8 de marzo de 2019

Margaret Atwood, Alabemos a las mujeres tontas


Margaret Atwood, fotografiada por Ruven Afanador para TIME


ALABEMOS A LAS MUJERES TONTAS

—las cabezas huecas, las descerebradas, las rubias explosivas:
las adolescentes tercas demasiado tontas para escuchar a sus madres;
todas las que tienen relleno de colchón entre oreja y oreja,
todas las empleadas de lujo que nos desean un buen día, nos dan el cambio mal, mientras se retocan el super peinado en el espejo,
aquellas que meten al caniche recién bañado en el microondas,
y aquellas cuyos novios les dicen que el chicle de clorofila es anticonceptivo, y se lo creen;
todas las que se muerden las uñas de nervios porque no saben si hacer pis o salir del wáter, todas las que no saben escribir pis ni wáter, todas las que se ríen, complacientes, de chistes tontos como este, aunque no los entiendan.

No viven en el mundo real, nos decimos, benévolas: pero, ¿qué clase de crítica es esa?
Si se las arreglan para no vivir en él, tanto mejor. También nosotras preferiríamos no vivir en él.
Y en realidad no lo hacen, porque tales mujeres son ficciones: compuestas por otros, pero con igual frecuencia por sí mismas, aunque hasta las mujeres tontas son menos tontas de lo que aparentan: lo aparentan por amor.

Los hombres las adoran porque hacen que hasta los hombres tontos parezcan listos: las mujeres por la misma razón,
y porque les recuerdan las cosas tontas que han hecho ellas,
pero sobre todo porque sin ellas no habría historias.

¡No habría historias! ¡Imagínate un mundo sin historias!
Pues eso es exactamente lo que tendríamos, si todas las mujeres fueran sabias.
Las Vírgenes Sensatas cuidan sus lámparas, se proveen de aceite, y llega el esposo, como debe ser, llamando a la puerta principal, a tiempo para la cena;
no hay lío, no hay follón, no hay historia.
¿Qué se puede contar de la Vírgenes Sensatas, insulsos parangones de virtud?
Se muerden la lengua, cierran sus boquitas inteligentes, se cosen su propia ropa,
alcanzan reconocimiento profesional, lo hacen todo bien sin esfuerzo.
Son en cierto modo insoportables: no tienen vicios narrativos:
sus sonrisitas sensatas son demasiado sabias, saben demasiado de nosotras y nuestras tonterías.
Sospechamos que tienen corazones mezquinos.
Se pasan de listas, no en detrimento suyo, sino en el nuestro.
Las Vírgenes Necias, en cambio, dejan que las lámparas se apaguen:
y cuando el esposo llega y llama al timbre,
están en la cama durmiendo, y tiene que entrar por la ventana:
y la gente grita y tropieza con cosas, y las identidades se confunden,
y hay una escena de persecución, y de rotura, y el placer de la trifulca consiguiente:
nada de lo cual se hubiera producido si a estas chicas no les faltasen unos cuantos veranos.

¡Ah, la Eterna Mujer Tonta! Cómo nos gusta oír hablar de ella:
cuando escucha los entramados pseudo-artísticos de la creíble serpiente, y acaba comiendo la muestra gratuita de la manzana de Árbol de la Sabiduría:
dando así origen a la ciencia de la Teología;
o mientras abre la fraudulenta caja-sorpresa que contiene todos los males humanos, y es tan tonta que cree que la Esperanza servirá de alivio.

Habla con lobos, sin saber qué clase de bestias son:
¿Dónde has estado toda mi vida?, le preguntan. ¿Dónde he estado toda mi vida?, responde ella.
¡Nosotras sí lo sabemos! ¡Lo sabemos! Y reconocemos un lobo cuando lo vemos.
Cuidado, le gritamos en silencio, pensando en todas las cosas inteligentes que haríamos en su lugar.
Pero atrapada en las páginas blancas, no nos oye, y va brincando, canturreando y retozando hacia su destino.
(¡La inocencia! Quizás esa sea la clave de la estupidez, nos decimos, nosotras que la abandonamos hace tiempo).
Si escapa a algún peligro, es gracias a la buena suerte, o al héroe:
esta chica se ahogaría en un vaso de agua.

A veces es tontamente temeraria; por otro lado, puede ser igualmente
miedosa, aunque también tontamente.
Padrastros incestuosos la persiguen por claustros en ruinas,
a los que ha sido llevada con artimañas que no engañarían a un palomo.
Los ratones la hacen gritar: va por este mundo amenazante gimoteando, entre castañear de dientes,
corriendo —pero correr implica el uso de las piernas, y es poco airoso— desvaneciéndose, más bien.
(Sin piernas) huye despavorida, equivocándose de camino en cada cruce,
un foulard blanco de seda en la oscuridad, y nosotros huimos con ella.
Huérfana y carente de tías bondadosas, toma decisiones matrimoniales
poco apropiadas,
y tiene que evitar cuerdas, cuchillos, perros asilvestrados, macetas de piedra que caen de los balcones,
dirigidas a su agitada cabecita por esposos ladinos y viles que van a por sus huesos y sus pesos.
No la compadezcas, cuando la veas ahí desvalida retorciéndose las manos:
el miedo es su armadura.

¡Admitámoslo, es nuestra inspiración! ¡La Musa como pelusa de polvo!
¡Y la inspiración de los hombres, también! ¿Por qué, si no, se compusieron las sagas de héroes,
de su fuerza cuasi-divina y sus hazañas sobrehumanas,
sino para la admiración de las mujeres a quienes se juzga tan tontas como para creérselas?
¿De dónde, si no, quinientos años de poemas de amor,
por no hablar de esas canciones suplicantes, lastimeras, llenas de gemidos y sollozos musicales?
¡Dirigidas directamente a las mujeres tan tontas como para encontrarlas seductoras!
Cuando una hermosa mujer cae en desgracia, o se tira a ella,
alegando sus buenas intenciones, su deseo de agradar,
y abusan de ella, sobre todo si el que abusa es famoso,
si es lo bastante tonta o lo bastante lista, la pillan, como en las novelas clásicas,
y aparece en los periódicos, desconcertada y llorosa,
y de ahí directa al corazón.
¡Te perdonamos! Exclamamos. ¡Lo comprendemos! ¡Ahora hazlo otra vez!

Hypocrite lecteuse! Ma semblable! Ma soeur!
Alabemos a las mujeres tontas, que nos han dado la Literatura.




LET US NOW PRAISE STUPID WOMAN

- the airheads, the bubblebrains, the ditzy blondes:
the headstrong teenagers too dumb to listen to their mothers:
all those with mattress stuffing between their ears,
all the lush hostesses who tell us to have a good day, and give us the wrong change, while checking their Big Hair in the mirror,
all those who dry their freshly shampooed poodles in the microwave,
and those whose boyfriends tell them chlorophyll chewing gum is a contraceptive, and who believe it;
all those with nervously bitten fingernails because they don't know whether to pee or get off the pot,
all those who don't know how to spell the word pee,
all those who laugh good-naturedly at stupid jokes like this one, even though they don't get the point.

They don't live in the real world, we tell ourselves fondly: but what kind of criticism is that?
If they can manage not to live in it, good for them. We would rather not live in it either, ourselves.
And in fact, they don't live in it, because such women are fictions: composed by others, but just as
frequently by themselves,
though stupid women are not so stupid as they pretend: they pretend for love.
Men love them because they make even stupid men feel smart: women for the same reason,
and because they are reminded of all the stupid things they have done themselves,
but mostly because without them, there would be no stories.

No stories! No stories! Imagine a world without stories!
But that's exactly what you would have, if all the women were wise.
The Wise Virgins keep their lamps trimmed and filled with oil, and the bridegroom arrives, in the proper way, knocking at the front door, in time for his dinner; 
no fuss, no muss, and also no story at all.
What can be told about the Wise Virgins, such bloodless paragons?
They bite their tongues, they watch their smart mouths, they sew their own clothing,
they achieve professional recognition, they do every right thing without effort.
Somehow they are insupportable: they have no narrative vices:
their wise smiles too knowing, too knowing about us and our stupidities.
We suspect them of having mean hearts.
They are far too clever, not for their own good but for ours.

The Foolish Virgins, on the other hand, let their lamps go out:
and when the bridegroom turns up and rings the doorbell,
they are asleep in bed, and he has to climb through the window:
and people scream and fall over things, and identities get mistaken,
and there's a chase scene, and breakage, and much satisfactory uproar:
none of which would have happened if these girls hadn't been several bricks short of a load.

Ah the Eternal Stupid Woman! How we enjoy hearing about her:
as she listens to the con-artist yarns of the plausible snake,
and ends up eating the free sample of the apple from the Tree of Knowledge:
thus giving birth to Theology;
or as she opens the tricky gift box containing all human evils,
but is stupid enough to believe that Hope will be some kind of solace.

She talks with wolves, without knowing what sort of beasts they are:
Where have you been all my life? they ask. Where have I been all my life? she replies.
We know! We know! And we know wolfishness when we see it!
Look out, we shout at her silently, thinking of all the smart things we would do in her place.
But trapped inside the white pages, she can't hear us, and goes prancing and warbling and lolloping innocently towards her doom.
(Innocence! Perhaps that's the key to stupidity,
we tell ourselves, who think we gave it up long ago.)
If she escapes from anything, it's by sheer luck, or else the hero:
this girl couldn't tear her way out of a paper bag.

Sometimes she's stupidly fearless; on the other hand,
she can be just as equally fearful, though stupidly so.
Incest-minded stepfathers chase her through ruined cloisters,
where she's been lured by ruses too transparent to fool a gerbil.
Mice make her scream: she whimpers, teeth chattering, through the menacing world.
running - but running involves legs, and is graceless - fleeing, rather.
Leglessly she flees, taking the wrong turn at every turn,
a white chiffon scarf in the darkness, and we flee with her.
Orphaned and minus kind aunts, she makes inappropriate marital choices,
and has to dodge ropes, knives, crazed dogs, stone flower urns toppled off balconies,
aimed at her jittery head by suave, evil husbands out for her cash and blood.
Don't feel sorry for her, as she stands their helplessly wringing her hands:
fear is her armor.

Let's face it, she's our inspiration! The Muse as fluffball!
And the inspiration of men, as well! Why else were sagas of heroes,
of their godlike strength and superhuman exploits, ever composed,
if not for the admiration of women thought stupid enough to believe them?
Where did five hundred years of love lyrics come from,
not to mention those plaintive imploring songs, all musical whines and groans?
Aimed straight at women stupid enough to find them seductive!
When lovely woman stoops or bungles her way into folly,
pleading her good intentions, her wish to please,
and is taken advantage of, especially by someone famous,
if stupid or smart enough, she gets caught, just as in classic novels,
and makes her way into the tabloids, confused and tearful,
and from there straight into our hearts.
We forgive you! we cry. We understand! Now do it some more!

Hypocrite lecteuse! Ma semblable! Ma soeur!
Let us now praise stupid women,
who have given us Literature.

de Good Bones and Simple Murders, Nan A. Talese/Doubleday, 2001




Margaret Atwood
(Ottawa, Canadá, 1939)
POETA/NOVELISTA/CRÍTICA LITERARIA/
ACTIVISTA POLÍTICA
de Asesinato en la oscuridad, KRK Ediciones, 1999
Traducción de Isabel Carrera Suárez
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3 comentarios:

lunaroja dijo...

Brutal de rabiosísima actualidad, una maestra una vanguardista en el tiempo.

Clara Klimovsky dijo...

Magnífico texto y magnífica traducción. Gracias, muchas gracias por compartirlo.

carlos perrotti dijo...

Extrañaba tu blog, Miriam, algo me faltaba, pero volviste y nada menos que con Margaret Atwood y en un día como hoy.

Gracias por buscarme-detectarme-avisarme. Ya mismo recupero tantas lecturas atrasadas-no perdidas.

Beso grande, amiga!

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