Fotografía de Elizabeth Gadd |
Era el mejor día de primavera
después de haber tomado refugio
en la casa de Patricia
descansado, comido y bebido
emprendí el regreso
Patricia me acompañaría
hasta mitad del camino
ella me guiaba
era un campo abierto y brillante
en plena tarde
cuando nos despedimos
frente al tanque de agua
al final
de la hilera de árboles
ella dijo
-qué hermoso
el camino que nos separa-
le pedí que me indicara
una dirección
(valiente bramachari
con una remera de cielo
y un bolso cruzado)
-debe ser por allá-
y señaló una tranquera
imposible no verla
una tranquera blanca
abierta
justo en la línea del horizonte
un horizonte alto y curvo
que hacía notar
la redondez de la tierra
la abracé dos veces
y la vi desaparecer
ni bien pegó la vuelta
empecé a caminar
liviana
presa de un profundo bienestar
cuando llegué a la tranquera
la luz me pareció extraña
y tan fabulosa
que creí estar mareada
árboles sin hojas
a los costados de la entrada
hermosos árboles
eran los guardianes
y yo quedé en ese instante
por completo enamorada
decía ahhhh, ahhhh
no podía dejar de exclamar
de suspirar
frente a esos árboles
(la luz ponía de un leve amarillo
los troncos gris blanquecino)
Ante la puerta dudé
¿es cruzando esta puerta
el lugar?
porque el que acababa de pasar
no podía ser más lindo
la inclinación de las ramas
me dio a entender
que del otro lado
era todavía mejor
crucé
fui entrando de a poco
a ese campo sembrado
verde brillante el pasto
completamente parejo
el cielo celeste y el sol
no podría explicar con palabras
lo que yo sentía
caminaba
olvidada de mi cuerpo
como si estuviera
hecha de espacio
y a la vez consciente
de la gran belleza
y de que había algo
que no era normal
se me ocurrió mirar al sol
(éramos el pasto, el cielo
el sol y yo)
y vi nada menos
que el sol
que no es con puntas
como se lo dibuja
es absolutamente redondo
y todo luz
podía diferenciar
el sol de sus rayos
rayos de luz
que se expandían
por todo el aire
cuando llegué al alambrado
comprendí
que comenzaba el descenso
crucé el alambre
y todo era naturaleza
piedras tierra
yuyos de distinto tipo
cierta semilla de temor
aparecía en mi
mientras bajaba
con el sol
un águila mora
fue el primer ser que vi
planeaba en círculos
por encima mío
me asustaba un poco
su cercanía
su vuelo rasante y su canto
y me di cuenta
que no se puede decir con letras
el canto de un pájaro
si quisiera escribirlo acá
no podría
tomé el ritmo de ese canto
para caminar
una liebre salió corriendo
cuando pasé por al lado
una liebre de ese dorado oscuro
del que suelen ser las liebres
(no sabía que eran tan grandes
las liebres)
mientras bajaba
cierto temor me acompañaba
crucé un campo
de plantas secas
caídas
sobre la tierra
caminaba esquivándolas
como a cadáveres
que eran
sabía
que no tenía
nada que temer
pero estaba tensa
exageradamente alerta
y comprendí
que el camino estaba marcado
sólo debía seguirlo
con gran comodidad
aparecieron los chimangos
más abajo las palomas
y ya casi se oía
el ladrido de los perros
de mi pueblo
siguiendo ese camino
que extrañamente aparecía ante mí
llegué al arroyo
crucé
por un camino de piedras
allí dispuestas
una piedra muy grande
por la que tenía que pasar
era como una cabeza calva
con pasto como pelos
en forma de corona
me pareció la cabeza del Dante
o de mi abuelo Pascual
que sin duda se le parecería
Pascual "Iann Amico"
(el amigo de Juan)
me reencontré con el arroyo
como con un hermano
era en la orilla
una plataforma de piedras
me imaginé un lugar
para oficiar ceremonias
ahí hice pis
di media vuelta y pasé otro alambrado
el sol justo se ponía
y yo entraba a mi aldea.
Roberta Iannamico
(Bahía Blanca, Bs. As., Argentina, 1972)
de Dantesco, Ediciones Vox, 2006
Ilustraciones de Clara Dómini
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