No sé qué responder
cuando mis amigos
me dicen valiente
porque tengo un hijo.
Apenas ayer lloré
frente a un montón
de juguetes tirados
en el suelo.
No es la fuerza
la que cuenta.
Porque hay más.
Cada noche
desde que nació,
paso los dedos
de sus pies
por mi cara,
lo peino
con las manos,
toco
el espacio
suave que tiene
entre las cejas,
llevo mi boca
hasta sus mejillas.
Después,
siempre me levanto
lo contemplo
en la distancia
y me siento
como ese astronauta
que atraviesa la atmósfera
solamente
para ver
su planeta
entero
ahí
abajo
brillando.
Manuela Gómez Quijano
(Medellín, Colombia, 1985)
POETA/MAESTRÍA EN CREACIÓN LITERARIA/
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