LOS CONVERSADORES
Pasamos la semana entera conversando.
Habíamos nacido el mismo año y en el mismo hospital,
y teníamos tanto que contarnos
que no podíamos parar; de mañana, en el porche,
conversábamos, mientras yo me peinaba
y los pelitos que caían flotaban por el aire
bajando la colina, rumbo al valle.
Yendo a buscar el auto, conversábamos;
por encima del techo, suave y acampanado, seguíamos conversando
mientras abríamos la puerta;
después nos agachábamos y estábamos los dos, con medio cuerpo adentro,
conversando. Cuando nos encontrábamos en pleno día,
lo primero que hacíamos al vernos era abrir la boca.
Durante todo el día nos cantábamos la música
ambiente del lenguaje oral. Ni siquiera parábamos
para comer: le hablaba a través de los restos masticados
de una galletita, mientras lo salpicaba amablemente
con las migas. Hablábamos
mientras volvíamos al auto, y nos quedábamos parados,
conversando, uno de cada lado,
hasta que se vaciaba el estacionamiento,
y entonces nos poníamos a hablar de un tema nuevo con las manos agarradas
al techito marrón. De su mujer
demasiado no hablábamos, tampoco de mi esposo;
pero acerca de todo lo demás
le sacábamos chispas a la lengua;
mientras nos dábamos un baño de inmersión,
o al subir caminando por la calle empinada,
con los pies en el suelo caliente y polvoriento,
igual que si estuviéramos pisando los iones sobre un ala; y en la arena
el uno junto al otro, al darnos vuelta, aquellas mismas vueltas
que de haber sido el uno sobre el otro habrían sido
las vueltas del placer; y bajo el agua, incluso,
salían de nuestras bocas, encadenadas delicadamente
nuestras frases. Pero de noche, por lo general
casi toda la noche, conversábamos
hasta caer rendidos, como si, de detenernos un instante apenas,
irremediablemente hubiéramos tenido que ir el uno hacia el otro.
Hoy me dijo
que sería capaz de conversar conmigo para siempre:
yo creo que es así la vida de los ángeles,
sentados uno frente al otro, inmersos
en la dicha de compartir un mismo espíritu.
Dios mío,
nunca van a tocarse.
(San Francisco, EE.UU, 1942)
de Blood, Tin, Straw, 1999
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
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Pasamos la semana entera conversando.
Habíamos nacido el mismo año y en el mismo hospital,
y teníamos tanto que contarnos
que no podíamos parar; de mañana, en el porche,
conversábamos, mientras yo me peinaba
y los pelitos que caían flotaban por el aire
bajando la colina, rumbo al valle.
Yendo a buscar el auto, conversábamos;
por encima del techo, suave y acampanado, seguíamos conversando
mientras abríamos la puerta;
después nos agachábamos y estábamos los dos, con medio cuerpo adentro,
conversando. Cuando nos encontrábamos en pleno día,
lo primero que hacíamos al vernos era abrir la boca.
Durante todo el día nos cantábamos la música
ambiente del lenguaje oral. Ni siquiera parábamos
para comer: le hablaba a través de los restos masticados
de una galletita, mientras lo salpicaba amablemente
con las migas. Hablábamos
mientras volvíamos al auto, y nos quedábamos parados,
conversando, uno de cada lado,
hasta que se vaciaba el estacionamiento,
y entonces nos poníamos a hablar de un tema nuevo con las manos agarradas
al techito marrón. De su mujer
demasiado no hablábamos, tampoco de mi esposo;
pero acerca de todo lo demás
le sacábamos chispas a la lengua;
mientras nos dábamos un baño de inmersión,
o al subir caminando por la calle empinada,
con los pies en el suelo caliente y polvoriento,
igual que si estuviéramos pisando los iones sobre un ala; y en la arena
el uno junto al otro, al darnos vuelta, aquellas mismas vueltas
que de haber sido el uno sobre el otro habrían sido
las vueltas del placer; y bajo el agua, incluso,
salían de nuestras bocas, encadenadas delicadamente
nuestras frases. Pero de noche, por lo general
casi toda la noche, conversábamos
hasta caer rendidos, como si, de detenernos un instante apenas,
irremediablemente hubiéramos tenido que ir el uno hacia el otro.
Hoy me dijo
que sería capaz de conversar conmigo para siempre:
yo creo que es así la vida de los ángeles,
sentados uno frente al otro, inmersos
en la dicha de compartir un mismo espíritu.
Dios mío,
nunca van a tocarse.
THE TALKERS
All week, we talked. Born in the same
year and hospital we had so much to catch
up on we couldn't stop, we talked
year and hospital we had so much to catch
up on we couldn't stop, we talked
in the morning on the porch, when I combed my hair
and flung the comb-hair out into the air,
and it floated, down the slope, toward the valley.
We talked while walking to the car, talked
over its mild, belled roof
while opening the doors, then ducked down
and there we were, bent toward the interior, talking.
Meeting, in the middle of the day,
equals--same birthplace, same age, same height--
we opened our mouths. All day,
we sang to each other the level music
of spoken language. Even while we ate
we did not pause, I'd speak to him
through the broken body of the butter cookie,
gently spraying him with crumbs. We talked
and walked, we leaned against the opposite sides of the
car and talked in the parking lot
until everyone had driven off, we clung to its
cold maroon raft and started a new subject.
We did not talk about his wife, much,
or my husband, but to everything else
we turned the workings of our lips and tongues
--up to our necks in the hot tub,
or walking, up the steep road,
stepping into the hot dust as if
down into the ions of a wing, and on the
sand, next to each other, as we turned
the turns that upon each other would be the
turnings of joy-- even under
water there trailed from our mouths the delicate
chains of our sentences. But mostly at night, and
far into the night, we talked until we
dropped, as if, stopping for an instant, we might
move right toward each other. Today,
he said he felt he could talk to me forever,
it must be the way the angels live,
sitting across from each other, deep
in the bliss of their shared spirit. My God,
they are not going to touch each other.
Sharon Olds (San Francisco, EE.UU, 1942)
de Blood, Tin, Straw, 1999
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
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4 comentarios:
Si los ángeles son un mismo espíritu no son acaso el mismo ángel? Puede uno conversar consigo mismo hasta el cansancio? Podrán los ángeles tocarse con palabras y sentir tal vez el mismo placer sexual que los mortales al dejar de hablar? Mira flaca, mirá lo que me hacés !!
Ajá...
Ahora entiendo.
Claro Maia, es cierto lo que preguntás! Ahora voy a tener que ver otra vez el link del Angel para saber la respuesta!
Pucha que son complicadas las dos, caracho!
PS: y yo muy chusma.
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Maia... tremendo poema o poesía o lo que sea... no?
Uyyy...habló la "simple". Pero andááaaaa...
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