20 de septiembre de 2013

Ruth Daigon, 4 poemas 4


Fotografía de Erik Johansson

LAVADO INVERNAL

 Despierta y toca
 los duros huesos del sueño
 su corazón palpita permanentemente
 y rápido entre las sábanas

 corre las cortinas
 y deja que entre la luz
 una gélida tajada de la mañana

 con las manos roídas por la escarcha
 cuelga las sábanas
 el viento pone manos
 transparentes sobre sus mejillas

 lava platos       cambia ampolletas
 encuentra llaves     aguarda en cuartos silenciosos
 que se compongan los días para lavar y secar

 se sienta y tamiza por horas
 temerosa de quedar ciega o
 perderse sin remedio

 mirando la ropa blanqueda por el sol
 navegando en un cielo azul marino
 y en sus desenfrenados devaneos
 más allá de esta jaula del tiempo

 está su horizonte de sábanas limpias
 está el aire entre ellas
 están sus pensamientos que vuelan libres



Fotografía de Elina Brotherus

NO YO

Yo no soy así realmente.
Soy más delgada, más joven.
Pero ayer me corté el pelo
y ahora mis amores tempranos se disuelven
tras mis ojos
dejando unas pocas arrugas.
Si sigues las líneas punteadas
te conducirán a mí.
Soy la timidez de mi madre
preparando a su primer hijo,
la osadía de mi padre
dejando Europa tras sí.
He heredado sus herramientas:
de él, su testarudo martillo,
de ella, su paciente aguja,
están listos en mi mano.
No soy de mis vestiduras
ni del sonido de mi voz.
Todo se ha roto por disputas familiares
mucho antes de que naciera.
Incluso mis ojos todavía reflejan
a mi abuela en oración.
Cuando me busques
seré la que
agita el cartel:
Inocente.


Bryan Brown & Rachel Ward

PARLEZ-MOI D'AMOUR

Aunque tu acento es
extraño a mis oídos,
compartimos un lenguaje común.
He absorbido tu idioma,
me he vuelto fluida en tu lengua
y acostumbrado a tu gramática.
Incluso cuando tu ritmo corre
a contrapunto con el mío, nos
movemos en concierto tan rápido como
el jugo en cables eléctricos,
inserciones en el habla de
cada uno -mía es la historia,
tuyo el final, mío
el chiste, tuyo
el remate. Las palabras se engendran
y se multiplican entre
tu lengua y la mía,
todas nuestras tiernas transacciones
tan sin esfuerzo como el amor.


Autorretrato de Vivian Maier, 1963

COSAS COMUNES

La gente no sabe
moverse en torno nuestro.
Cuando se van
no hay nadie.

Vivimos tan quietos como una fotografía
autocontenida
atentos a nuestros límites.

Aquí está la puerta.
Aquí está la ventana.
Aquí está el aire entre ellos.

Revolvemos la sopa
calentamos la casa
rastrillamos hojas         paleamos nieve.

Y siempre es mañana.
Y siempre es tarde.
  Y siempre es ahora.



Ruth Daigon 
(Winnipeg, Manitoba, Canadá, 1923
California, EE.UU., 2010) 
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Julieta Gamboa, Muñecas


Fotografía de la muestra Multitudes Barrosas
expuesta en la facultad de Periodismo 
y Comunicación Social UNLP 
en el marco del II Encuentro de Comunicación, Géneros y Sexualidades
MUÑECAS

Que se llame como tú;
ésta tiene la forma de tus ojos,
tal vez llegue a parecerse a ti.
De niña seguía algunos rituales
que se iban convirtiendo en reflejos.
Tenía una muñeca para cuidarla,
para ponerle un nombre.
Había un efecto extraño en el acto de mecerla,
cambiarle la ropa, darle de comer;
un cuerpo de niña ensayando una maternidad 
    prematura;
una niña madre que buscaba en ese plástico algo vivo.
La muñeca aparecía días después con una pierna 
    desprendida,
la ropa sucia, olvidada en el lodo.
Exhibía en su cuerpo rígido todo el desamparo.

En ese momento asomó mi falta de oficio
para dejar esa clase de huellas.
Decliné la intimidad de hospedar a un ser
que sorbiera mis líquidos vitales.

Mi madre telegrafiaba con su mirada un desastre,
profetizaba la ruina de mi cuerpo,
alejado del ciclo de los mamíferos.
Parece que no sabré de qué estoy hecha
hasta sentir el dolor del parto
en todas mis células;
que nada se compara con esa soledad
de no saber lo que es verter mi sangre,
mirar mi sangre en otra sangre,
mis ojos en otros ojos.
Parece que mi cuerpo, esa máquina,
me pedirá un ser unido a mí,
una ventosa necesitada de calor.

Nuestra vida se llena entre nacer y multiplicarnos.
Somos seres gregarios,
emparentados por la misma cadena de sustancias,
Hay que continuar el mapa,
el palimpsesto familiar para no perdernos.

El juego repetido de parir muñecas
acabó con mi instinto de desear esa presencia
nadando en la seguridad del líquido,
de contraer mi estómago para hacerle un espacio.
Otras cosas me ataron a este mundo,
más allá del timbre de un llanto
todas las noches,
de la emoción de llenar los álbumes de fotos
o extrañar las partículas de alguien
pegadas a mi cuerpo hasta la mimesis.





Julieta Gamboa 
(D.F., México, 1981)
de Taxonomía de un cuerpo, Fondo Editorial Tierra Adentro, 
Colección La Ceibita, 2012
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19 de septiembre de 2013

Julieta Gamboa, Origen


Fotografía de Julia Fullerton Batten

ORIGEN

El primer recuerdo que guarda mi madre de nosotras
es una mancha de sangre esparciéndose en sus muslos,
sus ramificaciones dibujadas en la ropa,
y la baja súbita del pulso
a los cinco meses de gestarme.

Mi cuerpo 
aún sin formarse del todo,
envestía desde el centro de su vientre,
presionaba hacia abajo,
golpeando las paredes protectoras.
Su cuerpo, 
involuntariamente,
buscaba vaciarse.
Tuvo que permanecer inmóvil, 
horizontal,
para que mi corazón terminara de crearse.
Mi voluntad equivocada
no adivinaba las marcas de una salida prematura.

El ansia de vida de mi madre
y una huella del azar
hicieron que naciera.
Como un gesto de su permanencia
y la mía,
decidió llamarme con su nombre.
Entre las paredes transparentes de una incubadora, 
en un afuera y un adentro simultáneos,
protegida y expuesta,
terminé mi primer ciclo,
en la humedad del útero artificial.

Desperté del sueño amniótico.
En un cuerpo señalado por su origen,
aún absorbía los fármacos
para que me crecieran los pulmones.

En la somnolencia,
percibí la intuición de la falta
de un lugar que pudiera hacerse mío.

Después de que mi madre fuera para mí un espacio
endeble, 
me construí más cerca de lo ajeno.
Tal vez, 
el desarreglo inicial
mi escisión de sus entrañas,
marcó el futuro de mi estancia en el mundo,
sin límites seguros.

A partir de este indicio del principio
se fue tejiendo un lazo no tan nítido
entre nosotras.
Una pregunta acerca del final temprano,
aquel que no ocurrió,
o del cruce de una línea de muerte,
tensada hasta sus límites






Julieta Gamboa 
(México D.F., México, 1981)
de Taxonomía de un cuerpo, Fondo Editorial Tierra Adentro, 
Colección La Ceibita, 2012
para leer una entrevista en: POÉTICARBITRARIA
para leer MÁS
y más en: PUNTO EN LÍNEA

18 de septiembre de 2013

Ángeles Mora, Buenas noches, tristeza


Fotografía de Jeremy O’Sullivan


BUENAS NOCHES, TRISTEZA

La vida siempre acaba mal.
Siempre promete más de lo que da
y no devuelve
                         nunca el furor,
el entusiasmo que pusimos
al apostar por ella.
Es como si cobrase en oro fino
la calderilla que te ofrece
y sus deudas pendientes
-hoy por hoy-
pueden llenar mi corazón de plomo.

No sé por qué agradezco todavía
el beso frío de la calle
esta noche de invierno,
mientras que me reclaman,
parpadeando,
sus ojos como luces de algún puerto.
Por qué espero el calor que se fue tantas veces,
el deseo
por encima de todas las heridas.

Pero acaso me calma una tibia tristeza
que ya no me apetece combatir.

Todo sucede lejos o se apaga
como los pasos que no doy.

La vida siempre acaba mal.
Y bien mirado:
¿puede terminar bien lo que termina?





Ángeles Mora 
(Rute, Córdoba, España, 1952)
de Pensando que el camino iba derecho
Excma. Diputación Provincial in Granada, 1982
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