16 de febrero de 2017

Mary Oliver, Singapur


Ilustración de Lucie Salgado

SINGAPUR

En Singapur, en el aeropuerto,
una sombra fue retirada de mis ojos.
En el cuarto de baño de mujeres, una división estaba abierta.
Una mujer de rodillas lavaba el fondo
   de la taza blanca.

Una desagradable sensación en mi estómago
y toqué mi boleto en el bolsillo.

Un poema siempre debiera tener pájaros.
Un martín pescador, por ejemplo, con ojos audaces y alas relucientes.
Los ríos son placenteros, y por supuesto los árboles.
Una cascada, o si no es posible, una fuente
   que suba y baje.
Una persona quiere habitar en un lugar feliz, en un poema.

Cuando la mujer me vio no pude interpretar su gesto.
Su belleza y su bochorno se mezclaban, y ninguno de 
   los dos ganaba la batalla.   
Ella sonrió y yo sonreí. ¿Tiene algún sentido?
Todos necesitamos un trabajo.

Sí, una persona quiere habitar en un lugar feliz, en un poema.
Pero antes debemos mirarla ahí abajo mientras atiende su trabajo,
     lo que es en sí aburrido.
Con un trapo azul está lavando la parte superior de los ceniceros del aeropuerto, que son tan 
grandes como las tapas de los basureros.
Su pequeña mano voltea el metal, tallando y levantando.
No trabaja con lentitud, tampoco con rapidez, pero como un río.
Su cabello oscuro es como el ala de un pájaro.

No dudo ni un instante que ella ame su vida.
Y quiero que se levante de entre la costra y el agua sucia
   y vuele hacia el río.
Esto probablemente no ocurra.
Pero quizá sí.
Si el mundo fuera sólo dolor y lógica, ¿quién lo apreciaría?

Claro que no lo es.
Tampoco me refiero a algo milagroso, es sólo
la luz que emana de la vida. Me refiero 
a la forma en que ella dobla y desdobla el trapo azul,
a la forma en que sonrió para mí; me refiero
a la forma en que este poema está lleno de árboles y pájaros. 


SINGAPORE

In Singapore, in the airport,
a darkness was ripped from my eyes.
In the woman restroom, one compartment stood open.
A woman knelt there, washing something
in the white bowl.

Disgust argued in my stomach
and I felt, in my pocket, for my ticket.

A poem should always have birds in it.
Kingfishers, say, with their bold eyes and gaudy wings.
Rivers are pleasant, and of course trees.
A waterfall, or if that is not possible, a fountain
rising and falling.
A person wants to stand in a happy place, in a poem.

When the woman turned I could not answer her face.
Her beauty and her embarrassment struggled together, and
neither could win.
She smiled and smiled. What kind of nonsense is this?
Everybody needs a job.
Yes, a person wants to stand in a happy place, in a poem.
But first we must watch her as she stares down at her labor,
which is dull enough.
She is washing the tops of the airport ashtrays, as big as
hubcaps, with a blue rag.
Her small hands turn the metal, scrubbing and rinsing.
She does not work slowly, nor quickly, but like a river.
Her dark hair is like the wing of a bird.

I don´t doubt for a moment that she loves her life.
And I want her to rise up from the crust and the slop
and fly down to the river.
This probably won´t happen.
But maybe it will.
If the world were only pain and logic, who would want it?

Of course it isn’t.
Neither do I mean anything miraculous, but only
the light that can shine out of a life. I mean
the way she unfolded and refolded the blue cloth,
the way her smile was only for my sake; I mean
the way this poem is filled with trees, and birds.





Mary Oliver  
(Cleveland, Ohio, EE.UU., 1935 - 2019)
de House of Light, Beacon Press, 1990 
y en New and Selected Poems, Volume One, Beacon Press, 1992
Traducción de Gabriela Cantú Westendarp
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