extraída de ACÁ |
Sin vergüenza alguna, cocino para los demás,
doy de comer a amantes, hijos, amigos.
Me declaro culpable de este destino o quehacer diario,
de esta sabiduría que chorrea por los suculentos poros
de un cerdo asado,
que reside en el sabor que deja un guiso al curry,
que se levanta en la masa semanal del pan caliente.
Doy comida como sustento, controlo bien mi territorio,
templando el mal genio sirvo consejos
para retar a corazones y mentes.
En las mañanas frías me siento con mis libros de cocina,
The Joy of Cooking ya tuvo
entre mis manos cinco vidas.
Hay fotografías gourmets a todo color
entreveo sobras impetuosas de una olla o sartén,
mis energías acometen
aunque nadie espere ni desee ser servido.
Soy esa mujer que atiborra las bocas,
esa amontonoplatos que aprendió tarde
a dejar a los comensales servirse ellos mismos,
a repetir o no según les apetezca.
Mis comidas no son para la mente,
sino para el glotón de cinturón desabrochado,
todos los planes dietéticos en veremos.
Soy la escritora, la maestra, la activista política
que sueña con los más altos elogios para su pay de manzana,
con una reseña en la times Book Review
para sus enchiladas de pollo al horno.
Es cierto, en mi niñez pasó algo.
No, no puedo recordar qué fue.
de Esto sucede cuando el corazón de una mujer se rompe (poemas 1985-1995),
Madrid, Hiperión, 1999
Traducción de Víctor Rodríguez Núñez
Madrid, Hiperión, 1999
Traducción de Víctor Rodríguez Núñez
TODOS MENTIMOS
Quisimos hacer del mundo un lugar mejor
pero todos mentimos.
Luchamos contra el poder con humildad,
entrega, inteligencia
y la suerte del inocente.
Las mentiras del enemigo nos invadieron, su lenguaje
disminuyó nuestras filas,
nos colocaron unos contra otros,
tocaban a los amantes, confundiendo
quiénes éramos y por qué.
Y nosotros mentimos sobre ellos, alegando
que eran narcotraficantes y asesinos,
que sus alimentos estaban envenenados
y sus calles no eran seguras.
Después mentimos sobre nosotros mismos
sembrando graves dudas, poniendo trampas terribles.
Por supuesto que le mentimos a la CIA
y a los otros torturadores.
Pero también a nuestros padres, a nuestros hijos
y a todos aquellos que deseaban de nosotros
la verdad.
Mentimos por omisión, convencidos de que teníamos
que ocultar las contradicciones.
La verdadera historia solo podía beneficiar
a los que anhelaban destruir el sueño,
a los que nos querían muertos.
Las cuentas se saldarían más tarde.
Mentimos para proteger a los nuestros y para justificar
que no nos protegíamos.
Mentimos a cerca de la necesidad de conocer lo esencial,
repetíamos como papagayos las palabras de nuestros líderes,
incluso cuando fingían no haber cometido ningún genocidio.
No cuestionamos la desaparición de él,
las cien puñaladas en el cuerpo de ella,
seguimos a nuestros guías que nos mentían,
y entonces mentíamos a nosotros mismos:
el dolor que cambió nuestras moléculas.
Hasta que luego nos convertiríamos en la promesa
que no cumpliríamos, en un fantasma agotado
y destinado a vagar con los ojos huecos:
la mentira que volvería a rondar un sacrificio
demasiado grande para ser nombrado.
Traducción de Israel Domínguez
Margaret Randall
(Nueva York, Estados Unidos, 1936)
EDITORA/POETA/ENSAYISTA/ACTIVISTA
para leer una entrevista en: LA JIRIBILLA
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2 comentarios:
Ahí pasa algo y cuando pasa ese algo pasa casi todo... Un abrazo.
decia un amigo "hay gente que muere siendo ama de casa, albañil, pero hay que dedicar tiempo a lo que de verda amamos"
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