como a los cuarenta
cuando el mundo comenzó a apagarse
como si alguien hubiera dictado
el final de una fiesta.
Ah, qué precioso es el fin de las cosas,
todo el cuerpo extendido hacia el disfrute
de los últimos instantes.
Es
como el final del deseo,
ese momento en que no importa
si sos vos
o no sos,
sólo sucede estar allí,
en un cuerpo
habitando la cueva de la sangre,
el corazón
en un pulso feroz latiendo,
latiendo.
Un animal
irguiéndose en sus pies
es siempre majestuoso.
Leído en BRUNCH POESÍA
Tengo la suerte de tener amigas
que aún sufren por amor.
Son más altas que el viento.
Son austeras
como suelen serlo las palabras justas.
Abrazadas al mundo,
se abren como las flores nuevas
cuando el aire es tibio,
y se olvidan la cabeza y las costumbres
por las cosas más triviales.
Caminan entre los restos de los días
llevando una bandera
de colores.
Lloran. Ríen. Nunca saben
lo que es conveniente. Nunca saben
lo que se debe hacer. Pero lo hacen.
Me las merezco.
Me las gané pateando los vidrios de la calle,
golpeando las puertas de casas imposibles,
rezando a un dios que no conozco
de pie frente a la cama de los hijos.
Es mío este puñado de dementes
a las que se puede querer
con el corazón abierto.
Ilustración de El Hulahoop |
Cuando una hija se vuelve una mujer
o mejor dicho,
cuando tu nena se vuelve una mujer,
la voz de una mamá cambia de tono,
se vuelve
de a poquito, más grave,
más serena,
porque las madres
también crecen con sus hijas.
Una charla con una hija
que se ha vuelto una mujer
prescinde,
casi siempre,
de esas cosas
que fueron un lenguaje en la niñez,
se transforma,
despacito, en otra cosa.
El idioma
entre dos mujeres que se miden
con el péndulo de la maternidad
y de pronto,
son pares,
es el idioma más magnífico del mundo.
Está hecho de palabras pequeñitas
con un infinito margen de significados
pero sabés,
siempre sabés
que habla de amor.
B O N U S T R A C K (x2)
Quise a un hombre,
a dos,
tal vez fueron cincuenta,
acaso un poco más.
Es poca cosa un número,
tan insignificante
contar con los dedos
la capacidad de amar.
Los hombres son hermosos.
Mi corazón,
voraz.
Ilustración de Paula Bonet |
Cuando me duele
el corazón
recuerdo
una promesa
que me hice hace ya tiempo,
cuando la vida
era eterna y cada muerte
un simulacro.
Cuando me duele vivir,
cuando me duele
respirar hasta lo hondo del pulmón
me acuerdo siempre
que el miedo de morir
nos pertenece a todos,
que mi columna
es una serie de huesitos
que se sostiene orgullosa y vertical:
yo,
como el árbol,
también muero de pie.
Mariana Finochietto
(General Belgrano, Bs. As., Argentina, 1971)
Reside en City Bell, La Plata
POETA/TALLERISTA
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bueno.
ResponderEliminarmuy buenos todos.
pero todos.
y sabés (ya lo he dicho y repetido)
que me cuesta la poesía.
además me gusta como se expone...
abrazo
f
Quién
ResponderEliminaren prolijos cajones
pudiera
guardar la tristeza,
doblada y planchada
oliendo a lavanda.
Y cerrar la puerta
del enorme armario
y esconder la llave
antes de salir
huyendo de casa.
este es excelente!
Y esto es "metapoesía"???
ResponderEliminarSaludos,
Fe r
Buenísima tu poesía. Me gusta la mezcla de imágenes con emociones.
ResponderEliminarLa verdad recién la estoy leyendo a mariana y ya estoy embelesada con la forma de escribir que tiene. Creo que ya lo dijeron otros lectores. Tiene una forma sencilla de escribir pero con una profundidad que solo puede proceder de un solo lugar. El corazón. Excelente.
ResponderEliminarLindos poemas, cotidianos, hondos, abarcativos.
ResponderEliminarmaravilloso
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