¿Dónde duele tu miedo?, obra de Karen Dolorez |
Tras el nacimiento de las bombas virales y del miedo,
las frenéticas armas automáticas desatadas,
el temporal de balas sobre una multitud tomada de la mano,
ese cielo bruto abriendo su quijada de metal
que solo traga lo indecible en cada uno de nosotros, ¿qué
queda? Hasta el río oculto en la nada está envenenado,
naranja y ácido por una mina de carbón. ¿Cómo no
temer a la humanidad, querer lamer hasta secar el fondo
del arroyo, aspirar el agua mortal en
tus propios pulmones, como un veneno? Lector, quiero
decirte: no mueras. Incluso cuando pez tras pez de plata
aparece con la panza arriba, y el país cae en picada
en un crepitante cráter de odio, ¿acaso todavía no hay
algo que canta? La verdad: no lo sé.
Pero a veces, juro que lo escucho, la herida cerrándose
como una puerta de garaje oxidada, y todavía puedo mover
mis miembros vivos hacia el mundo sin sentir demasiado
dolor, todavía puedo maravillarme al ver cómo la perra corre
directo hacia las camionetas pickup, embalada calle
abajo, porque cree que los ama,
porque está segura, sin duda alguna, de que el ruido de
cosas rugientes corresponderá a su amor, su pequeño y suave yo
vivo, con ganas de compartir su maldito entusiasmo,
hasta que halo la correa para salvarla porque
quiero que ella sobreviva, por siempre. No mueras, digo,
y decidimos caminar un poco más, los pájaros cantores
altos y febriles sobre nosotros, el invierno que llega para colocar
su cuerpo frío en esta pequeña parcela de tierra.
Tal vez siempre arrojamos nuestro cuerpo hacia
lo que podría destruirnos, rogándole amor
al acelerado paso del tiempo, y tal vez,
como la perra obediente a mis talones, podremos caminar juntos
en paz, al menos hasta que llegue el próximo furgón.
THE LEASH
After the birthing of bombs of forks and fear,
the frantic automatic weapons unleashed,
the spray of bullets into a crowd holding hands,
that brute sky opening in a slate-metal maw
that swallows only the unsayable in each of us, what’s
left? Even the hidden nowhere river is poisoned
orange and acidic by a coal mine. How can
you not fear humanity, want to lick the creek
bottom dry, to suck the deadly water up into
your own lungs, like venom? Reader, I want to
say: Don’t die. Even when silvery fish after fish
comes back belly up, and the country plummets
into a crepitating crater of hatred, isn’t there still
something singing? The truth is: I don’t know.
But sometimes, I swear I hear it, the wound closing
like a rusted-over garage door, and I can still move
my living limbs into the world without too much
pain, can still marvel at how the dog runs straight
toward the pickup trucks break-necking down
the road, because she thinks she loves them,
because she’s sure, without a doubt, that the loud
roaring things will love her back, her soft small self
alive with desire to share her goddamn enthusiasm,
until I yank the leash back to save her because
I want her to survive forever. Don’t die, I say,
and we decide to walk for a bit longer, starlings
high and fevered above us, winter coming to lay
her cold corpse down upon this little plot of earth.
Perhaps we are always hurtling our body towards
the thing that will obliterate us, begging for love
from the speeding passage of time, and so maybe,
like the dog obedient at my heels, we can walk together
peacefully, at least until the next truck comes.
(Sonoma, California, EE.UU., 1976)
Reside en Lexington, Kentucky
Reside en Lexington, Kentucky
de The Carrying, Milkweed Editions, 2018
National Book Critics Circle Award for Poetry
Traducción de Beverly Pérez-Rego
National Book Critics Circle Award for Poetry
Traducción de Beverly Pérez-Rego
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