ahora,
las manos al cielo
pidiendo la limosna del seducido
para que ambos dos sean una totalidad de la pasión.

Ella —que es Aquella—
completa y única
entre todas las demás,
única y preciosa,
con una sonrisa plena y núbil,
colmada de fragancias y matices,
prendada de frutos que le hacen agua en la boca,
el alimento de la noche,
el fuego, el incendio, el grito,
el perdurable trance del instante
la jornada de tribulación.

Estar con ella —que vuelve a ser, justamente, Aquella—
es un acto de amor con la belleza;
Aquella, la que le absorbe todo el amor a raudales
la de las furias en todo el cuerpo
y los descalabros tan intensos en la cabeza:
es la que llegó para conmover sus horas,
que alteró el refugio de sus sueños,
es la imagen que se mueve ahora tras los párpados,
y es a la que busca hallar en cada esquina,
a cada vuelta de manzana,
para vivir el deslumbre del gozo
aunque todo sea una fugacidad,
una marea en los pliegues de la ternura,
aunque sea Aquella la que esté brillando para llenarle a él
de vida y angustia, de deseo y hambre,
de ilusiones perdidas en la infancia,
y que ahora se incendian como fogatas en la noche
en su ardoroso pecho de hombre solitario.

Aquella, la que es sólo para la queja del amante.



Sergio De Matteo (Santa Rosa de Toay, La Pampa, Argentina, 1969)
de Criatura de mediación, Museo Salvaje Ediciones, Santa Rosa, 2002
su BLOG


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