Fotografía de Madalina Iordache Levay |
BOCETO DE TEOLOGÍA
“El arte de hacer dioses”, rezaba el anuncio. Nos dieron
cubos de barro y nos mostraron una carta estelar.
Nunca me costó creer en Dios porque siempre me gustaron los cuentos. Los paisajes
exóticos, los animales en el arca y los nombres antiguos hicieron de la Biblia uno de mis
cuentos favoritos.
Mi primera duda de fe: si la serpiente que le ofreció la manzana a Eva sería la misma bruja
que se la dio a Blancanieves muchos años después, cuando ya existían ropas y espejos.
Mi segunda duda fue por qué la manzana hizo despertar a una y dormir a la otra.
También me pregunté cómo pudieron ceder tan fácil ante una manzana, existiendo frutas
mucho más ricas como las fresas, los mangos y las chirimoyas.
Una noche le hice estas preguntas a Dios durante mis oraciones antes de dormir.
Él se rio y luego me dijo que era solo un cuento, que yo podía cambiar las frutas, animales y
nombres si me provocaba.
Al verme sonreír me hizo un guiño y cerró la ventana con un solo soplido, para que no me
resfriara.
Ese día entendí por qué tiene tantos nombres alrededor del mundo. Seguro se los
inventaron otros niños como yo.
Fotografía de Madalina Iordache Levay |
BORRÓN Y CUENTA NUEVA
La primera vez que me llamaste inútil
tuve que contar ovejas para poder quedar dormida.
Reinicié la cuenta tres veces como buena para nada.
Las ovejas se burlaban de mí al son de sus balidos.
La inútil del ojo morado. La inútil de la nariz roja.
La inútil que tartamudea hasta al contar en la mente.
La oveja número 576, cansada de reír, me dejó acariciar su lana
y soñé con ella brincando en la sala mientras yo recogía sus pelusas.
La segunda vez que me llamaste inútil,
tuve que contarle al padre que pequé
de malos pensamientos. A veces es difícil
mantener la mente limpia con la cabeza rota.
Dieciséis padrenuestros y veinte avemarías
me bastaron para redimirme y quedar dormida.
Soñé con un frasco de lejía
derramándose en el piso mientras
yo intentaba secarlo.
La última vez que me llamaste inútil
tuve que contar aviones con los ojos cerrados.
Bastaron diecinueve para lograr abrir el ojo izquierdo.
Veintiséis para respirar por la nariz. Treinta y siete
para abordar. Mi vuelo es el 2579. Empiezo a contar nubes.
Creo que soñaré.
B O N U S T R A C K
Fotografía de Madalina Iordache Levay |
LICENCIA POSTNATAL
Y tuve que decidir, llegado el momento,
entre quedarme para cambiarte los pañales
o trabajar para poder comprarlos
Conoces bien el desenlace
Escapo a puntillas de nuestra habitación
luego de despojarte dormido de mi pecho
Al traspasar la puerta, oigo de lejos tu llanto
me muerdo los labios / me pellizco las muñecas
Afuera siempre es invierno
Arrastrando mis pasos me incorporo
a la gran máquina económica activa
Soy una tuerca girando al ritmo del eco
de sus zapatos taco cinco recién lustrados
El timbre de la tarde me devuelve a casa
con una bolsa de pañales en la mano
Tu risa tras la puerta quiebra
el metal nuestro de cada día
-Rebeca Urbina Balbuena-
(Lima, Perú, 1983)
POETA/NARRADORA/GESTORA CULTURAL/
MAESTRIÍA EN LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL/
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Muy buenos poemas.
ResponderEliminarBrutales todos.
ResponderEliminarExcelente escritora!